Carlos Rosero, la voz que más pesa en Francia Márquez

Carlos Rosero, la voz que más pesa en Francia Márquez

El activista ha estado detrás de las grandes rebeliones afro por unos derechos que siguen pendientes y que hoy la fórmula vicepresidencial de Petro encarna

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junio 18, 2022
Carlos Rosero, la voz que más pesa en Francia Márquez

En mayo de 1991, en plena constituyente, varias comunidades negras se tomaron la embajada de Haití en Bogotá mientras en Quibdó la gente ocupó la catedral de la ciudad. La exigencia era una: "¡Los negros existimos!". Y es que a pesar de que la nueva constitución quería promulgar una igualdad, que hoy todavía es inexistente, no reconocía los derechos de las negritudes. Detrás de esa estrategia para ser escuchados estuvo Carlos Rosero.

Nacido en Buenaventura, Rosero ha vivido en carne propia el racismo que sufre el pueblo afrocolombiano. Son miles de kilómetros recorridos en el país escuchando a la gente, hablando con ella e intentando traducir el dolor y la rabia en una expresión política para transformar la realidad. Rosero, antropólogo de la Universidad Nacional, fue clave en la creación de la Ley 70 y es uno de los líderes del Proceso de Comunidades Negras en Colombia (PCN).

Lleva años junto a Francia Márquez liderando procesos sociales en Colombia y hoy la acompaña en su candidatura presidencial. Aunque hizo parte de la Lista del Pacto Histórico al Senado, renunció a su puesto porque le incumplieron a él y a otros líderes los acuerdos de representación: lo habían ubicado en un lugar donde muy posiblemente no saldría elegido.

En esta conversación con Juan Manuel Ospina, Carlos Rosero explica por qué el racismo en Colombia está incrustado en la misma esencia del país, que ha utilizado la violencia para marginar aún más a los negros y a los indígenas. El estallido social apenas fue una expresión de eso y todavía falta mucho por hacer antes de arrancar el racismo de la sociedad colombiana.

Juan Manuel Ospina: ¿Cómo se puede entender el racismo en la estructura de nuestra sociedad, en nuestra identidad?

Carlos Rosero: A lo largo de los años hemos aprendido que el racismo es un hecho fundacional de la sociedad colombiana. No es que seamos racistas ahora, somos la consecuencia de una historia que tiene muchos siglos de haberse construido, así como un río que corre y va haciendo un cauce cada vez más profundo.

El racismo tiene diversas manifestaciones, como se lo aprendimos a Carlos Moore, un escritor cubano que ha estudiado a profundidad este tema. Por un lado, está el racismo por oposición, aquel que da origen al Apartheid sudafricano o al sistema norteamericano, que plantean que somos tan distintos que no podemos vivir juntos. Y por el otro lado, está el latino. Moore dice que este es el racismo de la continuidad, en el que una sociedad se enuncia como igualitaria pero se trata de forma distinta, es decir, no estamos separados, pero el trato no es igual.

Y ese fue el sistema que heredamos de la época española, aquí nunca tuvimos la necesidad de estar separados, estamos juntos pero los que somos negros o indígenas recibimos un trato desigual. Supuestamente esto quedó sepultado el 21 de mayo de 1851 cuando se abolió la esclavitud, pero nunca ha podido superarse de manera total. Hoy en Colombia la gente negra vive una desigualdad que yo llamo racial y se ha acrecentado por el conflicto armado interno.

JMO: En Colombia se han predicado discursos asegurando que el racismo no existe o sobre una igualdad que tampoco existe. pero usted decía que el racismo es como un río que fluye y se profundiza cada día más su cauce.

CR: La sociedad ha asimilado el racismo de tal manera que finalmente lo terminó naturalizando. Eso es parte del problema que nosotros tenemos como sociedad. Hay hechos recientes que nos permiten pensar un poco la dimensión que adquiere la desigualdad racial --que se origina en la discriminación racial-- y son los efectos de la pandemia en las poblaciones, en corredores como el del litoral pacífico, en el norte del cauca, incluso en la gente desplazada que tuvo que terminar en Bogotá, Cali, Medellín, Barranquilla o en Cartagena. En el marco de la cuarentena esta gente la vio absolutamente mal porque ya tenía unas condiciones desventajosas cuando estaba en sus territorios y dichas condiciones se mantuvieron y se amplificaron cuando tuvo que llegar a lugares como Ciudad Bolívar en Bogotá o el distrito de Aguablanca en Cali.

La gente no tenía para pagar un arriendo, para comer, no recibía la ayuda humanitaria o la que se le dio era insuficiente. Y eso visto para solo los que están afuera, pero para los que están en el territorio como en el Pacífico tuvieron que sufrir la ausencia de camas para atender a la población, incluso se vio algo más dramático: a los médicos y enfermeras a los que hace mucho tiempo no les pagaban sus salarios. Entonces, uno se pregunta por qué esos territorios tienen una desigualdad manifiesta, donde falta el agua potable y los servicios sanitarios. Son territorios muy ricos, producen riqueza para el país, como es el caso de Buenaventura que conozco muy bien: somos el principal puerto, producimos una riqueza enorme, estamos en el Valle del Cauca pero vivimos con los indicadores del Pacífico colombiano, es decir, producimos mucha riqueza pero dicha riqueza no beneficia a nuestras comunidades.

