¿Por qué no desaparece el protagonismo de Uribe?
Opinión

¿Por qué no desaparece el protagonismo de Uribe?

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marzo 04, 2015
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De antemano la respuesta obvia a esta pregunta es que son múltiples las causas que hacen que el expresidente Uribe siga siendo el personaje más protagónico de la política colombiana.

Los exmandatarios en Colombia siempre han gozado de gran poder, o más exactamente de lo que los politólogos distinguirían como gran influencia, pero justamente porque tienen la capacidad de participar y hasta cierto punto de orientar los destinos de la Nación pero sin ser los personajes centrales del escenario, sin ser los más conspicuos o visibles actores de la vida pública.

Modalidades o formas de mantener la presencia y defender tanto sus ideas como su gestión las debe tener y las han tenido todos quienes ejercieron el gobierno.

Pero Álvaro Uribe no se ha contentado con ser un exmandatario y por el contrario se ha destacado precisamente porque, por contraste con sus antecesores, ha figurado casi más como  un eje activo y de permanente figuración en la escena nacional después de dejar el cargo.

Tres elementos (probablemente entre otros) aparecen como natural explicación.

Por un lado tanto su gobierno como su forma de liderazgo giran alrededor de la concepción del führer, del dirigente que responde a todas las expectativas y centraliza todas las decisiones. En la medida que como cualquier gobierno tiene seguidores, exfuncionarios comprometidos y ciudadanos beneficiados con una gestión, ante ellos su ascendencia y su vocería es cosa obvia. También un gran sector de nuestra población por diferentes razones —y como en cualquier país— cree en las soluciones de ‘derecha’, de autoridad y dependientes de la personalidad de los dirigentes: en ese campo no solo tiene toda la solvencia el expresidente, sino ante la ciudadanía no se presentan alternativas que le  puedan hacer competencia. Por eso mucha gente considera que a pesar de reconocer los grandes cuestionamientos que se le pueden hacer, las ventajas que ofrece pesan más; representa en ese sentido la voz cantante de esa línea entre nosotros.

Una segunda razón es que es la figura que sirve a los medios. Si le dieran el despliegue que correspondería a sus actuaciones, ni por el contenido, ni por la frecuencia, ni por la temática tendría la opinión pública motivo para estar informada y hasta cierto punto pendiente de lo que piensa o siente el personaje. Pero al fin y al cabo lo que hoy nadie discute es que si la opinión pública la reflejan los medios de comunicación es porque son estos los que la forman. Como negocio estos viven de y para su rating. Y nadie lo ha entendido y manejado mejor que el Dr. Uribe. Creo que pocos disputarían que es el ‘Rey del Twitter’, y que nada más fácil y efectivo como fuente de noticias que multiplicar lo que en esa red social aparece.

Pero hay una tercera razón que puede no aparecer tan inmediata pero que cada día pesa más. Álvaro Uribe no desaparecerá de la escena y del interés ciudadano hasta que no se produzca alguna clase de juicio a él personalmente.

Casos como los de Belisario y Samper pasaron por esa etapa y eso trajo o ellos tomaron las posiciones conocidas. La del Dr. Belisario Betancur que se retiró prácticamente del mundo político ante la perspectiva que su presencia inevitablemente giraría alrededor de dar cuentas del Holocausto del Palacio de Justicia; o la del Dr. Samper que siendo el jefe natural de una izquierda liberal no puede sino ‘colocar fichas’, mas no encabezar un movimiento que reivindique esa línea ideológica, pero al mismo tiempo no puede producir bajo su padrinazgo un relevo en ella.

La estrategia seguida por Uribe —probablemente porque los resultados en su caso pueden ser menos blandos o favorables— ha sido la de evitar un juicio y convertirlo en un tema político. Pero en la medida que quienes más de cerca siguieron sus directrices —y probablemente sus órdenes— van siendo juzgados; en la medida que la pirámide se acerca más a él como cúspide de ella; y en la medida que las sentencias de culpabilidad se multiplican porque en los fallos desaparece la presunción de inocencia, a esto también aplica aquello de que ‘todos los caminos llevan a Roma’. Unos fugados, otros sentenciados —incluso algunos medio injustamente como ‘chivos expiatorios’ bajo el eufemismo de ‘casos ejemplarizantes’— lo que aparece cada vez más claro es que no se puede pretender que ese gobierno podía ser una piscina donde el único que no se mojaba era el que ocupaba la cabeza.

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