De no haber sorpresas o sacarse algún conejo de su chistera, el candidato de los republicanos y presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, parece que perderá las próximas elecciones presidenciales a celebrar el 3 de noviembre de este año. Pese a todo, hay que tener en cuenta que el sistema electoral norteamericano es muy complejo, ya que los votos finales los otorgan los Estados a un colegio electoral conformado por todo el país, y que en las últimas elecciones presidenciales la candidata de los demócratas, Hillary Clinton, le sacó tres millones de votos a Trump pero perdió frente al candidato republicano porque obtuvo menos delegados de los asignados por los Estados. Clinton superó los 65 millones de votos frente a los 62 de Trump, pero solamente consiguió 227 delegados del colegio electoral frente a los 334 del actual presidente. Paradojas del sistema norteamericano, pero que ninguno de los dos grandes partidos ha querido reformar nunca y que acepta como legítimo pese a ser claramente injusto.
¿Podría repetirse un escenario parecido en estas elecciones? Cuando apenas queda ya tiempo de campaña electoral, las últimas encuestas señalan que la diferencia entre el candidato demócrata y el republicano son cada vez mayores, liderando Biden las mismas con una diferencia que ronda entre los ocho y los diez puntos a su favor frente a Trump. Por ejemplo, dos recientes encuestas señalan esa tendencia favorable hacia Biden: la de cadena de noticias ABC y The Washington Post le otorga un 54% frente al 42% del presidente Trump; y otra realizada por la cadena CBS y YouGov muestra que en dos estados claves, como son Michigan y Nevada, Biden lidera con 52% frente al 46% del mandatario estadounidense.
LA INFLUENCIA DEL COVID-19 EN LAS ELECCIONES
También está por ver la influencia que va a tener la pésima gestión de la pandemia por parte de la administración Trump, que no midió su verdadero alcance e incluso se negó a tomar medidas sanitarias urgentes, y el contagio del mismísimo presidente y su esposa, cuya actitud negligente e irresponsable no ha estado a la altura de la gravedad de las circunstancias. Negarse a usar la mascarilla protectora frente al virus era un gesto pueril, absolutamente innecesario y no muy propio de un estadista que debe mostrar a su pueblo un verdadero sentido de la responsabilidad frente a un amenaza, como la que estamos padeciendo todos en estos momentos en todo el planeta, que requería respuestas eficaces y didácticas.
Fruto de no haber tomado las medidas oportunas a tiempo y no haber definido una estrategia de contención de la pandemia, tal como le demandaban numerosos expertos e incluso asesores, el covid-19 se propagó masivamente por los Estados Unidos y más de ocho millones de personas se contagiaron. Además, como guinda de la tarta, la cifra de fallecidos es la más alta del planeta y ya supera los 220.000, en una tendencia que sigue al alza e imparable a merced de una errática gestión de la crisis sanitaria más grave en el último siglo. ¿Se podía haber gestionado peor la pandemia? Seguramente, no.
¿Cómo pueden influir estos trágicos datos en las elecciones presidenciales? Es un asunto central en la campaña y, evidentemente, tendrá su influencia en el voto de millones de norteamericanos, preocupados por la evolución de la pandemia y también por la crítica situación económica. El desempleo ya está rozando el 8% -datos de septiembre-, la caída del Producto Interior Bruto se prevé supere el 5% y miles de empresas, sobre todo las vinculadas al turismo, el transporte y el ocio, como ha ocurrido en otras partes del mundo, han cerrado sus puertas quizá para siempre. Los norteamericanos siempre han prestado una especial atención a sus cuentas y al estado de sus bolsillos, una preocupación muy bien resumida en aquella famosa frase de "es la economía, estúpido", que llevaría al candidato Bill Clinton a ganar las elecciones de 1992 frente a George Bush (padre), por cierto, uno de los pocos presidentes que no fue reelegido en el siglo pasado, en un escenario político que recuerda mucho al actual.
En estas circunstancias, y a tenor de los sondeos e indicios, revertir la tendencia favorable del candidato Biden no parece nada fácil para Trump, aunque algo parecido pasaba en las elecciones presidenciales del año 2016 y finalmente se impuso el republicano contra todo pronóstico, derrotando a las encuestas que le daban la victoria a Clinton y a unos medios de comunicación que le eran muy poco favorables. Trump, que rehuye los debates, se niega a ponerse la mascarilla protectora para evitar contagiarse y exhibe su supuesta inmunidad en actos públicos absolutamente contrarios a las más mínimas normas sanitarias recomendadas por todos los expertos, tiene poco tiempo para cambiar esta inclinación desfavorable que ya hemos reseñado anteriormente. Las encuestas no son las elecciones ni son resultados electorales, pero nos muestran una tendencia del electorado y por donde pueden ir los resultados el próximo 3 de noviembre.
En cualquier caso, estas elecciones están muy condicionadas por la evolución de la pandemia y por la gravedad con que la misma ha golpeado a la sociedad norteamericana, todavía padeciendola con intensidad y sin que aminore el ritmo exponencial en su crecimiento. Además, de producirse la anunciada derrota de Trump, sería un hecho histórico de una gran trascendencia, ya que el actual inquilino de la Casa Blanca sería uno de los cuatro presidentes desde el año 1900 en no ser reelegido y porque podría suponer, de ganar Biden, el regreso de los Estados Unidos a la escena internacional tras haber abandonado en estos años numerosos escenarios estratégicos para Occidente, tales como Oriente Medio, el Mediterráneo oriental, la OTAN e incluso Europa. ¿Será así? La respuesta la tendremos el próximo 3 de noviembre en las urnas.
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