Cuando ingresé al salón Constitución del Capitolio Nacional, recinto donde recién habían depositado el féretro con los restos de la senadora Piedad Córdoba, se oían los lamentos de mujeres negras que lloraban su pérdida, al tiempo que el eco de un tambor resonaba con ritmo luctuoso. Un grupo apretado de camarógrafos y equipos de prensa procuraba captar la mínima novedad para los noticieros de radio y televisión.
Cerca al ataúd, a un lado y otro, distinguí a algunos políticos presentes. De izquierda, como era de esperar. Sobre el ataúd había flores y un par de grandes retablos en los que se exhibían sendas fotografías de la senadora luciendo ropa de colores y sonrisa vivaz. Afuera, en la Plaza de Bolívar, a la entrada del edificio, bajo un sol abrasador, un grupo de seguidores esperaba la autorización de la Policía para poder ingresar.
La mayoría de ellos eran negros, mujeres y hombres de rostro compungido. La delegación del Centro de Pensamiento y Diálogo Político, Cepdipo, de la que yo hacía parte, había logrado entrar gracias al agendamiento previo del despacho de la senadora Sandra Ramírez, de Comunes. Olga y Briguidh preservaban un especial afecto a la senadora fallecida. Una por su época mutua en la Marcha Patriótica, la otra por la solidaridad recibida cuando estuvo en prisión.
Un deber político, moral y humano nos había conducido allí. Era tal el desprecio mostrado por sectores de ultraderecha hacia la difunta, que el más elemental sentido de la decencia movía a manifestarle respeto. Sobre todo, la odiaban por sus relaciones con dos actores políticos, las Farc y Hugo Chávez, actores emblemáticos que encarnan al prototipo del pueblo latinoamericano cuando se rebela y adquiere merecido prestigio.
Recuerdo que, empezando el primer gobierno de Álvaro Uribe, Piedad Córdoba ocupaba, por una de esas jugadas del destino, la jefatura nacional del Partido Liberal. El rival a la candidatura de Uribe había sido precisamente el liberal Horacio Serpa Uribe, caracterizado por sus simpatías con la izquierda, así que este partido perdedor se había declarado en oposición. Piedad Córdoba la ejercía con un coraje excepcional.
Que seguramente mortificaba a César Gaviria, muy en el fondo proclive al uribismo. Esa oposición cerrada a la política de seguridad democrática fue la que terminó consagrando a Piedad Córdoba como una excepcional líder alternativa. Era mujer, negra, radicalmente antiuribista, en un momento en el que toda la clase política tradicional tendía a arrodillarse a los pies del mesías para lamérselos con mansedumbre. Allí germinaron las antipatías del establecimiento contra ella.
¿Qué hizo Piedad? Levantar la bandera de la paz en un país en el que todos aplaudían el discurso de la guerra
¿Qué hizo Piedad? Levantar la bandera de la paz en un país en el que todos aplaudían el discurso de la guerra, atreverse a viajar a los campamentos de las Farc para proponer fórmulas de liberación a secuestrados, y un acuerdo humanitario que permitiera la libertad de los prisioneros de guerra de uno y otro bando. Encabezar el movimiento de Colombianos y Colombianas por la Paz. Gestionar con Chávez y otros gobiernos vecinos ayuda para poner fin al conflicto colombiano.
La acusan de haberse convertido en mercader, cobrando comisiones por gestionar en Venezuela el pago a empresarios colombianos por sus exportaciones. Al parecer una conducta miserable, olvidando que toda la clase política tradicional ha edificado su fortuna y aparatos políticos, cobrando comisiones por cada contrato público celebrado a escala local, departamental, nacional e internacional. Y en realidad, ningún pobre tiene la culpa si un hermano le sale traqueto.
Como si fuera poco, la odiaban también por su color. Una negra reconocida y famosa resultaba insoportable en los salones del poder. Lo vive hoy Francia Márquez. Su saga me hace recordar al negro Benkos Biohó, el esclavo que se rebeló en el Caribe a comienzos del siglo XVII. Fue tanta la fuerza de su movimiento, que las autoridades se vieron obligadas a negociar con él y sus cimarrones. Benkos entró a Cartagena, vestido como español, y se paseó orondo por ella.
Fray Pedro Simón nos contó la historia. Semejante afrenta tenía que ser cobrada. Nunca un negro podía ser como un europeo, así que lo asesinaron poco después. La larga cola de gente negra que esperaba ingresar al capitolio para rendirle homenaje a su líder me hizo pensar también en la dignidad de los negros surafricanos, que se atrevieron a denunciar por sus crímenes contra la humanidad al estado sionista de Israel y su primer ministro Netanyahu.
Alemania, el primero entre otros gobiernos de la Unión Europea, saltó veloz en defensa de Israel. Y entonces otros negros, los de Namibia, le recordaron el genocidio cometido contra ellos por ese país a comienzos del siglo XX. Y nuevamente Sudáfrica anuncia otra demanda contra los Estados Unidos por complicidad en el genocidio palestino. Me gusta esa gente, que reclama justicia ante la arrogancia de los poderosos, que no se calla. Como Piedad, África y Palestina.