El hombre ha intentado controlar al mismo hombre, que muestra su faz de demonio, pero en realidad no ha podido. Los pecados capitales, estudiados en la biblia, tienen esa raíz humana que desborda los límites de la racionalidad.
La soberbia da lugar a que un hombre narcisista y con complejo de superioridad trate de alcanzar y aumentar el poder. Y le gusta el poder. Mata por el poder.
Uno lo ve en el caso del señor Maduro, que se pone vestidos y arandelas para parecer un rey del viejo cuño. Viene él de ser chofer de un bus y eso lo incita más. Se le sube pues la autoestima a linderos increíbles y miente y prepara todo para afirmar que son los otros los que mienten. Intenta hacer creer que él y su imperio son los buenos. Los demás -que si son los justos y los perseguidos-, son los malos. Y, por lo tanto, los persigue con saña.
Ha abierto dos cárceles adicionales y lo dice ante el mundo con orgullo. Es decir, está reviviendo lo que en época staliniana de la vieja Rusia se llamó el Archipiélago Gulag, en donde maltrataban en todo sentido a las víctimas, para establecer el miedo como sistema de gobierno. Si no le temes a Dios, témele a los maduros.
El mundo entero sabe que Maduro perdió unas elecciones históricas, que se celebraron el 28 de julio, fecha planeada con Estados Unidos como gestor, para encontrar un camino de paz y entendimiento que permitiera el retorno a las instituciones perdidas. Fue el denominado acuerdo de Barbados. Y por supuesto, desde el inicio de tales acuerdos siempre hubo un engaño de parte de Maduro. Él sabe gritar y alardea con su poder y su soberbia en un discurso agresivo de barriada.
Todo aquello de Barbados siempre fue un embuste para el buenón de Biden. Y para el mundo, por supuesto. Los chavistas acumularon veinticinco años de reinado, y ahora salen para otros seis, que se alargarán como los chorizos de la sarta. Y nadie puede hacer nada contra eso, que allá no sea contrario a derecho.
En la Organización de Estados Americanos se planteó el debate para que Maduro, que se autoproclamaba el elegido contra las evidencias que le daban la victoria a Edmundo González, mostrara los documentos de los resultados electorales. Y en esta América que uno juzga democrática, por unas abstenciones, se ahogó esa orden y, por un voto, que fue el de Colombia, el señor Maduro se impuso.
Fue allí cuando Petro, como el aprendiz de brujo de la vieja película y jugando en pro del dictador, obró solo mirando su propio futuro. Había actuado con la tranquilidad de los fulleros tramposos en un juego de póker.
Naturalmente, un dictador es enemigo de la democracia, aunque la proclama ardientemente. Y resulta claro que lo más grave es que el señor Petro, que ha estado moviendo la bandera de una constituyente sin una ley constitucional, es aspirante a esa misma rueda de la fortuna.
¿Qué debemos hacer los colombianos cuando el hermano pueblo cae en esa desgracia que lo lanza hacia un camino largo y sin esperanzas? Naturalmente que apoyarlo en todo lo que podamos, aunque al dictador le importe poco y haga valer como verdad su mentira.
De todos modos es preciso levantar la voz y las palabras contra la falacia y el engaño. Ese bravo pueblo debe imponer su derecho solo con su propia presencia. La democracia es esquiva y se escurre entre las manos de los indolentes.
Ah, pero es que detrás de aquella jugada del señor Petro se encuentra el sendero de la misma dictadura. Todo con el discurso mentiroso de la revolución contra la esclavitud y la desigualdad. De ahí que hay que estar prevenidos y atentos contra las voces fementidas de los embaucadores. Sí, de aquellos "personeros de milagrerías y loteadores de paraísos y nirvanas..." del Sueño de las escalinatas de Zalamea.
La democracia hay que cuidarla como la honra de las mujeres y de los hombres que tienen honor. El enemigo es ardiente y mata.
@BaronaMesa