¿Por qué el amor es una decisión y no un sentimiento?

¿Por qué el amor es una decisión y no un sentimiento?

La definición planteada por Jacques Lacan puede dar un buen indicio: “es dar al otro lo que no se posee”. Sin embargo, en estos tiempos modernos todo parece haber cambiado

Por: Marcos Velásquez
mayo 14, 2019
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¿Por qué el amor es una decisión y no un sentimiento?
Foto: Pixabay

Cuando Dwiner me hizo la pregunta, realmente yo no comprendí qué quería escuchar como respuesta. Por ello, le pedí el favor de que me explicara con calma nuevamente y él, para hacerse entender, me pasó a través de WhatsApp, un video diciéndome: “¡Mire esto! Lo que dice ese señor”.

Mi gran sorpresa fue encontrarme con Juan Jaime, el sacerdote escolapio que impartía los retiros espirituales del Colegio Calasanz, cuando yo estaba en noveno de bachillerato. De inmediato me llevó a esos momentos donde la sangre hierve, la libido está a flor de piel y la masturbación era el agite diario, cada vez que la mirada se encontraba con las feromonas de una niña de la edad de uno, que llegaban por las sutiles ráfagas de brisa suave hasta el olfato.

Dwiner Alejandro me señaló: “Él dice que el amor es una decisión, no un sentimiento. ¿Usted qué piensa? ¿El amor ha cambiado mucho en esta época?”.

Le pedí que me dejara ver con calma el video, para poderle responder. Y claro, Juan Jaime tiene razón, y quizá yo a los 16 años que tiene Dwiner hoy también estaría un poco confundido con esa frase, dado que sin importar la época, la edad del ser humano responde a una maduración psíquica que no depende de los avances tecnológicos, ni de las realidades políticas de una sociedad.

El problema está en que, en la medida en que la sociedad se torna cada vez más tecnócrata, todo lo que tiene que ver con la reflexión estética, filosófica o espiritual, e incluso, con el desarrollo social, saca de la órbita del discurso, el campo del amor como sentimiento.

Juan Jaime habla en el video de modo claro. El amor no puede estar supeditado a un estado de ánimo y tanto ayer como hoy, en la preadolescencia como en la adolescencia, lo que existe es estados de ánimo.

En esa etapa de la realidad psíquica de un sujeto, solo está presente una posición egoísta y narcisa de autosatisfacción. Por ello, la sobrevaloración de la imagen.

En esa edad, el sujeto estima que es bello, sí y solo sí, el otro lo reconoce como tal. Por ende, la realidad psíquica narcisista de un preadolescente o de un adolescente es tan frágil, dado que si su búsqueda de reconocimiento en el otro es aceptada por este, él o ella se sentirán bien consigo mismo, y si no es correspondido, los estados de ánimo pueden llegar a estados depresivos o a salidas desesperadas o estúpidas.

Lo que un preadolescente o un adolescente no tiene en cuenta, porque solo piensa en él y en su desenfrenado anhelo de tener a el otro como parte suya, es que el otro posee una historia completamente diferente a la de su enamorado, y está rodeado de circunstancias completamente ajenas, a los ideales de quien lo pretende.

En otras palabras, son dos personas completamente diferentes, tanto en su estilo de pensar como de actuar. Lo que los une es la atracción, que casi siempre es fantasmática. Es decir, que a ciencia cierta, nunca se podrá saber por qué uno le gusta al otro. De ahí, que muchos creen de manera errada en la preadolescencia o en la adolescencia, que el amor y la aceptación del otro para instaurar una relación, depende solo del gusto físico.

Cuando se trata solo de ello se está en el campo de lo banal y de lo efímero, lo que acelera de modo vertiginoso la culminación de cualquier tipo de relación, dado que una vez se prueba el gusto, ya pierde sentido el estar con esa persona, lo que empuja a seguir detrás de nuevas atracciones de modo desenfrenado, cultivando vacíos espirituales y malestares de placeres inconclusos o insatisfechos, dado que ese tipo de placeres sensuales no terminan nunca de colmarse, porque una cosa es el ideal y otra lo real que brinda el encuentro.

