Ese carro, como la mayoría de primeros carros de cualquier familia colombiana, al que ya le han hecho hasta películas, también tenía nombre. El 29 de agosto del 2024, mi cuñado fue secuestrado y le robaron el vehículo que manejaba.
Hoy hacen cinco meses de lo sucedido. Los escritores a veces tenemos por costumbre engavetar historias esperando que el tiempo haga lo suyo. A veces deseando que la distancia nos permita ver con una emoción menos pasional lo narrado. A veces, y este es el caso, para poder soltar y volver al recuerdo sin ese mimo dolor.
Tiene las rodillas curtidas, la cara ñacarosa, el pelo enmarañado y unos 8 años. Dice: —déjenlo, lo van a matar y Dios los va a castigar. —esa niña es el futuro de este país.
El 29 de agosto del 2024, mi cuñado fue secuestrado y le robaron el vehículo que manejaba. Esto ocurrió un día antes de ir al lanzamiento local de un libro que se llama “Morir es un país que amabas” dedicado a los 413 líderes asesinados. “Un libro que nunca debió existir y que sí existe es porque cuando digan que eso no existió, que nunca pasó, será la obra de ficción poética, de realismo mágico, más bella que existió”. Lo anterior, es parafraseado de los murmullos que escuché aquel día, y ahora los comparto.
Ese carro, como la mayoría de primeros carros de cualquier familia colombiana, al que ya le han hecho hasta películas, también tenía nombre. Podría hacer un listado de momentos únicos vividos sobre las 4 ruedas del “TittiMovil”, pero quienes tienen un Suzuki S-presso saben que no hay espacio para romanticismo. Además, S-presso, no leí las señales quizá.
Cuando llegó mi cuñado a la casa todo golpeado, lleno de tierra, y con la moral a rastras después de pasar 6 horas a disposición de unos analfabetos, acuso esto porque no pudieron ni escribir bien para extorsionar siquiera, vemos la importancia de la educación; como en todo sistema, y este no es la excepción, existen jerarquías: la mente criminal es una y los obreros todos.
Lo primero que nos contó es que con un arma sobre la sien le pidieron llamar a la hermana para decirle que unos policías se le iban a llevar el carro a los patios, si no consignábamos $150.000 a una cuenta de Nequi. Hace un año nos habían parado porque no teníamos el SOAT al día, y nos ayudaron, si los ayudábamos, no se nos hizo extraño repetir la historia, en este país todos la repetimos, todos nos ayudamos, algunos con una transferencia, otros con un contrato.
Mientras nosotros aguardábamos a su regreso viendo por la ventana después de haber consignado, vimos que el día se acabó con un bello, pero amargo atardecer, fue cuando comprendimos que en definitiva algo no andaba bien.
El manojo de nervios y la incertidumbre robaron todo el aire de los pulmones de mi esposa cuando la novia de mi cuñado le envía un mensaje diciéndole, que al hermano, le habían robado el carro, dejándolo tirado y golpeado en el malecón de Barranquilla. Solo la abracé. Uno no sabe cómo reaccionar frente a estos temas, uno vive su vida viendo la de los demás como una película a través de todo tipo de pantallas, algunas de comedia, otros de drama, muchas de terror, pero uno, de esas, no suele ser el personaje principal, hasta que un pequeño alfiler pincha la burbuja personal.
Recurso que mi cuñado llegó con temor en sus huesos, la mirada perdida e intentando respirar otro aire, un abrazo lo hizo sentir en el lugar en el que estaba, en casa. Ya no tenía que seguir luchando para demostrar que su vida tenía valor. ¿Pero qué es el valor? Siempre les he dicho a mis estudiantes de marketing que es algo distinto al precio. Mi cuñado es de valor, el carro solo tenía un precio, pero no me malentiendan, un precio que como a todo colombiano promedio nos ha costado mucho poder seguir adquiriéndolo, porque en realidad, el carro sigue siendo del banco, a pesar de no tenerlo, lo seguimos pagando. Lo sacamos a crédito, también, como lo hace todo colombiano promedio.
