Anoche nos acostamos tristes, devastados. No había esperanza. Otra vez, como pasó con el plebiscito, con Petro, con Mockus en el 2010, con Hillary en el 2016, los antiuribistas esperábamos que el fascismo no volviera a ganar. Que el odio y la mentira no se volvieran a imponer como los valores que campean en este siglo XXI.
Pero el milagro ocurrió. Wisconsin, Michigan y Nevada, estados bisagras, de esos que nunca han sido ni Republicanos ni Demócratas, cambiaron la tendencia y se inclinan ahora a favor de Biden. Los uribistas, que ya destapan sus botellas de guaro celebrando cuatro años más de mierda Trumpista, van a tener que guardárselas. La sensatez acá se está imponiendo. Es un golpe durísimo para sus intenciones del 2022, sobre todo cuando este gobierno le ha apostado con todo a Trump, en uno de los apoyos a elecciones en Estados Unidos más descarados de la historia de este país.
Por fin los antiuribistas vamos a ganar una maldita elección. Nos aguantamos a Bolsonaro, la derrota de los Clinton, todas las batallas perdidas. Faltan minutos para que se confirme lo que parece inevitable, que Trump se convierta en el único presidente en este siglo en no repetir mandato, algo que no sucedía desde 1992 cuando George Bush padre perdió el pulso contra el jóven demócrata Bill Clinton.
Esta derrota de Trump nos daría el impulso que hace rato necesitabamos. No seremos tan ingenuos como para creer que será la panacea Biden y sabemos el riesgo que pueden correr los demócratas verdaderos norteamericanos cuando Trump desate a sus brutos armados. Pero victoria es victoria y la celebraremos. Sobre todo cuando son tan escasas.