Soy una optimista moderada. Sin embargo, estoy convencida de que, dado el momento histórico que vive Colombia, cada vez, somos más los que nos preguntamos cómo aportarle al País, a una Colombia que sueña de nuevo con una transición a la paz, con la inclusión y con la justicia social. Qué rol debemos jugar para ayudar a que cicatricen heridas de décadas de conflicto, de prejuicios, de olvido estatal a las regiones, de violentas fracturas en las ciudades y los barrios.
¿Cómo podemos ayudar para que los colombianos volvamos a creer?
Con esas y otras preguntas, regresé hace un año a Colombia. Después de 15 en el extranjero, era el momento de volver. Tuve entonces la fortuna de reencontrarme con Catalina Cock, de quien conocía los reconocimientos que por su compromiso social y ambiental le habían hecho organizaciones internacionales. En la redes, había visto conferencias que dicta alrededor del mundo, en las que habla con una enorme lucidez del poder de la resilencia y del valor de la empatía. Catalina, estaba ahora al frente de la Fundación Mi Sangre y se había convertido en la persona que potencializa la sensibilidad que con sus letras y su música, ha expresado siempre Juanes frente a la compleja realidad del País. Catalina era y es una especie de “brazo humanitario” que hace realidad el compromiso del artista, con niños, niñas y jóvenes víctimas de la violencia. Como seguro les sucede a muchos de ustedes, al principio, creí que la Fundación trabajaba principalmente con víctimas de minas. En calidad de corresponsal, en el año 2006, cubrí la noticia de Juanes interviniendo en el hemiciclo del Parlamento Europeo y sensibilizando en Bruselas a líderes del mundo frente a esta problemática.
Sin embargo la sorpresa fue grata al darme cuenta, de que gracias a los resultados obtenidos, el trabajo con víctimas de minas es hoy sólo una arista de un enorme pero coherente engranaje de trabajo para el postconflicto, trabajo que realizan a través de la convivencia y la reconciliación, retos que la Fundación divide en dos programas banderas: Educación para la Paz y Acompañamiento Psicosocial.
En las instalaciones del barrio El Poblado de Medellín, los jóvenes profesionales de la Fundación Mi Sangre, sin ahorrar esfuerzos y con un compromiso excepcional, se dividen las tareas y coordinan labores con sus colegas en Sucre, Bolívar, Antioquia y Nariño, donde la Fundación hoy tiene incidencia.
En una coordinada y sorprendente gestión, al equipo de economistas, psicólogos, filósofos, comunicadores, se le suman artistas y empíricos locales que surgen de las mismas zonas vulnerables.
Juntos han hecho que la Fundación se destaque por sus resultados, en la identificación y formación de líderes, y por la eficiencia para formular, gestionar y monitorear proyectos de alto impacto en zonas neurálgicas del País.
El rigor con el que la dirección timonea el barco, permite hoy llegar a más de 62.200 víctimas del conflicto armado colombiano que más que beneficiarias se convierten en entes activos, en protagonistas, de esta dinámica de cambio. Y la cifra promete crecer. El pasado mes de noviembre, la Fundación, fue la única organización colombiana en ganar una importante convocatoria del BID, para fomentar en los próximos 3 años el emprendimiento social juvenil, la creatividad y los derechos de los niños en situación de riesgo.
Confieso que soy optimista pero también escéptica. Me preguntaba qué tan comprometido estaba Juanes con esta misión creciente. Descubro entonces que no solo está pendiente de cada una de las evoluciones y logros de la Fundación, sino que, lejos de cámaras y periodistas comparte, en sus estadías en Colombia, con los niños, niñas y jóvenes que integran los programas. Los escucha y los impulsa en proyectos que les ayuden a descubrir su potencial como forjadores de paz. “A Juanes hay que atajarlo”, me dijo una vez Catalina, “pues quiere escucharlos uno por uno, se conmueve y quiere ayudarle a todos”. Durante los meses que estuve inmersa en la Fundación fui testigo de esta realidad y en una conversación con Juanes, entendí que su proyecto social es tan importante en su vida, como su proyección artística. “Sólo que a él no le gusta aparecer y todo lo que hace con las comunidades prefiere hacerlo con muy bajo perfil”. Doy fe del hecho. En un año, no he logrado que me permita publicar una entrevista sobre su “militancia humanitaria”.
Integrar, recorrer personal o virtualmente este esfuerzo es navegar en la acción y la esperanza. “Pazalobien”, “Soñar es un derecho” o “Teje la vida” son algunos de los nombres de iniciativas de la Fundación, pero son sobre todo un testimonio de que es posible que los niños, niñas y jóvenes que en ocasiones han vivido lo incontable, cambien las armas por arte, por instrumentos y aerosoles, que dejen de ser víctimas para ser protagonistas y que es posible, como dice Juanes, “entregarle a nuestros hijos y los hijos de sus hijos un País diferente”.
Hay muchas formas de unirse a la Fundación Mi Sangre. De sumarse al sueño de Juanes y de este equipo humano excepcional. Mi invitación es a que las exploremos.
Natalia Orozco
Cofundadora Las2orillas
Corresponsal en Colombia para RFI