No hay duda que es mejor el Sí que el No, ni que así resultará la votación del plebiscito.
Y no solo porque no tiene sentido la prelación a lo negativo que da el uribismo para votar el No (al argumentar que es inadmisible que se les pague a los guerrilleros x suma mensual —siendo esto mentira—; que no se puede permitir hacer política con votos a quien intentó hacerlo con las armas —cuando eso es justamente lo que se busca—-; que no se puede aceptar la paz si la contraparte no acepta ir a la cárcel —cuando eso sería pretender que lo que hay no es un acuerdo sino una rendición—). Es claro que igual que es mejor ser rico que pobre y sano que enfermo, es mejor aspirar a la convivencia que a perpetuar la confrontación.
Sin embargo, según las encuestas parece que solo una tercera parte de los colombianos lo ven así: ¿Por qué?
Porque no es verdad que sea un dilema entre la guerra y la paz: no es verdad ni que el No implique la guerra, ni que el SÍ signifique la paz; hay una manipulación en la forma que piden que se responda en el plebiscito al plantearlo como “¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?”.
Lo que sucede es que la presentación se volvió como la publicidad para la venta de un producto, y se ve como una promoción con un eslogan que dijera ‘el yogur que da la felicidad al comerlo con uvas pasas’ para alguien a quien le gusta el yogur: el yogur como el Acuerdo, puede ser algo con mucha elaboración pero los elementos constitutivos nadie profundiza en conocer; el camino a la felicidad no se reduce a comer algo que puede gustar, al igual que el Acuerdo no es ni de lejos sinónimo de ‘un paz estable y duradera’; puede que a muchos les guste esa mezcla pero a unos les pueden desagradar las uvas pasas (al igual que para algunos las condiciones pactadas en el Acuerdo les gustan pero a otros no los convencen); incluso puede ser algo más grave, cuando se odia el yogur mismo (como pareciera que Uribe odia la posibilidad de cualquier acuerdo que implique acercarse a la paz).
Una cosa es el Acuerdo, que es bueno,
y otra el plebiscito que proponen a la votación popular,
que es lo que genera muchas dudas
La paz es no solo algo deseable sino el objetivo mismo de toda sociedad (como lo es la felicidad para el individuo); el acuerdo es bueno, conveniente y necesario (sirve a la paz como comer lo que a uno le gusta a la felicidad); pero una cosa es no votar por el No, lo cual es fácil de decidir; y otra votar Sí por lo que dice el texto del plebiscito; en otras palabras: una cosa es el Acuerdo —el cual es bueno (más que ‘el mejor posible’ como dicen, es el que concretamente es posible en la realidad y en el momento) —, y otra el plebiscito que proponen a la votación popular, que es lo que genera muchas dudas.
Porque de hecho la paz depende más de lo que no dice el Acuerdo que de lo que dice: depende de las reformas que el gobierno —o, si se quiere, los gobiernos— no han querido o logrado hacer (a la Salud, a la Educación, a las pensiones, etc.); depende de temas que siendo prioritarios para la población no lo han sido para el gobierno (desempleo; orientación más hacia la Justicia Social que al ‘desarrollo económico’); depende de una Administración de Justicia que permita resolver los conflictos entre ciudadanos, lo cual en Colombia simplemente no existe (la tutela fue destinada a amparar contra los abusos o ineficiencia del Estado, pero, por la prelación que tiene sobre la justicia ordinaria, simplemente la desplazó; desapareció lo poquito que había de ella, y a su turno acumula casos pendientes de resolver aumentando la ausencia de respuestas judiciales a los conflictos sociales.
Pero lo molesto es que se siente detrás del plebiscito una manipulación, y se teme se repitan malos antecedentes como lo fueron otros ensayos que supuestamente iban a traer la paz (como el Frente Nacional —que nos cambió la confrontación partidista entre conservadores y liberales por la guerrilla insurgente —la Farc— que no cabía dentro de ese monopolio o dictadura bipartidista—; o como fue la Constituyente del 91 que, con el bombardeo a Casa Verde y al Secretariado de esa insurgencia el día mismo de esa votación, acabó con la posibilidad de terminar ese nuevo enfrentamiento entre los modelos políticos socialista y capitalista-democrático cuando ya con la caída del muro de Berlín el mundo lo había superado, y nos dejó como legado el apoyo ‘semioficial’ al paramilitarismo para derrotarla, trayendo la peor violencia y la peor barbarie de nuestra historia).
El dilema es entre votar Sí o abstenerse. Se siente algo impuesto a las malas cuando con la Sentencia de la Corte se elimina el significado de la abstención (como si el solo 13 % de un país expresara la posición de toda la población).
Y poco eliminan esas dudas los protagonistas que inventaron y lideran ese plebiscito, como son Santos y el nombramiento que hizo de Gaviria.
El segundo, generador de las consecuencias del ataque a la cúpula de las Farc cuando se esperaba avanzar en un diálogo —en alguna forma a traición, y en todo caso con los resultados negativos ya mencionados—; pero además tan hábil para las manipulaciones como lo mostró al lograr desde el cuento de una séptima papeleta que nunca existió, hasta montar la escena teatral de la firma de un papel en blanco aprobando una Constitución aún no redactada; o como lo hizo al llevar al Partido Liberal a que cambiara ilegalmente sus estatutos y su ideología al punto que tuvo la Justicia Colombiana que calificar a esa colectividad de ‘violar la moralidad administrativa’ y suspender el Congreso que se pretendió adelantar.
Y respecto a Santos para medir la confiablidad que inspira, pensar lo que significa utilizar a esa persona como instrumento para ese propósito; ver su falta de claridad en una trayectoria como funcionario de gobiernos completamente contradictorios; y el punto de polarización al cual ha llevado el país por la forma en que lo ven los que votaron por él en su primera candidatura creyendo en lo que en ese momento representaba.
El plebiscito no aporta nada al Acuerdo ni es un requisito para su vigencia; en cambio busca legitimar un Gobierno y unos dirigentes hoy bastante desprestigiados, y, como seguramente ganara el Sí los exonera de responsabilidad respecto a no cumplir lo que realmente requiere la paz.