El primer sicoanalista que puso el tema de los lapsus linguae sobre el tapete fue Freud, quien no estudiaba pacientes sanos, sino locos de remate en el manicomio del Hôpital de la Pitié-Salpêtrière, de París.
Según él, estos tropezones lingüísticos (hablados o escritos), son aportes del inconsciente que luchan por salir al flote hacia el consciente; pues reflejan la parte oculta de nuestros deseos y tendencias. De hecho, según el vienés, los lapsus son una herramienta muy válida que los psicoterapeutas han utilizado para navegar en la zona inconsciente de sus pacientes.
Este tipo de palabras “inhibidas” generalmente con un alto contenido erótico, desfiguran el lenguaje políticamente correcto que el individuo quiere utilizar, sin embargo; en ocasiones extremas; pueden expresar exactamente lo contrario de lo que inicialmente se deseaba.
Entonces para analizar este lapsus presidencial, vamos por partes, como decía el Destripador de Londres.
En primer lugar, el hecho de que la palabrilla hubiese salido deformada en las mismas profundidades del inconsciente presidencial podría significar varias cosas al tiempo: un estrés emocional muy profundo; quizás el orador no quería a su ministro tanto como pretendía explicarlo, pues le inspiraba temor y desconfianza o sencillamente tenía que soportarlo a causa de una inapelable orden divina.
El caso es que los colombianos empezamos a desconfiar de los afectos del presidente, desde el momento que quiso más a Avianca que al presupuesto nacional. También nos quedó un saborcillo agridulce en la boca cuando supimos que un individuo como él, con tan altas conexiones de la banca mundial, fue incapaz de llamar directamente al CEO de Pfizer o de Moderna y ordenar las vacunas que habrían salvado la vida del Ministro.
Entonces forzosamente llegamos a la conclusión que el presidente olvida a los colombianos que lo elegimos, ni sabe expresar palabras de amor porque nunca ha querido a nadie. Esto explica por qué no conjuga bien el verbo en cuestión.