¿Por qué comprar unos jeans en la Gran Manzana y no en San Victorino?

¿Por qué comprar unos jeans en la Gran Manzana y no en San Victorino?

Los viajes por Europa de Verónica Alcocer dejaron muchas preguntas sobre el gasto y su pertinencia en estos momentos de austeridad

Por: Juan Carlos Camacho Castellanos
septiembre 30, 2022
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¿Por qué comprar unos jeans en la Gran Manzana y no en San Victorino?
Foto Verónica Alcocer @Veronicalcocerg

Mientras se denostaba en contra de los tan necesarios y, aún, irremplazables recursos energéticos como el petróleo y el carbón y, sutilmente, se mostraba la atadura inmisericorde a la adicción a la cocaína como algo menos pernicioso (y hasta loable, válgame Dios) que el demoniaco transporte de alimentos o la infernal posibilidad de generar calor en los hogares.

Estos incoherentes se desplazaban miles de kilómetros en un avión de la Fuerza Aérea Colombiana (que no vuela por obra y gracia de paneles solares o por energía generada por el viento), luego de un desplazamiento a todo gas en vehículos blindados que son impulsados por combustibles fósiles que los llevaron (loa al privilegio presidencial) al aeropuerto de donde partieron a criticar al “excremento del diablo” como lo llamara el venezolano Juan Pablo Pérez Alfonso en su momento.

Pero no solo enarbolaron banderas contra los recursos energéticos, sino contra el consumismo y el capitalismo, olvidando que el reloj que lucía en su muñeca, sus inevitables “Ferragamo” y su amor por el buen trago son deslices burgueses que lo convierten en un hipócrita.

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Eso sin olvidar que su consorte se paseaba por las mejores boutiques comprando vestuario que ninguna “nadie” en Colombia de estrato 1, 2 o 3 (y hasta 4) puede comprar con sus limitados o exiguos recursos.

Por cierto, que la señora primera dama, tampoco dejó de asistir, con el pago inevitable de su paseo político fúnebre con recursos del Estado, al funeral de la Reina Isabel II (otro desliz burgués de estos representantes de la izquierda que nacieron del descabezamiento de la monarquía francesa y del fusilamiento criminal de la familia y del mismo zar de todas las Rusias).

Pero los fanáticos petristas se vienen lanza en ristre contra los que criticamos a su líder bien amado, al salvador de la humanidad que se plantó frente al “imperialismo” para cantarles las cuarenta en el hemiciclo de la ONU.

Nos lanzan insultos variados y se desahogan en redes sociales con frases como “y que quería ¿qué se fuera caminando hasta Nueva York?”, pues no, pero ¿No hubiera sido menos costoso y, más sano para el medio ambiente, haber hecho una videoconferencia ahorrando los millones en transporte, el consumo de combustible y el alojamiento en hotel 5 estrellas que costaron los minutos de discurso de campaña que Don Petro lanzó en la ONU?

Y, respecto a Doña Alcocer, mientras su conyugue criticaba el capitalismo y el consumo, ¿no era mejor tener un bajo perfil y comprar, más bien, en Colombia unos buenos jeans que fabrican con gran experticia nuestras empresas textiles?, es más, ellos, que representan a los “nadies”, ¿Por qué no van y compran en San Victorino, en el madrugón, que les queda tan cerca de la casa de Nariño?

Pero es que ellos son los incoherentes (no sé si por ignorancia, por estupidez o porque sencillamente son perversos). Uno ve a estos izquierdistas de estrato alto reunirse en convites (no puedo olvidar la propaganda de los actores que se tomaban un buen vino y degustaban un delicioso almuerzo mientras convencían a mucho ingenuo de que “Petro era el cambio”), pasear en automóviles de alta gama en EE. UU., disfrutar de las tiendas de diseñador, usar ropa de marca, tomar whisky 18 años, celebrar con champaña o degustar unos canapés de caviar.

Mientras le piden al pueblo (esa maltratada y usada hasta el cansancio masa de votantes) que voten por estos salvadores de la patria, representantes de la progresía colombiana (con toda su carga de idiotez que va desde el maltrato del idioma junto a la ideología de género que les permite tomarse cualquier minoría para apropiársela con oscuros fines políticos).

Son esos incoherentes que destrozan medio país para protestar por una reforma tributaria mientras se quedan callados cuando les clavan otra del mismo calibre.

Son los jóvenes que quieren todo gratis sin entender que eso se lo pagan los empresarios a los que tanto odian. En fin, que los incoherentes son o el grupúsculo burgués que creen el cuento de hadas de la “justicia social”, o un montón de alumbrados a los que les han metido en las cátedras universitarias la utopía marxista con su adobo de progresía (ese pastiche de ideas de lenguaje inclusivo e ideología de género).

Y son incapaces de tener un poco de sentido común que les permita ver que el desarrollo económico basado en el trabajo y la innovación son la clave de la verdadera riqueza que nos ayudará a salir de este subdesarrollo a que nos han condenado los populistas y los demagogos.

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