Septiembre 22 de 2019.
Hola, papá.
Nueve años pasan muy rápido, ¿no? Es increíble, lo pienso y aún no logro asimilarlo del todo. Para mí es en ocasiones como si todavía estuviera alejado por alguna misión, y tengo entonces la impresión de que en algún momento me va a mandar llamar, que voy a emprender la larga caminata y entonces lo voy a volver a ver. No sabe lo mucho que me lo imagino y lo que me gustaría que eso fuera verdad.
Usted lo sabe, porque le tocó siempre una vida dura, pero en ocasiones es muy difícil que hablen tanto cuando ni siquiera lo conocieron. Entiendo lo que hizo la guerra pero en muchos casos me gustaría sentarme a hablarles para contarles quién era mi papá. Lo bueno y lo malo, pero sobre todo ese ser humano que quería un mundo mejor, al que conocí, algún día, cuando la abuela me llevó por primera vez al campamento, y yo, al pensar que usted era policía le dije el famoso “policía no”, que lo hizo reír tanta veces cuando echaba el cuento. O cuando se le escondía a Mauricio, que le tenía prohibido comer harinas y usted se las ingeniaba para terminar en la Rancha con la pega del arroz listo a salir corriendo porque le tenía pavor a la voz de de Mauro preguntando usted dónde estaba.
Y vea, papá, que eso es algo que he aprendido, debemos escucharnos. Colombia es un país extraordinario que es capaz de acabar el monstruo de la guerra a pesar de sus diferencias. He encontrado en todos los sectores políticos y económicos, algunos que inclusive nos adversaron, voces de solidaridad, respeto, comprensión y ganas de construir un mejor país. Hay diferencias evidentes y otras que solo han necesitado de una tomada de tinto para arreglarlo. Inclusive, en las discrepancias más grandes, he entendido que podemos llegar a acuerdos con respeto. Es decir, nos estamos dando cuenta que son cada vez menos los que quieren la guerra y los que se benefician de ella.
Le escribo porque me hace falta hablarle y consultarle si vamos por buen camino. Mire que ha habido momentos difíciles, a pesar de que en este viaje he conocido gente muy bonita, aun pareciera que algunos se empeñan en devolvernos a la guerra porque al parecer solo viven del miedo. Menos mal le aprendí que nunca debe ser el miedo lo que origine nuestras acciones, sino los sentimientos más profundos que llevemos arraigados en el corazón.
Como solo han aprendido a odiar, creen que es lo único que hay en la vida. Pero No seré yo el que va seguir reproduciendo venganzas, odios o deseos belicosos. En la Colombia que en ocasiones pareciera condenada a repetir su historia de Cien Años de Soledad, le confieso que tengo esperanza en toda su gente. Amor con amor se paga. Tal como usted me enseñó, si queremos la paz, estoy dispuesto a sentarme a hablar con todo el mundo, a dialogar y edificar de cero si es preciso, porque somos nosotros los colombianos los que tenemos el deber y fuerza moral para que nuestro país sea ese sueño que todos hemos tenido desde siempre. Los que quieran Paz, que vengan con nosotros. Porque para la guerra Nada.
Igual estoy sorprendido. Esto que estamos viviendo no se me ocurrió ni en las imaginadas más grandes que uno tenía antes de dormirse al amparo de la selva. ¿Se acuerda, papá?, ¿cuando uno llegaba cansado de marcha que se acostaba y antes de dormir soñaba con cómo sería otra vida o qué nos depararía el futuro? Pues esto no me lo imaginaba, se veía tan difícil que a uno como que le daba cosa soñar con algo tan bonito como la paz. Como le he confesado a la mayoría, siempre pensé que me moriría en el monte y no lo digo con tristeza, yo soy muy consciente de lo que hacía y que si me iba a morir, lo haría por mis ideas. Y ahora en este momento, entonces tengo que decir con orgullo que por la paz de Colombia es válido poner en juego hasta la vida misma.
Ojala esté orgulloso, he cometido mis errores, me conoce, pero le juro que estoy haciendo lo que puedo para ser un hombre digno y para que usted, esté donde esté, sepa que no lo voy a decepcionar. Donde quiera que se encuentre, sé que ya llego, a mí todavía me faltan muchas cosas por hacer y vivir, este país es un salpicón hermoso que esperanza, pero no se preocupe espéreme porque allá nos pillamos. Lo extraño y lo amo, papá.
Jorge Ernesto Suarez, Hijo de Jorge Suarez Briceño.