Por qué el congresista Rodrigo Lara resultó tan diferente a su padre, el ministro asesinado por Escobar

Por qué el congresista Rodrigo Lara resultó tan diferente a su padre, el ministro asesinado por Escobar

Su lugar en la política se lo debe a su padre, el MinJusticia que se sacrificó por muchas de las ideas a las que se opone su hijo como Presidente de la Cámara

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octubre 25, 2017
Por qué el congresista Rodrigo Lara resultó tan diferente a su padre, el ministro asesinado por Escobar

Rodrigo Lara Restrepo tenía ocho años cuando vio, ese 30 de marzo de 1984, el Mercedes Blanco parqueado frente a su casa. Tenía agujeros en las ventanas y al acercarse, junto a sus otros dos hermanos y su madre, vio el cuerpo acribillado de su padre. Por una extraña razón el chofer no había llevado al ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla a una clínica sino a su casa. Rodrigo, al verlo pálido y quieto, supo que su padre ya estaba muerto.

No son muchos los recuerdos que llegó atesorar de Rodrigo Lara Bonilla el joven Presidente de La Cámara quien a sus 42 años está decidido a ponerle un palo en la rueda a la implementación de los acuerdos de La Habana. Su padre no hizo otra cosa que apoyar desde el nuevo liberalismo el intento de diálogos de paz del presidente Belisario Betancur con las Farc. El mismo Belisario lo nombró el Ministro de Justicia más joven del país.

Los desencuentros con los exguerrilleros de las Farc del actual presidente de la Cámara no se limitan a la Carta enviada al Coronel Bernal para impedir que siguieran entrando al Congreso. A mediados de este mes fue invitado como penalista al foro Pactos Políticos para eliminar la violencia en la política en el Centro Cultural García Márquez. Iba a compartir mesa con el excomandante de las Farc Andrés París. Con desdén Rodrigo Lara Restrepo  no aceptó compartir con París y fue aún más lejos: dijo que no estaría con ningún guerrillero, a quien los tildó de ser los mayores generadores de violencia del país.

El fundador del nuevo liberalismo junto a Luis Carlos Galán, Rodrigo Lara Bonilla, como alcalde de Neiva, senador liberal y ministro de justicia, fue tal vez el primer político colombiano en oponerse a la narcopolítica que ya socavaba las bases del congreso colombiano en la década del ochenta. Desde que era bachiller del colegio Bolívar de Neiva fue un contradictor de los poderosos. Antes de cumplir 18 años militaba en el Movimiento Revolucionario Liberal, era un aguerrido líder estudiantil y a los 22 era alcalde de su ciudad. Un alcalde perseguido por la clase política tradicional. En el año 69 viajó a Francia, a estudiar en la Universidad de París Ciencias Políticas. Un año después de la Rebelión Estudiantil que tuvo contra la cuerdas al gobierno del general Charles De Gaulle, Rodrigo Lara reafirmaba sus convicciones viendo los grafittis que quedaban cerca a su casa y que quedarían grabados en su alma hasta su abrupto final: Défense d’interdir” (Prohibido prohibir), o el célebre Soyons réalistes,  demandons  l’impossible”  (Seamos realistas, pidamos lo imposible).

Regresó a Colombia y fue senador en el represivo gobierno liberal de Julio César Turbay Ayala. Su estadía en Europa le abrió la mente y lo hizo sentir cada vez más avergonzado su partido Liberal. Por eso le dio vida a un partido, Dignidad liberal, con el que llegaría al congreso en 1978. Las cosas en el país empezaban a ponerse álgidas. Diego Ascencio, embajador de los Estados Unidos bajo el gobierno de Jimmy Carter, advertía: “los narcotraficantes (colombianos) son tan fuertes, en términos de poder financiero, que podrían tener  su  propio  partido  y  pueden  ya  haber  comprado  y  pagado  diez  miembros del  cuerpo  legislativo”. Empezaba la narcopolítica. Peter Bourne, mano derecha de Carter. Elaboró un memorando donde acusó al propio presidente Turbay de tener vínculos con los narcos. Presionado por el llamado Informe Bourne, Turbay inició con las nefastas fumigaciones con glifosato, firmó el tratado de extradición,  los primeros convenios de cooperación militar con EEUU y un estatuto de seguridad que perjudicaría seriamente los derechos individuales y le daría alas al ejército para la degradación que terminaría en ejecuciones extrajudiciales, torturas y desapariciones. Se sembraba la semilla del paramilitarismo.

Rodrigo Lara Bonilla fue una piedra en el zapato para Turbay. En el congreso llegó a gritar en 1981 “La democracia no se defiende atropellando los derechos humanos”. Ese mismo día dijo “Ese argumento  de  la  guerra  sucia,  señores  ministros, que  surgió  en  el  cono  sur  para  justificar oprobiosas dictaduras, es algo que no se puede permitir en Colombia”. Turbay llamaba a la heroica Corte Suprema de Justicia, que terminaría chamuscada en la retoma del Palacio de Justicia cuatro años después, bandolera y subversiva. Rodrigo Lara seguía con fuerza señalando con fotografías y pruebas los asesinatos que cometía la fuerza pública en Caquetá, Cauca y Huila.

Su llegada al ministerio de justicia en el gobierno de Belisario Betancur fue una señal de lo que se vendría por delante. Desde el ministerio apoyó de manera  los diálogos de paz que sostuvo este gobierno en la Uribe Meta con las Farc de Manuel Marulanda Vélez y Jacobo Arenas. Creía que sin educación y sin justicia social, la idea de paz en Colombia era completamente inviable. Una de sus frases más famosas de esa época era la de “La lucha de las guerrillas  es  un  gasto  inútil  de  vidas, sangre  que  Colombia  debe  procurar  evitar (...) Si quieren derrotar a los partidos tradicionales,  ahí  están  las  reglas  de  la democracia”. Su tesón por llegar a un acuerdo de paz con las guerrillas campesinas contrastaría seriamente con la guerra que les hizo a las mafias que querían permear la política colombiana. Sus convicciones le costaron la vida

Las posturas de su hijo Rodrigo, 33 años después, en un escenario donde su padre dio las peleas más feroces, son casi antagónicas. La colectividad a la que pertenece se le han colado más de un político señalado de escándalos de corrupción e incluso de maridaje con el narcotráfico. Sus colegas en la Cámara han puesto en evidencia sus movidas para entorpecer el trámite de la JEP, a la que se opone su partido Cambio Radical, y ahora último a lograr una reforma política de fondo, capaz de abrirle la puerta a las voces minoritarias del país, una reforma a la que su papá, Rodrigo Lara Bonilla, le habría apostado todo.

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