Por qué el capítulo sobre la muerte del papá de Rigo es de lo mejor que se ha visto en años

Por qué el capítulo sobre la muerte del papá de Rigo es de lo mejor que se ha visto en años

Si había alguna duda de que Rigo es de lo mejor que se ha visto en los últimos cinco años, se ratificó con el capítulo donde se evoca el asesinato de su papá

Por: Lizandro Penagos Cortés
noviembre 16, 2023
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Por qué el capítulo sobre la muerte del papá de Rigo es de lo mejor que se ha visto en años

Si había alguna duda de que Rigo –la producción de RCN– es de lo mejor que se ha visto en la televisión colombiana en los últimos cinco años, se ratificó con el capítulo donde se evoca el asesinato del papá de Rigoberto Urán.

Si bien a la serie, basada en la vida del reconocido ciclista, se le mezclan algunos elementos de ficción para enriquecer la narración audiovisual, la escena central en la que llegan al lugar del crimen, es un verdadero homenaje a la buena televisión, que se había extraviado en repeticiones y biopics insulsos donde los libretos no hacían ningún aporte sustancial al contexto en el que desarrolló la vida de los protagonistas llevada a la pantalla.

La escena es tan conmovedora como pulcra. Todas las actuaciones –incluidos protagonistas, actores secundarios y hasta los actuantes, son impecables. Un Ramiro Meneses (Lucho Urán) con el desespero propio del hermano que llega a encontrarse con lo que no se acepta incluso cuando se tiene al frente. Un Robinson Díaz (Don Rigoberto de Jesús Urán) que hasta de muerto fue genial.

Estos son los negocios de Rigoberto Urán, el famoso ciclista y nueva estrella de RCN

Posición, facciones, maquillaje, etc. Una clase magistral de actuación, porque en televisión casi todos los muertos respiran. Un Juan Pablo Urrego (Rigo) que no llora, que no grita, que solo se desvanece, al que se le desencaja el rostro y se le pierde la mirada, en los recuerdos reforzados con imágenes. Hasta el amigo de Rigo, los policías, todos en la escena transmiten el dolor de una como tantas otras muertes, absurda e innecesaria.

Cámara lenta, música incidental, utilización pertinente del flash-black, una iluminación natural, pero con manejo adecuado de la temperatura; montaje por fragmentación unas veces, otras por contraste; y escenas paralelas que completan un universo que más allá del protagonista, refleja la realidad de un país sumido en todos los fuegos cruzados y aprisionado por todas las miserias que ellos provocan. Lo increíble es que aún en medio de las tenazas de la muerte y arropados por la tragedia, surgen ídolos, la mayoría de ellos anónimos. Hasta la extorsión al detestable Evaristo Rendón (Julián Arango) conmueve y completa el cuadro de un capítulo perfecto.

En la casa de los Urán –recreada con parte de la cuadra real en un estudio– Sandra Reyes (Doña Aracely Urán de Urán) de a poco se hinca ante la noticia de la tragedia. Como una virgen dolorosa, pareciera implorarle al cielo una respuesta por la pérdida del padre de familia cuyo vacío ha comenzado a sentir como una corazonada en el estómago, como un fuego abrasador que arde más fuerte mientras se extingue la vida de su marido.

Andrea Guzmán (Girlesa Gómez) y Ella Becerra (Berenice Urán), se funden en el vértigo frágil de los sollozos y los rezos, en la amargura apaciguada con las tazas de café, los vestidos humildes y recatados del luto, y la lucha interna por evitar la desintegración de los lazos familiares a causa de la violencia.

Por increíble que parezca, en esta familia y en esta serie, como en muchas familias y lugares de Colombia, sus protagonistas lo han soportado todo. Y se cuenta y se vuelve a contar esta tragedia nacional y aun así no deja de ocurrir. Y de nuevo el país se estremece, pero al día siguiente la vida continua y las luchas particulares no se detienen. Y millones de colombianos siguen llegando a sus refugios, reventados de perseguir el sustento. No se acuestan, se desmayan, para comenzar al otro día la tortuosa tarea de arrancar de cero. Como en El mito de Sísifo, del gran Albert Camus, elevan esa roca gigante desde la base de la montaña hasta la cúspide, para ver cómo una vez logrado el cometido, y atraída por una suerte de Ley de la gravedad de la vida, rueda hasta la planicie para tener que volver a empezar eternamente.

Desde que comenzó esta serie la teleaudiencia ha estado enganchada. Tiene un ingrediente primordial en Colombia: el humor. Un país como el nuestro no habría podido soportar tanta desgracia sin este ingrediente fundamental. Pero como aquí se critica todo, entonces se ha dicho que Rigo es ordinario y vulgar, que es más negociante de ciclista, que hizo plata a punta de groserías y toda una camándula verdulera de sandeces. Hombre por Dios, Rigo es un hombre humilde que, por su esfuerzo, perseverancia, disciplina y resiliencia, tiene derecho a disfrutar de un presente y futuro, mucho mejores que su pasado no tan lejano de pobreza, necesidades y sufrimientos. Y esta serie lo recrea con buenas actuaciones, buenas puestas en escena, buenas escenografías y locaciones, pero, sobre todo, con un humor propio del costumbrismo nacional que también se ríe de la desgracia.

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