Se acostumbró a ganar en el último minuto y casi siempre con la ayuda del árbitro. El Real, en ese sentido, es el Atlético Nacional de Europa.
Soy hincha del Barcelona por puro odio al Real Madrid. No me gusta su pasado franquista, todo lo que significa el blanco de su camiseta, lo difícil que fue para jugadores negros como Freddy Rincón adaptarse a un ambiente hostil y racista como el que practican muchos Ultras del Madrid. Estaba dolido por el desastre de ayer en Roma. Me fui a un bar porque no tengo mucho más que hacer a esta hora que beberme una jarra de cerveza en una fina barra de madera. Entré al bar empezando el segundo tiempo, justo cuando el partido se ponía dos goles por cero. Empecé a creer en el milagro. Sí, por la 93 pululaban los hinchas chibchas del Real, gentes que por su color de piel serían despreciadas por los barras bravas merengues que circundan amenazantes por el Santiago Bernabéu. No se veían preocupados, no sentían el partido, no eran hinchas de verdad, por eso estaban más preocupados por lo que pasaba en su Facebook que en el terreno de juego. Se tomaban selfies mostrando la camiseta siete de Ronaldo y la subían inmediatamente a sus redes. Se veían ridículos.
Le pedí al Dios del Fútbol que si se daba el milagrito
y la Juve sacaba al Real Madrid
sería bianconero hasta la muerte
El tercer gol desató mi delirio. No me importó que la barra madridista de Suba me mirara con resquemor. En ese momento era hincha de Buffon, de Cuadrado que estaba en el banco con Allegri. Le pedí al Dios del Fútbol que si se daba el milagrito y la Juve sacaba al Real Madrid sería bianconero hasta la muerte. Yo no soy el único que odia al Madrid. Porque amo el fútbol odio al Madrid. El Madrid me desespera porque es como el uribismo: no importa qué tan mal juegue siempre gana. Uno detesta a los poderosos no solo porque sean poderosos –El Barcelona lo es– sino que nunca antes en la historia del futbol –tal vez el único caso que se le parezca sea el de Ceausescu con el Steua de Bucarest– un dictador influyó tanto en volver grande a un equipo como sucedió con Francisco Franco que amedrentaba árbitros para obtener ligas enteras e incluso llegó a manipular el fichaje de Di Stefano, quien ya había sido comprado por el Barcelona, para que recayera en el Madrid.
Ahora ningún dictador lo secunda pero Florentino Pérez, un negociante avaricioso de cuyas políticas hemos sido víctimas los colombianos –su empresa tiene las concesiones viales en el país por los próximos 25 años–, quiere imponer una especie de fútbol en donde lo más importante no es lo que suceda con la pelota sino en los mercados financieros. Gareth Bale no es importante por su juego sino porque su camiseta se vende bien en todo el Reino Unido. Los japoneses pagan cualquier cantidad de plata por el Siete de Ronaldo. Los hinchas del Real, cada vez más mezquinos, se acostumbraron desde la época de los galácticos a armar formaciones en donde nunca importó el juego en conjunto sino las individualidades. Por eso juegan tan horrible, por eso un entrenador del montón como Zidane puede ostentar dos Copas de Europa consecutivas.