En últimas, soy cuerpo humano en el intento de diferenciarme del eslabón perdido, darwinista, de los animales.
Cuando decimos persona, hay que tener en cuenta que el término es de origen griego y significa “máscara”, vale decir que no podemos ver al otro como es, ni los otros pueden vernos como somos. Extraña forma de teatro en las sociedades contemporáneas.
Soy cuerpo, repito, cuerpo nocturno y cuerpo diurno, prensado en los rodillos de la cultura dominante, cuerpo alquilado al Estado, al capital o al dueño de la fábrica, cuerpo burócrata, cuerpo para los falsos positivos, cuerpo castigado, sin poder salir de la cruel condición de escarabajo en que me dejó Franz Kafka.
Con frecuencia la ideología me hace sentir cuerpo supermán, cuerpo Hércules, cuerpo Sansón, menos cuerpo Gerónimo, Lautaro, La Gaitana o Espartaco.
Como ciudadano me siento extraño en los espacios societales en que me toca vivir, mejor dicho, sobrevivir, tanto que las relaciones de trabajo que soporto, el limitado espacio público institucional que disfruto, la democracia convertida en sainete electoral, me ha mediatizado y me resulta extraña y desnaturalizada.
¿Acaso soy un ángel caído, un objeto mutilado, un lisiado moral? ¿O seré un cuerpo donde reposa un idiota funcional? Tiene razón McLuhan cuando nos dijo, antes de partir, que somos damnificados de los poderosos medios de comunicación, pues yo siento que obro con, por y para ellos, cuando hablan de autonomía y libertad de información.
¿Ciudadano? No. Consumidor. Soy el arquetipo del cliente, usuario y comprador. Vivo para el consumo y la expectación, pertenezco subjetivamente al partido “consumista”, donde me repliego como gastador compulsivo, atormentado por el mito de la razón triunfante: el mercado.
¿Ciudadano titular de deberes y derechos? Sospechosa manera de ser protagonista de la acción política, cuando apenas soy objeto, no sujeto, de relaciones sociales opresivas. Cuerpo forjado para pasar la vida diciendo sí. Cuerpo genuflexo, amante de reclinatorios, aceptando uniformes ideológicos y vestidos homogéneos.
Soy cuerpo que vive como Alicia en el país de las maravillas, sin que me perturbe el hambre de los desamparados. Cuerpo que, con ínfulas de ciudadanía, sostiene las banderas de la libertad, cuando es evidente que la dominación ha taponado todas las alternativas de fraternidad, justicia y paz.
Cuerpos para la industria farmacéutica, las multinacionales que crean, mantienen y perpetúan enfermedades con el objetivo de acumular ganancias. Cuerpos que no deben ser sanados.
Cuerpo soy, moldeado por artilugios de la racionalidad instrumental. Cuerpo educado por la Mujer Maravilla, cuerpo consumidor de mitos, de espiritualismo tardío, de frasecitas de Paulo Coelho y Walter Rizo, útiles para apuntalar la autoestima y salvarse de naufragios interiores.
Hago parte de los cuerpos blancos, negros, indígenas, zambos, amarillos y mestizos que descendieron de los árboles en búsqueda de humanización y, ahora, caminan cabizbajos en el mundo de la civilización digital.
Y como cuerpo, a veces, no recibo los justos frutos de mi trabajo, no tengo siempre tiempo para la recreación lúdica, el estudio y el placer de sentir la vida a plenitud. Y todo, porque no soy cuerpo emancipado de la mercantilización.
Hago parte de los cuerpos que se compran, que se venden, que sostienen cuerpos que no trabajan, que no tienen tiempo para amar, ni para aprender a amar, cuerpos con valor de uso y valor de cambio. Cuerpos discriminados por su condición de género, cuerpos que rechazan y desdeñan otros cuerpos, porque prefieran los cuerpos estándar del binomio hombre mujer.
Y cuando soy cuerpo de clase media, sándwich social, tampoco me va muy bien, pues debo realizar tareas como empleado, funcionario o asalariado para mantener la holganza de los empresarios y los cuerpos de los gobernantes.
Hay cuerpos para la servidumbre voluntaria, obedientes, disciplinados, cuerpos para hacer le guerra, cuerpos para hacer y deshacer el amor, como Penélope.
Cuerpos mediatizados. Eso somos nosotros. Cuerpos sometidos a cirugías, morales, sociales y políticas. Cuerpos que esperan a cirujanos para que estéticamente les prolonguen la vida, en un pobre intento de desafiar la inmortalidad.
Hacen falta cuerpos para la sensualidad y el júbilo, que restauren la dimensión creadora de la alegría, que la rutina opresora destruye o intenta destruir.
Trabajar por la justicia para los cuerpos, con políticas públicas de equidad, de una democracia radical, es un reto para crear desarrollo humano soberano, sin alienación religiosa, política y social, que abra los caminos para la liberación de los cuerpos oprimidos, sujetados, vencidos y reprimidos de nuestra sociedad, lo que implica construir un proyecto de largo aliento para vivir en la sociedad que corporalmente queremos.
Salam aleikum.