Con el anuncio de los tres puentes festivos de junio aparece la incertidumbre y desazón para muchos habitantes cundinamarqueses. Les preocupa el estado de salud de los turistas que llegan a tomar su tiempo de esparcimiento.
Desde hace muchas décadas Girardot y otros municipios de Cundinamarca han sido atractivos para quienes desean gozar de un clima cálido, un sol que tueste hasta lo más profundo de la piel, y abundante licor, suficiente para embriagar hasta más no poder.
Esa tendencia colectiva hizo que varios municipios, incluida la antigua Ciudad de las Acacias, asumieran que su fortaleza económica es su "vocación turística". No importó que las grandes empresas emigraran ni que el acelerado desempleo, creciente pero invisible para el DANE, fueran la constante y trajeran a cuestas fenómenos socioeconómicos tan sensibles y complejos como el mal llamado mototaxismo, es decir, transporte ilegal de pasajeros.
Mientras todo esto ocurría, Anapoima, La Mesa, Tocaima, Ricaurte, Girardot y otros municipios de la zona rinden culto al turismo, despreocupándose (no todos) de explorar otros segmentos económicos diferentes a la industria sin chimeneas.
Ese privilegio que incentivó a la economía y provocó el ascenso de empresarios emprendedores que se arriesgaron a apostarle a vivir de temporadas altas y bajas ha entrado en una dicotomía indeseable pero cierta por la llegada del COVID-19.
El aislamiento preventivo suponía que ante el inminente riesgo las fronteras de los municipios atractivos por su clima se cerrarían para que cada quien controlara, desde el interior de su ciudad, el contagio y la propagación del virus.
Pero no ocurrió así. Para el puente del 23 de marzo (Día de San José), por ejemplo en Girardot, se observó normalidad en la llegada del transporte intermunicipal dejando en cada esquina de la casi ciudad pasajeros de manera indiscriminada. Ya advertíamos entonces, sin aislamiento preventivo obligatorio decretado, los riesgos que llegarían a las poblaciones de tierra caliente si no se tomaban los controles necesarios.
No quisieron entender los "turistas" que aunque en las fronteras de cada uno de los municipios no se apostaban militares ni se encontraban obstáculos impidiendo el acceso, había desde ese momento una responsabilidad social con quienes durante años han sido con gusto sus "anfitriones turísticos", sirviendo con más agrado que desacierto.
Inmediatamente después se dio a conocer el Decreto 457 (22 de marzo de 2020), que ordenaba el aislamiento desde el 25 de marzo, con todo el rigor del momento y exceptuando 34 razones para poder movilizarse. No aparecía el turismo como una de las excepciones, pero los vehículos continuaban ingresando sin consideración ni respeto de lo que les pudiera ocurrir no solamente a quienes llegaban, sino a los pobladores de cada una de las ciudades.
Y como desde ese momento no había servicio en las terminales de transporte, arribaban en sus vehículos particulares, la mayoría de gama media y alta, a "refugiarse" en sus condominios estrato ocho, sus fincas de descanso o su segunda residencia en diferentes urbanizaciones. Convencidos, quizás, de la leyenda urbana de que el virus era inofensivo en el calor de las ciudades de veraneo, o, tal vez, de que como no mostraban síntomas no representaban un riesgo para la comunidad.
Pero lo que no ha sido fácil hacerles entender es que mientras ellos ante cualquier alarma pueden dirigirse en sus vehículos de gama media y alta a una institución de tercer, cuarto o quinto nivel, utilizando sus pólizas de salud prepagada, que les cubre absolutamente todo, un altísimo porcentaje de la población de estos pueblos difícilmente podrá acceder a un centro hospitalario decente, con todas las garantías que los primeros sí pueden disfrutar.
La invitación es a que se queden en sus ciudades y permitan que las familias cundinamarquesas decidan desde la responsabilidad del autocuidado de qué manera enfrentan la pandemia, pero no obligando a una situación que se les escapa de las manos y cuya consecuencia ninguno de los visitantes tiene el interés ni la voluntad de solucionar. Mucho menos si es asintomático, que es el porcentaje más alto que provoca el contagio.
Este llamado no es producto del miedo a la muerte (qué más da si es lo único que tenemos asegurado), es por el respeto a la vida de cada uno de los que viven en las ciudades de tierra caliente: por cada niño que tiene el derecho de crecer junto a sus padres y abuelos; por cada mujer que en procura de alcanzar bienestar para su hogar debe salir todos los días a limpiar pisos, servir mesas, atender cajas registradoras, dirigir su empresa, frentearle a la vida; y por cada obrero, conductor de taxi, dependiente, domiciliario o empresario que tiene que salir a trabajar porque nunca ha tenido otra opción.
Ninguno de ellos ha tenido una posibilidad diferente a la de quedarse en casa en la cuarentena, así el ingreso se reduzca a cero. Para ellos no hay carros de gama media ni alta, ni permisos especiales en los retenes, ni credenciales diplomáticas, ni dinero para intentar comprar el paso sin excepciones. Todos ellos cumplen las órdenes del gobierno nacional, principalmente porque aman y desean lo mejor para sus familias.
Este es un llamado de respeto a la vida, lo demás que cada quien que lo interprete con lo que le quepa en su corazón.