Mi cuñado nos contó con una renuncia estoica en la mirada que casi no suelta el timón del vehículo, como si con pegarse y fusionarse a este, no fuera a pasar nada, como si al aferrarse al carro estuviera agarrando el pulgar de su papá como un recién nacido, o estuviera jalándole el pelo a su madre mientras se siente caliente y protegido en su seno, como si de repente fuera a despertar creyendo que todo fue una pesadilla, como si por no soltar ese #$”%&/ timón no lo fueran a golpear, a joder, maldecir y hacerlo sentir tan pequeño que, forcejear hacía que su memoria se fuera a una pelea del patio en el colegio. Pero no, no era nada de eso, no era un sueño. Los golpes, las cadenas en las rodillas, los vituperios y ver penetrar el polvorín y unos cuantos rayos de luz a través de las tablas de una casa hechiza y esa niña diciendo “déjenlo, lo van a matar y Dios los va a castigar”, se lo demostraron, le recordaron que estaba atrapado en su cuerpo, y que por más que quisiera escapar, si no se quedaba quieto, solo el alma saldría huyendo despavorida. “Quédate quieto y no te vamos a matar” le decían, como si fuera una posibilidad.
Mientras lo escuchábamos movíamos la info del robo con amigos y en redes sociales. Llegaron al cabo de unas horas dos investigadores de la Fiscalía para tomar relatoría de lo sucedido y hacer la denuncia. Nos dijeron que les contáramos la verdad de los hechos, para podernos ayudar, de nuevo la misma historia, y eso hizo: “fui por una guaya a la 38, y de regreso a casa, como todo colombiano promedio, abrí la aplicación pensando que la sitúa está difícil, que llevo un mes en casa de mi hermana y nada que sale trabajo, y desconociendo la ciudad, porque vengo desde la perla de América, tomé en el camino a casa, a una persona que, en el momento en que abrió la puerta del copiloto, no sacó una sonrisa, sino un arma gris”.—¿conoce de armas?—le preguntaron, yo tampoco sabría diferenciar de una automática a una hechiza o un revolver, y menos si la tengo justo en la sien.
Al terminar la relatoría lo acompañé al médico, ya era la medianoche, después de unas horas de incertidumbre y un suero en su muñeca, tuvimos que desistir y firmar retiro voluntario, lo transferirían a Barranquilla, desde Puerto Colombia, y podría tardar toda la noche para que el sistema aprobara el traslado y nuestra urgencia, era primero cumplirle a medicina legal, y terminar la denuncia.
Yo había llamado el mismo día de los hechos al seguro para pedirles apoyo y asistencia, ellos me pidieron enviarles la documentación, que supondría, que al pagar con juicio por más de tres años, en algo ayudaría, y ¡oh sorpresa! Sí, efectivamente el seguro es todo riesgo. Pero qué implica eso de todo riesgo, siempre hay que leer la letra menuda. Durante un par de días sentí el respaldo, estaba tranquilo de hacer las cosas bien hechas, seguir los protocolos. Por unas horas sentimos que estábamos amparados por un sistema que investiga para no repetición, quizá no reparación; a la vez que un seguro nos daba a entender quemo había de que preocuparse, que lo pagado hasta el momento no importa más que el futuro, que sería posible saldar la relación con el propietario real del vehículo: el banco, y si quedaba algo, se podría, o por lo regular, es la ruta casi obligatoria, usar el dinero para volver a empezar de ceros, esa misma relación, con un 0 km, es decir, endeudarse de nuevo para empezar de nuevo. No repetición, no reparación.
Con eso logré dormir dos noches tranquilo a lado de mi esposa, mientras mi cuñado seguía escuchando a la niña decir “déjenlo, lo van a matar y Dios los va a castigar”, en un sopor de sudor frío. A la mañana siguiente, llamé a una prima que trabaja en su propia empresa de seguros. Después de narrarle los hechos pidiéndole una guía para la zozobra, se me revuelve el estómago cuando me dice que revise las cláusulas, que si mi cuñado desempleado aceptó una carrera, que si eso quedó en el relato de la fiscalía, que si ya lo había enviado, existía la posibilidad de que el seguro no aceptara responsabilidad, ya que se presume que el uso del vehículo, no fue para un uso particular y familiar, ¿qué es particular?, ¿qué es familiar? Como somos familia, él nos hizo el favor de comprar la guaya, como es un humano particular, como un colombiano promedio, desempleado, buscó unos pesos, pero lo que nos quiere decir la letra menuda es que el sistema discrimina el robo particular, al comercial, y la vida de una persona vale menos que las tenencias de las cosas, de ahí la guerra eterna de este país por las tierras y a costo de sangre de miles y despojo de millones.
Desconocía el sentimiento real de incertidumbre hasta este día. Nunca había sentido que a nadie le importamos, me sentí colombiano, uno de verdad, como a esos 413 líderes asesinados y tantos más hermanos de patria boba que andan por ahí, protagonistas de su película. No repetición, no reparación, no responsabilidad. ¡Ah! Pero si nos caemos en una cuota del banco, por no pagar un carro que no tenemos....
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