A Miguel Rodríguez Orejuela le volvía loco el fútbol y como contaba con una inmensa fortuna amasada con los cargamentos de coca que mandaba a Estados Unidos, hizo lo imposible por hacerse con las figuras del momento a golpe de talonario. Pero su sueño dorado, el que acarició hasta el último suspiro de su presidencia del Club América de su Cali del alma, fue contar con el más grande, el pibe Dieguito, su ídolo al que ya le adivinaba una gloria inmortal.
Y como el talonario no era problema, a la primera oportunidad le ofreció tres millones de dólares pagaderos en efectivo por vestir la camiseta de los diablos rojos caleños durante sólo seis meses.
Fue en junio de 1979, cuando el mejor futbolista del planeta aún no había alcanzado la cima y jugaba en el Argentinos Junior. Había llegado a Cali con su equipo para disputar la Copa Libertadores con el América. En aquélla época los equipos tenían que conformarse con viajar en aviones comerciales y atenerse a las frecuencias establecidas y como había pocos vuelos, arribaron tres días antes del partido.
Miguel Rodríguez, que entonces era la cabeza del poderoso cartel de Cali junto a su hermano Gilberto, no desaprovechó la ocasión. Invitó a Maradona a comer a su casa en el elegante Barrio Ciudad Jardín, del sur de la ciudad. Asistió la familia Rodríguez al completo, con camisetas para que la figura estampara su firma. Y entre plato y plato, sin esperar a los postres, le lanzó el anzuelo con la jugosa carnada.
Quinientos mil dólares ahí mismo y el resto a pagar también al contado, billete en mano, si terminaba con ellos la temporada. Al chico que sólo tenía veinte años de edad y que ya estaba impresionado por los lujos del chalet del anfitrión y por los cochazos aparcados en la puerta, se le abrieron los ojos como platos y aceptó de inmediato. Pero su manager vio que no llevaba nada en el apaño y postergó la respuesta un par de semanas.
Luego salió con el cuento de que ya tenía firmado un contrato con el Barcelona y que era imposible postergarlo. Miguel Rodríguez, lejos de sentirse herido, cultivo la amistad con el pibe porque jamás perdió la esperanza de verle saltar al campo con su camiseta roja aunque fuera una sola vez.
Maradona le mandó las vestimentas autografiadas del Barcelona y del Nápoles; Miguel le envió un rolex de oro y varios faxes para mantener el contacto. Pero con el paso de los años Maradona quedó enganchado a la droga y su estrella se eclipsó, y Miguel Rodríguez acabó con su hermano en la cárcel.
Todo, en un libro
La historia la cuenta un hijo de Gilberto, Fernando Rodríguez Mondragón, que adoraba a su tío Miguel. Es la continuación de otro anterior donde ya adelantaba las citadas anécdotas, pero ahora aporta fotos y pruebas.
Como la que confirmaría que la Junta militar argentina le compró a Perú la goleada que necesitaba para avanzar en el inolvidable Mundial que ganaron en Buenos Aires. Tenían que meter seis goles para desbancar a Brasil y lo lograron pagando cincuenta mil dólares a cada jugador peruano, el doble a los entrenadores y un cargamento de trigo para que el gobierno del Perú se las diera de solidario con los desfavorecidos. En total, sesenta millones de dólares por conquistar el mayor trofeo del mundo.
*Éste texto fue publicado originalmente con el título Maradona quiso jugar con el club del Cartel de Cali en el 2008 en el diario El Mundo de Madrid