Los eventos que tan ampliamente son publicitados ante los medios de comunicación han hecho que nuestra atención se fije con mayor intensidad en el mundo musulmán. La curiosidad por sus motivaciones y posturas frente a occidente nos han llevado a leer y consultar por su forma de ver la religión y la vida en general.
Uno de los elementos que genera mayor curiosidad y hasta indignación lo constituye la burka cuyo uso por parte de la mujer puede tener dos interpretaciones; la primera y más generalizada en occidente, es la de asociar esta prenda a la opresión y al menoscabo de la dignidad femenina; esta visión ha hecho que esta prenda sea despreciada y hasta prohibida en países que como Francia que optaron por esta medida en un intento por salvaguardar la seguridad de su país y sentar precedentes en la lucha contra la discriminación hacia las mujeres.
Pero para los defensores de la burka su uso está relacionado con el amor que va más allá de lo físico; en efecto, quienes apoyan esta prenda, afirman que su objetivo es garantizar que el hombre reconozca y ame a la mujer por sus valores, cualidades y no por su apariencia. Vista de esta forma, la burka podría ser sinónimo de un amor basado en razones diferentes a lo material. Sin embargo, no es objeto de este escrito tomar partido por alguna de las consideraciones que se haga frente a este accesorio, la intención del mismo radica en relatar cómo, las mujeres occidentales también tenemos una burka.
Esta burka occidental está representada por la obligación que hay de responder a cánones estéticos fijados por una sociedad en la que la delgadez, la belleza y las curvas son los requisitos para ser aceptadas. Si la burka oriental se asocia a religión y fanatismo, la nuestra tiene en el materialismo, el consumismo desenfrenado y la comercialización, su génesis. Desafortunadamente la burka occidental no es tan repudiada, por el contrario, es reafirmada por los medios de comunicación que ponen de relieve la belleza y el culto al cuerpo. En razón a esta burka, los trastornos alimentarios, los complejos, las depresiones y los procedimientos estéticos que arriesgan la salud, van en aumento y comprometen la salud femenina de una forma alarmante. Sufrimos por tener una apariencia que agrade, tememos a la vejez y centramos nuestra atención en lo físico, aunque ello suponga poner en riesgo nuestra integridad.
Pero la burka occidental no sólo se refiere a lo corporal, también se relaciona con el papel de supermujeres al que hemos estado avocadas y es que en el afán por superarnos, también nos hemos encadenado a cumplir con las expectativas de todos los que nos rodean. La mujer dedicada sólo al hogar (gran responsabilidad) quedó atrás y se abrió paso la mujer obligada a triunfar en todo; supermadre, superesposa, superempleada y toda una serie de roles en los que tenemos que brillar, renunciando incluso al derecho al ocio y la contemplación. Esta también es una forma de opresión,aceptada y convalidada por muchas de nosotras, pero también con un impacto en nuestra esencia femenina. Esta burka nos hace ver como mujeres siempre a las carreras, siempre tensas y hasta agotadas.
No se trata de retroceder a la mujer dependiente de antaño, se trata de entender que nuestras mayores expectativas deben estar en torno a nosotras mismas; por ello, es importante reconocer la importancia de nuestro papel en la sociedad, pero no permitir que desde ésta se nos endilguen tantas responsabilidades, al punto de desconocer que también estamos llamadas a invertir tiempo en nuestro bienestar, en nuestro descanso yen la reflexión en torno a nuestra vida.
Que nuestra superación no vaya en detrimento de nuestro bienestar; el trabajo, la familia y la vida en general son responsabilidades que competen a hombres y mujeres por igual, por lo tanto, el esfuerzo debe estar en símiles proporciones. Allí radica la verdadera equidad de género; conceder a cada uno lo que le compete en términos de derechos y obligaciones.
Cualquiera de los dos tipos de burka nos afecta y debemos luchar porque desaparezca de nuestra cultura colectiva, tenemos el derecho y la obligación de ser felices más allá de nuestra apariencia o triunfos.