Las aspiraciones hegemónicas de Rusia (es decir, todo el proyecto político, económico y social que un país puede proponer para poder aspirar a espacios de poder en el mundo) no encarnan un proyecto universal y alternativo que sea capaz de disputarle los espacios políticos y económicos mundiales a EE.UU. Es un argumento sencillo, pero contundente. Sobre todo para contrarrestar la cantidad de noticias falsas y la alarma de la gente ante la inminencia de un conflicto bélico mundial, o las ganas de catastrofismo de algunas personas en las redes sociales.
El papel hegemónico de Rusia, tras la caída de la Unión soviética, a finales de los años 90 del siglo pasado, se limita a la (re)construcción y delimitación de un proyecto político, económico y cultural regional basado en el mantenimiento del status quo alcanzado en los últimos 20 años por los diferentes gobiernos de Vladimir Putin (y el gobierno de Dmitri Medvédev). Un proyecto que pretende reconstruir y consolidar a Rusia como un actor relevante, más no principal en el escenario geopolítico mundial.
En este caso, es más probable que Putin se sienta amenazado por presencia de la OTAN y la Unión Europea en las antiguas repúblicas soviéticas europeas (que están frente a sus fronteras territoriales y donde espera (re)construir su esfera de influencia), que por el bombardeo de las fuerzas aliadas anglo-franco-americanas en un territorio de un país aliado en una región inestable pero rica en recursos, donde sabe que sus intereses están salvaguardados, debido tanto al apoyo militar y económico que Rusia le ha dado a Siria desde hace de 40 años, como además de tener fuerzas militares concentradas en el puerto de Latakia, donde hay una base militar rusa (en la costa noroccidental de Siria).
La invasión rusa a Georgia en 2008 y a Ucrania en 2014 son demostración más factible de esta tesis. El proyecto internacional ruso tiene, en estos dos casos, una demostración de fuerza de carácter eminentemente regional, basado en la defensa de estas zonas de influencia, y que no apela solamente a la fuerza, sino que también apela a un ejercicio diplomático y económico (el mundial de fútbol, como las olimpiadas de invierno en Sochi, 2014, no son hechos gratuitos ni encarnados de "espíritu deportivo") que pretende poner a Rusia como un actor indispensable en el ejercicio de la política mundial, sin ocupar un papel protagónico central, como EE.UU., sino compartiendo responsabilidades con otros países en crecimiento, que también son actores regionales (Irán, Turquía), o son actores que disputan en otros espacios (como el económico) otros aspectos de la hegemonía mundial (China). Lo que realmente puede llegar a preocupar de las acciones de Rusia (además de un inminente crecimiento en la carrera armamentística con fines de disuasión) es la flagrante y descarada violación al derecho internacional que ha realizado cuando siente que los intereses de los países de la OTAN pueden afectar su proyecto hegemónico regional.
Es por ello que antes de seguir replicando de que "se va a cancelar el Mundial de Fútbol" o que "estamos ante el inminente estallido de la Tercera Guerra Mundial" es necesario leer el momento y comprender que leer la política con los ojos del siglo XX es algo arriesgado, que puede llevar al sensacionalismo más atroz y falaz, y puede seguir aumentando la proliferación de noticias falsas y alarmas innecesarias en la gente.
