Desde el, 7 de enero de 2015, los medios de comunicación nos han dado una imagen preocupante de la situación en París. Se muestra a un mundo consternado después del asesinato de los periodistas de 'Charlie Hebdo' y de los dos policías que intervinieron en el evento haciéndo el trabajo que les correspondía. Vimos los videos aficionados que los ciudadanos franceses subieron a internet minutos después de la masacre. Estupefáctos, nos encontramos en frente de dos fanáticos fuertemente armados que con frialdad ultimaban en el piso a uno de los policías.
Soy Colombiano, de Bogotá, hace ya varios años vivo en París. Es cierto que los eventos del 7 de enero fueron sorprendentes por su brutalidad y que, además, se trató de un episodio completamente inesperado. Nadie lo pensó, era dificil de creer. Se trató, sin embargo, de algo muy puntual, la cosa no duró más de 20 minutos y las agitación debía ya ser enorme en las salas de redacción en cada rincón del planeta.
La primera que me buscó fue mi madre. Obvio, ella siempre se preocupa por mi así no haya ningún peligro : « ¿Todo en orden ? ¿Estás bien ? ¡Las noticias nos tienen preocupados ! » Yo estaba en la biblioteca de la universidad, leyendo prensa colombiana, escapándole al frío y esperando a que un rayo de sol se asomara cuando la niebla se terimara de correr. Sabía de los atentados por que los periodicos colombianos – al igual que los argentinos, brasileños, australianos, ingleses, gringos, etc – se habían apropiado del tema y le habían puesto su toque amarillista.
Después aparecieron más amigos, conocidos y familiares desde el otro lado del charco para hacerme dos tipos de preguntas. Primero si yo estaba bien, si no me había pasado nada. « ¿Yo ? Sano y salvo, todo bien ». Segundo querían saber cómo estaba el ambiente por acá. Claro, uno lejos, sin tener una imagen clara de los hechos, informado con noticias que son hechas para preocupar, pues se angustia, Normal.
Y pues la verdad es que después de lo que pasó en la sala de redacción de Charlie Hebdo en pleno 11ème arrondissement de París, cerca de la Place de la Bastille, se siente una cierta zozobra. La gente anda pilosa, como prevenida, pendiente. Pero la verdad es que el orden público no estuvo realmente alterado. No hubo reacciones desmesuradas o pánico general. Las cosas seguían cuasi-normalmente. « Cuasi » por que obvio todos estábamos sorprendidos y todos estábamaos hablando de eso. Pero nada impidió que la gran mayoría de personas siguiéramos haciéndo lo que hacemos todos los días.
Después, en la noche si hubo una reacción. La gente se reunió en las grandes plazas de las principales ciudades a exigir el respeto de la libertad de prensa - de la libertad punto y por ahí mismo de la democracia – y a reprochar la matanza. Eso también lo mostraron los medios de comunicación a nivel planetario. No hablaré de la campaña que lanzaron las redes sociales, el #JeSuisCharlie y la imágen con el mismo letrero en fondo negro por que creo que ya la gente sabe de que se trata.
Resumo la reacción de esta manera : Básicamente la gente salió a las calles para decirle a los radicales maniarmados « No vengan a joder, esto es una democracia y la sociedad civil la defiende, dejen de ser tarados y arreglen sus problemas dentro de los marcos del Estado de Derecho y de los principios republicanos. Lo que hicieron hoy es la burrada más grande que hayamos visto en mucho tiempo en este País. No les tenemos miedo. ¿Por qué le tendríamos miedo a unos imbéciles ? ».
Ahora bien, quiero volver sobre la reacción de la gente de allá, de Colombia. Entiendo plenamente que después de leer o de ver las noticias la gente que asustada. Entiendo también que quieran tomar noticias de sus conocidos y tratar de obtener un punto de vista de alguien que está « en el lugar de los hechos ». Me parece sensato, bonito y, en verdad, humano.
Pero no puedo ocultar que hay dos cosas que me tienen pensativo. Lo primero es que cuando leí la noticia de la masacre, no fue la masacre como tal la que me sorprendió, fue que haya sido en París. Se supone que acá eso no pasa. Después de darle vueltas en mi cabeza a la cosa llegué a la conclusión de que haber crecido en Colombia si lo tiene a uno muy curtido frente a este tipo de información.
Pensé en la noticias del collar bomba, en el asesinato de Jaime Garzón, en las miles de notas sobre secuestros, en los millones de reportajes sobre homicidios – a veces el móbil siendo un fósforo para prender un bazuco -, en las centenares de crónicas sobre el desplazamiento forzado, etc. Qué lástima decir esto, pero al ver cómo reaccionaron acá los ciudadanos, uno se da cuenta de que si está acostumbrado a la guerra, a la muerte y a la barbarie.
Eso me lleva a la segunda cosa que me tiene pensativo. Y es que da la impresión – es una impresión, repito – de que muchos Colombianos parecen reaccionar más fuertemente ante este tipo de eventos, que suceden afuera de su país que ante los que, cada día, cada hora, están pasando al lado de ellos.
No se si se trate del efecto producido por la excepcionalidad de la cosa. Pero aprovecho el estado de ánimo y la sensibilidad ante el horror y la muerte de otros – desconocidos – para recordarles que Colombia es un país en guerra y que está entre los países que encabezan los siguientes índices : más sindicalistas asesinados, más periodistas asesinados, más defensores de derechos humanos asesinados, más líderes políticos asesinados, más desplazados internos ó mayor corrupción.
Estoy seguro de que si, como la sociedad francesa, en Colombia reaccionaramos colectivamente ante la muerte de los desconocidos – que es también la muerte de la democracia – habríamos podido evitar hechos como los tristemente célebres falsos positivos, o la ola de masacres que va desde 1996 hasta el 2000, o la captura de los bienes públicos para beneficios privados muchas veces lígados al narcotráfico. Cosas que se siguen realizando en frente de nuestras narices. No, nosotros nos quedamos callados, indiferentes dentro del comfrot del silencio cómplice.
No estoy diciendo que esté mal condenar la muerte del personal de Charlie Hebdo, no estoy diciendo que las personas que se preocuparon por mi o por mis demás amigos colombianos residentes en París sean unos vendidos o unos vende-patria. No, no me malinterpreten. Valoro mucho esos gestos, de verdad que si. Esta reflexión es simplemente un llamado a que ahora, en estos días en que soplan vientos de paz, como sociedad civil, como ciudadanos de Colombia, nos animemos un poquito más a exigir que la violencia se acabe. Los invito a tomar ejemplo de los franceses y salgamos no a defender nuestra democracia – pues no hay tal – pero a exigirla, a conquistarla y a realizarla.