¿Por qué dictadura allá y democracia aquí?
Opinión

¿Por qué dictadura allá y democracia aquí?

El Grupo de Lima que considera lo de Venezuela una lucha por la libertad, ¿diría lo mismo si un levantamiento auténticamente popular exigiera la salida de Duque, Bolsonaro o Macri?

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mayo 03, 2019
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La democracia es una palabra prostituida. Cada quien la usa a su conveniencia. Hay Centro Democrático, por ejemplo. Un partido de ultraderecha que nada tiene de centro y mucho menos de democrático, pues en sus propios estatutos se establece que la palabra final siempre la tiene el Mesías, el enviado de Dios. Allí no cabe el debate, ni menos la diferencia de opiniones. Se acata la voluntad del supremo mentor o no se tiene ninguna opción.

También se habla de democracia para el caso de Venezuela. Allá hubo unas elecciones presidenciales en las que la oposición tuvo candidato, con plenas garantías para hacer campaña. Se votó mediante un sistema electrónico, que, de acuerdo con la Fundación Carter, es completamente limpio, un ejemplo para el mundo. Y resultó ganador Nicolás Maduro Moros, con el 67 por ciento de los votos emitidos. Pero ahora se lo tacha de usurpador.

En cambio un personaje como Guaidó, a quien nadie eligió Presidente, que jamás se presentó a elecciones para mandatario, decide autoproclamarse Presidente y enseguida es reconocido como tal por el gobierno de los Estados Unidos. Poco a poco se suman a tal reconocimiento distintos países europeos y todos los gobiernos latinoamericanos sumisos a Washington. La voluntad expresada libremente por el pueblo venezolano no importa. Vale es lo que diga Trump.

Es democrático el gobierno que diga el presidente norteamericano. Es lo que cuenta. Y entonces éste, y sus aliados en el continente, que no son los pueblos sino gobiernos de turno elegidos sin la pureza del sufragio venezolano, deciden un buen día que se puede derrocar, por el medio que sea, ese gobierno que no es de sus simpatías. De inmediato todos los monopolios informativos se encargan de repetir tal versión una y mil veces, para que la gente se la trague.

Así que nos encontramos con realidades aberrantes. Se vale todo para tumbar al monstruo dictatorial. Como si no cupiera el menor cuestionamiento, el autoproclamado sin el menor apoyo ni voto popular, es presentado en todos los noticiarios y diarios del continente y fuera de él, como el presidente legítimo. Al elegido en elecciones libres se le llama usurpador. Y se repite de tal modo mañana, tarde y noche que quien se atreva a contradecirlo es un idiota.

El presidente norteamericano dispone desenfrenados ataques contra el gobierno que detesta, que de paso alcanzan con sus graves consecuencias a la población del país. Se lo bloquea económica y financieramente. No se le venderán materias primas, ni los productos elementales para la salud y la alimentación de sus habitantes. Que se mueran de hambre o enfermedad, que se levanten contra su gobierno y lo tumben por incapaz.

 

El presidente norteamericano dispone desenfrenados ataques
contra el gobierno que detesta,
que de paso alcanzan con sus graves consecuencias a la población del país

 

Aparte se financian subrepticiamente grupos desestabilizadores. Se les paga a infinidad de jóvenes para que generen desórdenes contra el odiado dictador. Se promueve la corrupción entre los militares y la policía. Se los incita a pronunciarse, a alzarse contra su gobierno con toda clase de promesas. Se patrocina el empleo de la violencia, que haya muertos, heridos, de todo ello se podrá culpar al gobierno usurpador y represor. Para que caiga más rápido.

Semejantes molestias tienen una razón fundamental. Trescientos mil millones de barriles de reserva de petróleo, el botín más grande que puede existir en el planeta, en manos de un gobierno que se niega a permitir que las compañías transnacionales hagan fiestas con él. Curiosa coincidencia, esas poderosas corporaciones son norteamericanas, contribuyeron con multimillonarias sumas a la elección del gobierno que ahora condena al dictador elegido democráticamente.

Por eso pasa lo que pasa. En el país de la dictadura, se pasea libremente el autoproclamado presidente generando los más sorprendentes desórdenes y sabotajes. Se corta el fluido eléctrico a la nación entera, y con él suministro de agua. Se trata de conseguir el desespero colectivo, la reacción irracional contra el gobierno al que se culpa de todo. Pero la obcecada población no se comporta como se ha esperado. Apoya su gobierno y lo defiende.

Entonces el autoproclamado se presenta en la madrugada a la vivienda donde se halla privado de la libertad, condenado por sus acciones terroristas pasadas, un líder reconocido de la acción contra el gobierno legítimo. El tipo no está en una prisión de alta seguridad, como debiera estarlo en un país vecino como Colombia. Y luego se pasea con él entre las ametralladoras montadas para balear cualquier reacción. Y llama al alzamiento general.  Y se abraza con sus cómplices.

El Grupo de Lima no considera eso intento de golpe de Estado, sino una lucha legítima por la libertad. ¿Dirían lo mismo si un levantamiento auténticamente popular exigiera la salida de Duque, Bolsonaro o Macri? En Venezuela no se producen como en Colombia, incontables asesinatos contra dirigentes populares. Ni las fuerzas armadas ejecutan impunemente ciudadanos desprevenidos. ¿Por qué hay dictadura allá y democracia aquí?

 

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