Antes de cumplir 50 años, y planeando un viaje que decidiría en mucho mi vida, releí 'El Quijote'. Las páginas inmortales de Cervantes me revelaron la verdad: "Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años". ¿Acaso era posible tanta coincidencia?
Es la quinta frase del primer párrafo de las aventuras del manchego más famoso y a la vez el más inexistente, surgido en tierras de molinos y olivares; de gigantes y damiselas forjadas en la imaginación del voraz lector de libros de caballerías. Lo que sigue en ese párrafo, que abre "En un lugar de la Mancha", describe a don Alonso Quijano enjuto de rostro, escaso en carnes, "gran madrugador y amigo de la casa".
Pero lo importante para mí es que, a punto de cumplir 50 años, con 49 noviembres a cuestas, yo decidí viajar a tierras europeas con el fin, entre otras cosas, de visitar la cuna de la novela escrita en castellano, en el corazón de Castilla-La Mancha, donde transcurren parte de las peripecias de don Quijote y Sancho Panza. Sí. Estaba decidido: haría la Ruta del Quijote, ya no sobre el lomo de Rocinante; ni siquiera a pie o a caballo ajeno sino sobre las ruedas de mi bicicleta.
Madrid: Plaza de España
Pocos transeúntes, pero todos los lectores del mundo retratados en el mármol del Monumento a Cervantes. Primavera celeste sobre Madrid en flor. Algunos turistas asiáticos buscan la mejor fotografía delante o al lado de las estatuas de don Quijote y Sancho Panza mientras que yo recuesto en algún lado mi bicicleta y también capturo las efigies eternas de caballero y escudero, de Rocinante y el anónimo jumento, que ahí cabalgan suspensos, muy broncíneos, desde 1929. Don Quijote, casi erguido, peleando contra el viento, lleva su "adarga antigua"; Sancho, entre la resignación y el ensueño, medita o rumia paciencias sumadas al anhelo de ínsulas y de su mujer Teresa Panza.
Un lugar de La Mancha
En Alcalá de Henares un busto de Cervantes en una fonda me recuerda la omnipresencia de El Quijote. Al regresar en tren a Madrid pongo a punto mi bicicleta y temprano al día siguiente tomo el camino de Toledo a Mora, Consuegra, Quintanar de la Orden y otros lugares de La Mancha.
Mientras descubro lo que es el viento, esa ventisca en contra, propia de La Mancha, con ráfagas oscilando entre los 35 y 40 kilómetros por hora, siento una opresión en el pecho y me digo que la euforia que cargo en las venas este día bien podría ser la antesala a una muerte plena.
Pero no es tiempo de morir. 130 kilómetros con chubascos, soles tímidos y viento, más y más viento, y en mi bicicleta es como traer de frente un camión o una furgoneta que golpea fuerte de frente y de costado. Todas las metáforas se agotan. Y pensé enseguida que los dichosos gigantes en realidad no son ni eso ni molinos sino Viento.
Al cabo de 16 extáticas horas de puro rodar por El Toboso, Campo de Criptana, Alcázar de San Juan, Herencia, Puerto Lápice y Ciudad Real, finalmente derroté a ese gigante. Y pensé: estoy bajo el encantamiento de Frestón; llevo al lado un escudero protector, aunque en realidad es mi escudera, la señora Google Maps, guía y faro de mi revolución ciclo-viajera. En El Toboso, patria de Dulcinea y de las gachas, donde es posible degustar quesos, un salpicón, otro gazpacho, una inscripción resulta sobrecogedora porque nos da la ilusión de estar pisando las líneas de 'El Quijote'; de estar leyéndolo en tanto caminamos o rodamos en bicicleta por un lugar de La Mancha: "Con la iglesia hemos dado, Sancho".
Nada de esto tiene precio. La experiencia de rodar por La Mancha en bicicleta es otro de los dones de los dioses tutelares de la Literatura. Pedalear hasta las 21:00 horas, en el atardecer-anochecer primaveral de la península, tampoco tiene precio.
En Puerto Lápice (asómense a 'El Quijote' y miren cuántas veces lo menciona el sinuoso autor-traductor del libro inmortal) le di otra explicación a esta euforia: caramba, siento lo mismo, o más, desde cuando descubrí la Literatura. Un amigo me escribe por Instagram recordándome que los molinos son eso, molinos, y yo, que peleo contra la lluvia, el viento y el frío primaveral, le digo "No, que son gigantes, hombre".
Para llegar hasta ahí releí 'El Quijote' y estudié la Ruta durante cuatro meses. Es todo lo que imaginé y más, mucho más: convergencia de tiempo, lugar, deber, deseo y nece(si)dad. Hacerla en bicicleta, y frisando los 50 como lo está también para siempre el hidalgo manchego, es, como dice don Quijote de su amor a Dulcinea, una cuita que además de ser fuerte es duradera.