En Sincelejo es muy frecuente que se hable de atracos, fleteos y otra serie de actos vandálicos. No es extraño escuchar a amigos y conocidos referirse al robo del que fueron víctimas ellos mismos o alguien cercano. Los medios locales, prensa escrita, radio y televisión, a diario reportan situaciones en las que siempre “los amigos de lo ajeno” aparecen como protagonistas. No es de extrañar entonces que en la capital sabanera del país sus habitantes expresen no sentirse seguros por temor o miedo a que “losla” (los ladrones) les quiten sus pertenencias o, en el peor de los casos, sean asesinados como ya ha sucedido en algunas ocasiones.
Nada más hace un par de días que me encontré con un amigo me contó sobre el asesinato de un docente, el cual al parecer venía de guardar su vehículo y fue interceptado por uno o un par de bribones quienes asesinaron al maestro por resistirse al atraco. Igualmente conocí del caso de un par de chicos que venían de regreso a sus casas del colegio, fueron despojados de sus pertenencias y a uno de ellos lo apuñalaron sin piedad alguna por el simple hecho de haber expresado “el celular no por favor”. Y bueno, pudiera uno hacer un ejercicio más minucioso y plagar este escrito de sucesos tristes relacionados con el vandalismo generalizado que vive la ciudad, sin embargo dejémosle esa tarea a quienes viven de ello.
La sensación de inseguridad es generalizada, al parecer ningún sitio garantiza tranquilidad en la ciudad, ni siquiera las iglesias e instituciones educativas se escapan del flagelo. Hablar del tema genera indignación sobre todo porque se percibe que las autoridades, no obstante su buena voluntad, parecen no tener la suficiente comprensión del tema; y no me refiero a la información solamente, sino a la impresión que se tiene de la no existencia de una verdadera política local que propenda por darle fin a una situación que cada día se hace más fuerte. Sería atrevido decir que la policía no hace nada, pero también sería irresponsable no reconocer ni expresar que la autoridad que reflejan en las calles, semáforos, esquinas, barrios o locales es poca. Cuántos de nosotros no hemos visto cómo conductores de carros y motos infringen la ley en las narices de los uniformados, y éstos como si nada; cuántos se pasan semáforos en rojo o invaden incluso las zonas peatonales, y los policías ni por enterados se dan, estando a pocos metros.
Ciertamente también se trata de un asunto de cultura ciudadana, pero también es cierto que la sensación que se tiene es que mientras están atracando en la ciudad, los responsables de velar por nuestra seguridad están más pendientes de que los mototaxistas no entren al centro, de cuidar las cuatro esquinas de una plaza que se cuida sola, o de andar por las principales calles de la ciudad con una grúa mirando a qué carro o a qué moto le toca el turno del día, esto en el mejor de los casos.
Si usted que lee esto y pertenece a la administración local o a la fuerza pública,me imagino que debe estar diciendo que gracias al plan de recuperación del centro han disminuido ostensiblemente los fleteos y atracos; que en la plaza se respira un buen ambiente durante el transcurso del día; y que la movilidad ha mejorado como consecuencia de la conservación del espacio público. Y sí, tal vez usted tenga razón; pero créame que también tenemos razón quienes estamos seguros que la recuperación del centro lo que ha hecho es trasladar el problema para otros lugares; la plaza huele bien de día pero de noche un olorcito a “finas hierbas”, sobre todo, en la parte superior de las gradas se apodera de ella y nada sucede, incluso habiendo policías a pocos metros; y el tema de la grúa me han dicho que se ha convertido en el monedero para la compra de los chicles o en la excusa perfecta para conseguir unos pesos de más.
Mientras tanto no nos sentimos seguros porque en cualquier momento y sobre todo en cualquier lugar podemos ser atracados sin clemencia alguna. Y es que uno no cree hasta que le sucede en carne propia, como de hecho me sucedió la semana pasada mientras me disponía a tomar el transporte para trasladarme hasta mi casa. Fui interceptado por un tipo quien me pidió le entregara el reloj, después el anillo y, ni corto ni perezoso, metió su mano en mi bolsillo y extrajo el dinero que tenía; después que terminó su obra, inmediatamente llegó otro en moto, lo recogió y me dejaron más aburrido que caballo en balcón. Mientras tanto yo tenía la esperanza que algún policía llegara en ese momento; aunque la verdad hubiera preferido que estuviera antes.
Como los malandros saben que los policías ni están antes, ni llegan después, siguen haciendo de las suyas como hampones delas películas de Hollywood: al acecho de sus presas, mirando qué roban o a quién atracan, consiguiendo sus armas y puliendo sus motos cual capitán Centella para dar el respectivo golpe; nosotros por nuestra parte: mirando si salimos o no, preguntando quién va para no ir solos, procurando meternos por el sitio más seguro, esperanzados que si algo malo sucede y nos van a robar nuestro carro sea un autobots de los Transformers para que al convertirse acabe con los bandidos a falta de verdaderos héroes de carne y hueso.