La pasión por Nairo Quintana nació desde el mismo momento que despuntó, ganando a los 20 años el Tour de L'Avenir. Un periodista escribió una crónica hermosísima y nos lo contó todo: la enfermedad que casi lo mata a los cinco años, la subida todos los días a Arcabuco llevando en el manubrio de la bicicleta a su hermanita al colegio, la volqueta que lo atropelló, el impedimento físico de su papá. Nairo, con su origen campesino, tenía el aura de los grandes campeones del ciclismo nacional.
Nairo hace años no es el mismo que deslumbró al mundo en sus inicios. Su último podio en una gran vuelta fue en el 2017 cuando fue segundo del Giro de Italia. Nairoman desde entonces ha tenido problemas que lo llevaron a salir del Movistar. En el Arkea recambió sus metas y ahora se convirtió en un busca etapas, olvidando por completo sus ambiciones en la clasificación general.
No importa que no gane nada ya. La gente lo adora. Por estadísticas ya el joven Egan Bernal, a sus 24 años, lo supera. Pero Egan es un tipo de ciudad sin el aura de santidad que tiene el de Cómbita. Por eso no es lo mismo que gane Egan a que pierda Nairo. No existe en el país un Eganismo, en cambio el Nairisimo es la segunda religión de un país que ama a sus ciclistas.
No importa cuanto pierda, después de fugas épicas como la que hizo este domingo 4 de julio, la pasión por su nombre seguirá viva. A Egan se le respeta y se le quiere, hay orgullo alrededor de su nombre, pero la pasión que despierta Nairo ningún ciclista lo volverá a disfrutar.