Uno puede estar cerca o lejos de la doctrina militar, pero, en todo caso, uno espera que los militares tengan un comportamiento sensato e inteligente en sus expresiones públicas. No en balde los oficiales hacen cursos y más cursos para ascender y debería aprender, no solo estrategias de guerra, sino también cosas como el respeto por la dignidad humana y la solidaridad con los más pobres.
Las fuerzas militares están hechas para defendernos, pero especialmente a la gente más necesitada, esa que no tiene guardaespaldas, ni forma de pagar un abogado, ni un refugio en las confrontaciones. Esas gentes que dan sus hijos al ejército y han sido carne de cañón en el conflicto armado colombiano. Tal vez por eso me alcanzaba a hacer la ilusión de que los oficiales que llegaban alto eran personas con una cultura y una formación sólida, capaces de entender precisamente a ese pueblo que comandaban o protegían. Pero en los últimos meses, tres casos están dejando muy mal parado el honor militar. Claro, si por ese honor entendemos hacer cumplir la ley, la Constitución y los derechos humanos y no solo saber disparar, ganar un combate o producir bajas sin preocuparse de quién se trata.
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Las fuerzas militares están para defendernos, pero especialmente a la gente más necesitada, esa que da sus hijos al ejército y han sido carne de cañón en el conflicto armado
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El primer caso, ya bastante comentado, es el del general Zapateiro quien no tuvo reparo en hacer la apología de un sicario de la peor calaña como Popeye. Y es que no es menos que una apología mandar “sentidas condolencias” a la familia de semejante asesino.
Sentí, como estoy segura que muchas personas sintieron, dolor de patria escuchando semejante barbaridad en la boca del comandante de las Fuerzas Armadas, y me identifico plenamente con la carta que el senador Iván Marulanda le envió al presidente de la República, cuestionando al general por semejante exabrupto y pidiendo su cabeza. El máximo responsable de combatir el narcotráfico, que fue la cuna de Popeye, no podía y no debería nunca haber pronunciado esas palabras ofensivas para las víctimas, pero mucho más ofensivas para sus propios hombres, en especial para tanto militar y tanto policía asesinado por Pablo Escobar y su cuadrilla de matones.
El segundo pronunciamiento doloroso lo hizo un militar, aparentemente, más sagaz que el novato Zapateiro. Se trata del general Mario Montoya, admitido en la JEP por haber sido uno de los actores del conflicto armado y, específicamente, por estar señalado como uno de los responsables de los llamados falsos positivos cuando eran comandante de las fuerzas militares, durante el gobierno de Álvaro Uribe.
Montoya se sentó frente a la JEP, no para decir la verdad, ni para reconocer sus errores o crímenes, sino para evadir las respuestas sobre su participación en los falsos positivos. Pero lo más grave no fue su silencio o su obstinación en decir “no sé, no recuerdo, tengo derecho a permanecer callado”, etc. sino su vergonzosa explicación de que quienes habían hecho esos asesinatos eran soldados jóvenes, de estratos 0, 1 y 2, sin ninguna educación. Tan incultos que ni siquiera sabían comer con cubiertos o utilizar el inodoro.
Estas declaraciones cínicas y clasistas dejan muy mal parado al general Montoya, un ser tan despectivo, que desprecia hasta sus mismos hombres. No se entiende cómo alguien así pudo haber comandado el ejército de Colombia considerándose superior, con más educación y más “clase” que sus subordinados. Los buenos generales aman y respetan a su tropa; por lo menos es lo sabido de los grandes combatientes. A los que dirigía Montoya, en cambio, les mandaba órdenes y allá ellos si confundían bajas con resultados. Finalmente, si en algún momento hubiera que responder por algún crimen, lo harían esos “brutos” que él dirigía.
Pobre ejército en manos de personas como Zapateiro o Montoya o como, el último que debo mencionar, Nicasio Martínez que no se preocupaba por saber si frente a sus bombas había menores de edad, recién reclutados por la guerrilla. Así es difícil ganar limpiamente un combate y dejar en alto el honor militar.