De un tiempo para acá es cada vez más generalizado el uso de la expresión “la generación de cristal” para referirse a los jóvenes, digamos, de menos de veinticinco años. La expresión tiene un dejo despectivo y de rechazo y connota serios peligros.
La expresión quiere decir que se trata de jóvenes frágiles, que no admiten críticas y rechazan autoridad, y que aparentemente se desmoronan con cualquier cosa. Es ampliamente usada en todos los medios educativos, jardines infantiles, colegios y universidades. Pero también para referirse a los noveles trabajadores en muchas empresas.
La expresión es usada siempre por adultos mayores a las edades a las que nos referimos. Gente que, literalmente, son migrantes digitales. Un modo abstracto de designar una realidad social y cultural.
El principal peligro de esta expresión consiste en la explícita o tácita división generacional que supone. En realidad, es violencia simbólica ejercida sobre los jóvenes; con el hecho totalmente riesgoso de que es una expresión en muchas ocasiones ya institucionalizado y que implica división: ustedes allá, nosotros acá. Como si “esta” generación no tuviera nada que ver con “aquella” generación; o al revés. Peor aún, ya muchos de los mismos jóvenes parecen haberla interiorizado, lo cual conduce a una victimización.
Lo que olvidan quienes usan y normalizan expresiones semejantes -volvemos siempre, una y otra vez, a la función performativa del lenguaje- es que estos jóvenes son el producto de un sistema social -en toda la extensión de la palabra- que aparentemente los ha convertido en frágiles y sensibles.
Lo que olvidan quienes usan y refuerzan esta expresión es que estos jóvenes son sensibles por críticos, que tienen otra información distinta y mucho más amplia que la de los mayores; que sueñan y quieren cosas diferentes.
Siempre es más fácil victimizar a los otros antes que reconocer los errores propios. Lo adultos, todo parece indicarlo, dejaron de aprender. Los jóvenes quieren cosas nuevas y distintas; no más de lo mismo.
Hegel decía: el joven se siente naturalmente inclinado a cambiar el mundo. Pero cuando se da cuenta que no lo puede hacer se vuelve hipocondríaco. Ese es el adulto de hoy. El que renunció a cambiar las cosas; y l echa la culpa a los demás. Mecanismos de micropoder, diría Foucault.