Un primero de junio hace dos años, el titular del periódico El Universal abrió con la fórmula: "¿por qué celebramos el cumpleaños de Cartagena?". Sin embargo, es más que evidente y clarísimo que muchos hoy, dos años después, aún nos hagamos esta misma pregunta. ¿Por qué celebrarlo? ¿ Por su libertad? ¿Por su independencia?
Qué heroísmo puede existir cuando aún la cartageneidad, después de tantos años, no ha salido del yugo de la corrupción; la miseria en las periferias; la violencia de esquina a esquina; la inequidad social; la mezquindad del interés privado sobre el común; la precariedad en infraestructura hurtada en contrataciones de cartel; la niñez y juventud desescolarizada —perdida en batallas de pandillas y hambrienta en los semáforos—; los planteles educativos vueltos chicha; el turismo cada vez más sexual y excluyente— un marketing hotelero de unos pocos—; la precariedad e insanidad en los centros hospitalarios; las muertes injustas por falta de UCI, así como de medicamentos; la desconfianza excesiva en los organismos de control; la inseguridad desbordante; los costos de vida estratosféricos; la psicosociolculturalidad cada vez más enterrada; el casi nulo sentido de pertenencia de sus habitantes hacia el medio ambiente... una cartageneidad que se desvanece cuando se vende la consciencia en las urnas a cambio de paquitas de arroz, entre otros desdenes más que por tristeza e indignación no quiero mencionar.
¿Qué podría salvarse o peor aún celebrarse de todo este derrotero? El 1° de junio de 2021, tras los azotes producidos por la pandemia, por el huracán Iota, por un mediocre liderazgo gubernamental local y por todas las consecuencias que pueda traer consigo los difíciles momentos que atraviesa el país, francamente, las razones abundan para que esa celebración de fundación de Cartagena, sea cuestión de un segundo plano. En otras palabras, es un sinsabor de muchos de sus habitantes —los comunes, los verdaderos, los vulnerados— que impide sentir orgullo de celebrar cumpleaños de la Fantástica de Vives.
Pese a ello y a mucho más, aún hay esperanza en que todo esto cambie, que la involución no siga, que la justicia social sea alguna vez funcional y que el branding social sea de progreso y nunca mas jactancioso de promos, payasería, corrupción y promesas electorales llenas de falacias de revista. Con mi vista desde la academia, insisto aún este anhelo, deseando que el cambio se viva pronto y que jamás se convierta en uno condenado a la desaprehensión como siempre lo muestran los índices económicos y de opinión, dado que la cartageneidad día a día duele más.
Esta vez son 488 años y no hemos dejado de ser esa desolada aldea Calamarí.
