Los valores sólo son un problema cuando se toman en serio
Mientras en EE.UU. el descontento popular frente a la muerte del ciudadano George Floyd a manos de la violencia policial, ha ido desembocando en un debate nacional sobre la necesaria reforma a esa institución, en Colombia, más específicamente en el Valle del Cauca, se conoció (el día 9 de junio) un video en el cual el patrullero Ángel Zúñiga Valencia, en un acto de gran valor y autonomía, se opone a un procedimiento de desalojo de un grupo de familias.
El acto del patrullero es único y es extraño. Diríase una “gema moral” que brilla dentro del fango de integridad que ya hemos normalizado como medio natural de supervivencia. No es éste el caso del taxista que devuelve la maleta con dólares o del agente de tránsito que se resiste a la tentación de dejarse comprar por el infractor.
Lo “normal” aquí sería decir que ésta es una escena con un mensaje mucho más profundo, que debería sacudirnos por completo y que debe “llamarnos a la reflexión” como sociedad. Esto suena muy bien porque es políticamente correcto y porque es una idea fácil de asimilar que pasa de largo sin que nuestro universo moral sea mínimamente sacudido.
Si somos sinceros, estamos hasta el cuello de “llamarnos a la reflexión”, para que luego soplen los vientos “normalizadores” que apaciguan los ánimos y normalizan todo lo que tocan. Uno de los aprendizajes que uno puede hallar en el extraño y anormal comportamiento del patrullero, es que la integridad no es sólo un asunto de principios que se cargan en la billetera, sino la capacidad para darles existencia y valor a esos principios en la cotidianidad. La riqueza moral está en darle realidad a nuestros principios y a esto le llamamos coherencia.
En medio del diluvio de ilegitimidad moral y política del país, el patrullero se convierte en un ejemplo porque actúa de manera coherente. Quien actúa así, no tiene que esperar aprobación o desaprobación de ninguna autoridad más que de sí mismo y sus principios no tienen que estar escritos en ningún manual, código o tabla. Tenemos el derecho a desobedecer, si la norma nos obliga a ir en contra de nuestros principios. Y es normal que esta idea haga de espanto en quienes depositan su responsabilidad y tranquilidad en una entidad ajena y externa (celestial o terrenal) a ellos mismos, tal cual lo hacen los verdugos.
Ya estamos acostumbrados a que la curtida tradición leguleya insista en hacernos ver un poema en lo jurídico, (recuérdese a los magnos poetas-presidentes) ¿cómo no llamar a la obediencia ante semejante volquetada de belleza Providencialista? ¡Traidor, insurrecto, rebelde, insubordinado! Dentro del rebaño de obedientes no son de extrañar esos adjetivos contra el patrullero. Él más que nadie, tiene la absoluta seguridad de saber que hizo lo que tenía que hacer.
Aplaudo la coherencia y el valor de este hombre. Ojalá uno a uno nos podamos contagiar de este virus. Si esto no es autoridad moral entonces ¿qué lo es?
P.D. En el pos coito de esta noticia se ven cuadrillas de zopilotes cortejando al patrullero: la vulgarización ya arrancó, otra vez, de nuevo.