El racismo tiene distintas expresiones. Recuerdo cuando un presidente en Cali nos dijo: "acá no hay racismo, acá no los hemos colgado". Solo asimilan el racismo a los linchamientos como en el sur de los Estados Unidos, pero acá se ha expresado de otra forma y tiene huellas muy profundas en la sociedad. Estoy profundamente preocupado por lo que pasó en Cali a partir del 28 de abril del año pasado, en lo que se llamó el estallido social. Cali nos mostró que es una ciudad profundamente segregada entre la gente que tiene mucho dinero, aquella que vive en el sur y en un área relativamente pequeña, mientras la gente que está llevada y la mayoría de gente negra vive en el distrito de Aguablanca. En Cali pasamos de perfilamientos raciales a una violenta a la que yo llamo "crímenes de odio". Hubo gente que fue violentada por ser indígena sin que la fuerza pública hiciera algo para prevenir esto. Quienes actuaron contra estas comunidades, de hecho, lo hicieron al lado de la autoridad.

JMO: La pandemia hizo ver en concreto el racismo del que habla, que también se traduce en la violencia que afloró en Cali. Es decir, es una violencia que estaba latente pero no beligerante, estaba incrustada en la rutina, en la normalidad de la vida. ¿A raíz de todo esto estamos entrando en una fase de conflicto social y racismo cada vez más explícito? O, ¿hasta dónde nuestra vieja violencia tiene también raíces racistas?

CR: Cali lo que hizo fue verbalizar una cosa que ha estado presente en los últimos años de la realidad colombiana. Había algo que nosotros conocemos bien. Por ejemplo, en el capítulo étnico del Acuerdo de paz, tanto la antigua FARC-EP como el Gobierno nacional en representación del Estado colombiano reconocen entre otras cosas que los indígenas, los negros, los raizales, los palenqueros y la comunidad ROM en Colombia han sufrido una afectación desproporcionada por el conflicto armado interno. La pregunta es: ¿por qué estos pueblos viven una afectación desproporcionada?. Uno podría avanzar en preguntas más pequeñas: ¿Cuántos de los millones de desplazados internos y víctimas son afrocolombianos e indígenas y por qué ellos son los más afectados en el marco del conflicto armado interno? Para nosotros la respuesta es obvia: el conflicto afecta de manera desproporcionada a aquellos que no tienen poder. ¿Quiénes son los más afectados? Las mujeres, los campesinos, los indígenas y los negros porque no tienen poder. Los unos por una razón en términos socioeconómicos y los otros también por esta razón socioeconómica que se mezcla con motivos raciales y culturales.

A nosotros nos dicen frente a esto, demuéstrenos que los millones de desplazados indígenas y negros fueron por motivos raciales, pero nosotros decimos: no busquen la orden expresa porque no existe, el racismo está naturalizado. Se piensa que los negros e indígenas no valen nada o no sirven de nada, como cuando un ministro dijo para referirse a la Amazonía: "Allá solo hay palos". Para ellos nosotros somos parte del paisaje, ni siquiera somos considerados gente. Todos estos siglos de lucha lo que han hecho es que ganemos un eslabón más en el reconocimiento de nuestra condición humana. Entonces, Cali lo verbaliza, pero los hechos de racismo y discriminación racial asociados al conflicto armado interno son largos, son una historia larga en este país que tiene miles y miles de víctimas, como por ejemplo la Masacre del Naya, o lo que sucede en el norte del Cauca o en Buenaventura o en el Chocó. ¿Por qué estos pueblos que tienen una historia, una cultura, una diferenciación expresa frente a otros sectores de la sociedad colombiana sufren todo esto pero no son suficientemente protegidos por la institucionalidad colombiana?

JMO: En medio del proceso electoral en el que estamos hay una violencia que está latente y casi todos nuestros problemas tienen raíces políticas. ¿Cree que se pueden enfrentar, precisamente, en las urnas o, por el contrario, nos va a madrugar un estallido de violencia social con un contenido racial fuerte?

CR: Primero, no creo que sea un hecho solo político, el desbalance de poderes es también económico y simbólico. Lo segundo, pues hay por primera vez en lo que yo recuerde, dos candidaturas que vienen desde la base que están en el Pacto Histórico: una mujer indígena y una mujer negra. En el caso particular de Francia Márquez, ella levanta de manera clara la lucha contra el racismo como una realidad de este país que debe ser enfrentada y concluye su planteamiento en términos de reparación histórica de los pueblos que han sido víctimas del racismo, del colonialismo y de todas sus afectaciones. La reparación tiene muchas dimensiones: económica, política, el empoderamiento de las comunidades, el desarrollo. Existe una posibilidad para reducir las profundas desigualdades que tiene nuestra sociedad y es que debemos educarnos sobre la base de que todos somos iguales, pero esa igualdad también tiene que expresarse en términos materiales, debemos pasar de lo políticamente correcto a algo realmente tangible en políticas públicas. Todavía hay un chance para quitarle velocidad a una serie de problemas que no nos merecemos como país.

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