Por favor, señora ministra de Educación
Opinión

Por favor, señora ministra de Educación

Tenemos la solución allí, a una llamada desde su celular, para ayudarnos a resolver el problema de la educación de nuestros hijos ociosos en nuestros hogares de cuarentena

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mayo 24, 2020
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En las actuales circunstancias de pandemia y cuarentenas, los ciudadanos estamos particularmente atentos a la creatividad, la destreza y el buen juicio con que los dirigentes principales del gobierno recompongan sus políticas públicas y administren los recursos que tienen a su disposición.

Se advierte una preocupación primordial por que la corrupción no arrase aprovechándose del carácter urgente de algunas contrataciones y en eso vemos con buenos ojos la agilidad con que ciertas instituciones como la Contraloría General comienzan a caerle al paso a negociados que revientan sin cesar en distintos niveles de la administración pública.

Sin embargo, la preocupación respecto del manejo de los recursos públicos no se limita a los casos de robos y mordidas. También cabe preocuparnos por algo que es muy sintomático del subdesarrollo y la desidia: el despilfarro.

El despilfarro ha tenido diversas expresiones en nuestra ya bicentenaria historia de la administración pública republicana. Lo hemos visto manifestarse a través de aquellos bienes mostrencos que se han inventado en todas las regiones, sobre todo en épocas de bonanzas fugaces, que quedaron como monumentos tirados en cualquier mangón para dar testimonio de que algún hampón alcanzó el honor de llegar a gobernante. También lo hemos visto expresado en compras innecesarias de artículos que terminan arrumados entre polvo, polillas y telarañas en los cuartos de sanalejos que nunca faltan en los hospitales, las escuelas y los palacios institucionales.

Pero hay, también, otra forma de despilfarro muy común, no por menos dolosa, menos dolorosa. Se trata de cuando no aprovechamos suficientemente algunos activos o cualidades y talentos, que pudieran resolvernos graves problemas hasta el punto de permitirnos saltos que nos ubiquen en horizontes superiores del progreso.

En nuestro caso, la lista completa sería insoportablemente desgarradora. Colombia no ha estado a la altura de sus bellezas naturales, ni de la inteligencia auténtica de sus gentes, ni de la abundancia de sus mares, ni del corazón inigualable de sus madres, ni del matrimonio fértil de sus tierras y sus aguas, para citar solo unos pocos.

Los colombianos llevamos en el alma ese alitroso saborcito de saber que debiéramos haber hecho mucho más con lo que tenemos, que debiéramos estar mucho mejor de lo que estamos, que si no nos hubieran robado tanto y los gobernantes no hubieran sido tan ciegos frente a lo que tenemos, seríamos un país muy parecido a como pintan el paraíso.

Pero no, seguimos siendo muchas veces ciegos frente a riquezas que tenemos allí, ya dadas y puestas sobre la mesa, listas para ser servidas a fin de resolver necesidades que siembran tantas ansiedades.

Esta vez no se trata de nuestros recursos naturales y culturales, pero sí del despilfarro de un recurso magnífico que un grupo de miles de compatriotas dedicados han venido construyendo a lo largo de décadas, se trata de la Unad, de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia.

Nació en 1981, con una ley liderada por un senador de la época llamado Luis Carlos Galán y nació como una opción para la educación de los pobres, mas con el paso del tiempo y el trabajo esmerado de sus constructores, ya no puede encasillársela en una “opción para pobres” sino la de una opción educativa “con todas las de la ley”, para todos, de todos los estratos y con muy buenos estándares de calidad.

La UNAD es una universidad pública, verdaderamente pública, es decir de todos. No me refiero solamente a que sea estatal. Me refiero a que, aun siendo del Estado, no ha sido cooptada por algún sector ideológico en particular. Me refiero a que siempre tiene sus puertas abiertas a todos cuantos quieran acceder a ella, sin distingos de poder económico, imperativo geográfico, ni cualquier otro de los perfilamientos que hoy determinan los riesgos de alguna discriminación.

Son 135.000 estudiantes que estudian más de 65 programas entre carreras profesionales, másteres y doctorados. Van desde carreras agrícolas hasta ingenierías de todo tipo, pasando por administración de empresas y contabilidad, hasta sicología, comunicaciones, etc...

Sus estudiantes viven y estudian en 1.116 municipios. Luego tiene más presencia territorial que el Bienestar Familiar, el Banco Agrario, o las mismas Fiscalía y Policía juntas.

Cuando nació, su método “a distancia”, quería decir “por correo”. Y en estos años del surgimiento exponencial de las nuevas tecnologías, se le apareció un milagro: Internet.

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No siento el menor temor de afirmar que la comunidad con mayor cultura digital de Colombia es la UNAD

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 Cuando nos llegó el internet, muchos estuvimos lejos de prever la revolución que implicaría en todos los ámbitos de la vida. Por su ADN, la primera institución que lo incorporó, más que a su arsenal de herramientas, a su cultura, fue la UNAD. No siento el menor temor de afirmar que la comunidad con mayor cultura digital de Colombia es la UNAD.

Pero la Unad cuenta, además, con una herramienta excepcionalmente útil para las urgencias de nuestra actualidad: tiene los programas de primaria y bachillerato virtuales, con las pedagogías y las didácticas pertinentes, listos y a disposición del país.

En esta cuarentena súbita estamos viviendo el drama de millones de niños y adolescentes cuyos colegios públicos y privados, en ciudades y campos, están literalmente paralizados, no solo por la cuarentena sino por la ignorancia absoluta de sus profesores para impartir sus programas a través de las tecnologías online.

Señora ministra, tenemos la solución allí, puesta sobre la mesa, al alcance de sus manos o, mejor, de una llamada desde su celular.

Cientos de miles de familias de Colombia le quedaríamos inmensamente agradecidos de que busque a la Unad para que nos ayude a resolver el problema de la educación de nuestros hijos ociosos en nuestros hogares de cuarentena.

 

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