Juan Jaime dice que el amor “es una opción, es un comprometerse, es soportarnos, es sobrellevarse, citando a San Pablo”, y tiene toda la razón, porque está hablando de un sujeto maduro, de un sujeto que depuso los ideales y aceptó lo que hay.

No en vano pone el ejemplo de la madre, de la mujer que realmente ama a su cría y la acepta para toda la vida tal y como es, sin pedirle más a los ideales, sino aceptando lo que Dios o la naturaleza le entregó, en su condición de ser fructífero de vientre.

Por eso, el amor maduro es una decisión que empuja a una negociación.

Primero, personal, con los propios ideales, en el sentido de que se ha de ser honesto con uno mismo, para asumir que el otro es lo que es y no lo que uno esperaba, con el objetivo de no cargar al otro con la insatisfacción que a uno lo habita por no encontrar en él, el todo absoluto que se esperaba. Es decir, aceptar la frustración de que el otro ni lo es todo, ni lo tiene todo. Es solo el otro con el cual se cuenta.

Segundo, con el otro. Dándole a conocer que uno tampoco es el ideal absoluto que él espera. Y reconociendo que si se instaura una relación, el plano del amor ideal pasa a un estadio que casi siempre sale por la ventana, para dejarle paso a la convivencia de lo cotidiano, donde se han de hacer amigos de la rutina, y estar atentos, ambos, de no caer en la monotonía.

De otro modo, y volviendo a Juan Jaime, el amor es una decisión “para siempre y lo que no es para siempre, lo que no puede ser para siempre, no es amor”.

Dwiner quiere una respuesta sobre qué tanto ha cambiado, o si ha cambiado el amor en estos tiempos, en relación a los tiempos precedentes. Pues yo le planteo a él que, el amor siempre ha sido una construcción ideal, en la que muchos sujetos se centran de modo inmaduro.

Ideal, porque allí cabe todo lo que se desea. Allí se inserta todo lo que uno quisiera que el otro tuviera para uno estar completo. Pero esta posición es propia de un infante, de un sujeto inmaduro que cree que el otro es la respuesta a todas las faltas que a él lo habitan.

Es como si un niño se aferrara a la figura del padre como el gran superhéroe que siempre va a estar allí para salvarlo y resolverle todo lo que él no puede o no quiere resolver.

Ese sujeto es un inmaduro, dado que una vez se abandona la niñez, la caída de los ideales impone descubrir que el Padre es un ser humano más, con vacíos, miedos, incapacidades e incluso, imposibilidades para resolver muchas cosas por sí mismo.

Solo quien ama al padre tal cual como es y se asume como un sujeto que también tiene vacíos, miedos y le cuesta resolver algunas situaciones pero busca como ir hacia adelante, es un sujeto con la capacidad de asumir responsabilidades, de aceptar al otro y de entablar una relación de pareja.

Por eso, hoy prefiero la definición de amor planteada por Jacques Lacan: “El amor es dar al otro lo que no se posee”.

Pero si se trata de comparar las épocas y los cambios para responderle la pregunta a Dwiner Alejandro, sobre el amor, planteo que en estos tiempos tecnócratas hay más sujetos inmaduros, egoístas y narcisos que no se quieren comprometer con nadie, pero sí quieren que los complazcan.

Hoy hay personas que quieren posar para la selfie, pero no quieren asumir el costo de la escena. Quieren ganarse los aplausos y el reconocimiento, sin haber hecho absolutamente nada para merecerlo. Hoy hay personas sin compromiso, que desean que les carguen el malestar que ellas producen, sin tener que asumir ninguna responsabilidad con el otro.

¿Por qué se presenta este cambio? Porque hoy la palabra no tiene peso y el amor se confunde con placer. Porque hoy se quiere vivir sin asumir ningún costo. Porque hoy todo es más fácil, todo es más rápido y todo es desechable.

Porque el discurso de hoy expone una autocomplacencia en la soledad, que hace que el peso del otro estorbe y que solo importe la inmadura posición narcisista, donde cada quién es el centro de sí mismo.

Esto hace que ya no sea un artículo lo que venga como respuesta a Dwiner, sino un libro que explique cómo el lazo social se ha roto en el siglo XXI, a partir de la tecnociencia.

 

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