“Con las encuestas, con todas, prudencia y trabajo” es un mantra que suelo repetirme desde hace algunos años. Quienes estamos en el mundo de las elecciones y la administración pública vivimos, en no pocas ocasiones, en mundos de incertidumbre en los que nuestros proyectos y programas se miden por una mezcla de cifras e índices “duros”, por un lado, y con reacciones y percepciones subjetivas, por el otro. La opinión pública, ese monstruo amorfo y omnipresente, es cambiante, inestable y proclive a manipulaciones, pero, en el fondo (y en la forma), es un factor fundamental en el sistema político democrático.
Ayer se publicó la última encuesta Gallup sobre el estado de ánimo del país y la favorabilidad de algunos personajes e instituciones. Más allá de la generalizada crisis de nuestras instituciones (ya analizada en esta columna), hay que resaltar que se empieza a consolidar un patrón según el cual la mayoría de las personas consideran que el principal problema del país (1) es la corrupción (29 %), mientras el orden público y la seguridad dejan de ser la preocupación principal (15 %, que representa el nivel más bajo desde que se está midiendo). Ya muchos lo hemos dicho: el silencio de los fusiles nos permitió descubrir, de manera descarnada y dolorosa, los niveles descarados a los que ha llegado la corrupción en todas, todas, las esferas de nuestra sociedad. A pesar de la indignación y la rabia, esta es una buena noticia. Necesitamos recursos, voluntad, talento y muchos ojos para enfrentar esta epidemia ética y penal que nos afecta. Menos muertos y más presión sobre los corruptos.
Desde 1994, además de temas nacionales, la encuesta también mide la favorabilidad de los mandatarios locales y el estado de ánimo de los ciudadanos de las principales ciudades del país. Cuando se hace un análisis comparativo año a año de las ciudades y sus administraciones, se puede encontrar ciertas tendencias y patrones interesantes. Por ejemplo, observar que en la capital de la República, desde hace casi 10 años, los alcaldes elegidos popularmente han tenido siempre un nivel de desaprobación más alto que de aprobación. En Barranquilla, personajes tan diferentes como el Cura Hoyos y Alejandro Char (ambos dos veces alcaldes) han llegado a un porcentaje del 90 % de aprobación en su gestión y, en Cali, con varios alcaldes encarcelados, se reparten y entrecruzan el verde (aprobación) y el rojo (desaprobación) a lo largo de los periodos y administraciones.
Medellín es un caso particular y en cierta forma sorprendente. Por un lado, y desde que se mide la gestión de los alcaldes, prima la favorabilidad sobre la desfavorabilidad durante todos los periodos (pasa lo mismo con los gobernadores de Antioquia). Siempre una mayoría de antioqueños aprueban la labor de su gobernante. Esto no deja de suscitar preguntas, pues tanto Medellín con sus 2.5 millones de habitantes y enormes retos (movilidad, medio ambiente, seguridad e inclusión) como Antioquia y sus 6.5 millones de habitantes en 125 municipios tienen temas complejos y han vivido momentos difíciles durante la época de medición. La aprobación sostenida pareciera tener un elemento de orgullo regional importante (tenemos que ser los de mostrar) que vale la pena cuestionar.
El patrón es interesante, adicionalmente, porque a la pregunta ¿cree usted que en Medellín las cosas están mejorando o empeorando?, los medellinenses en todos los periodos medidos, salvo el de Sergio Fajardo, responden en no pocas ocasiones de manera mayoritaria que están empeorando. Así como lo oyen. Ningún alcalde ha obtenido una mayoría desfavorable, pero en todos los periodos, menos en uno, la mayorías tienen momentos en los que consideran que en la ciudad las cosas no van bien. ¿Por qué esta desconexión?
Federico Gutiérrez (Fico) el actual alcalde puede servirnos de ejemplo. Su popularidad, resultado de una efectiva estrategia comunicacional que viene de campaña en donde se mezcla la imagen joven, alternativa y cercana con un discurso bastante simplista de autoridad, generalmente ha estado por encima del 80 % (con un negativo que nunca ha subido de 15 %) (2). Desde hace 10 meses, no obstante, el porcentaje de ciudadanos que piensan que las cosas en Medellín están empeorando ha pasado de 26 % a 50 % y a ser mayoría.(3)
Desde hace 10 meses, el porcentaje de ciudadanos
que piensan que las cosas en Medellín están empeorando
ha pasado de 26 % a 50 % y a ser mayoría
Tras dos renuncias protocolarias de todo el gabinete (con sus respectivos “ajustes”), la lentitud o inexistencia de los proyectos estratégicos, un incremento en los homicidios con crisis de seguridad en algunas zonas y recurrentes alertas y observaciones por partes de diferentes sectores, parece que la gente quiere seguir queriendo a Fico, pero no así a su desempeño ni el de su gobierno. Veinte meses después de la llegada del nuevo equipo de gobierno no se logra vislumbrar un proyecto de ciudad que pueda enfrentar los retos históricos que se avecinan y transformar las realidades actuales. El alcalde figura en redes y medios, pero su equipo (acéfalo es muchos campos), a pesar de contar con personas valiosas, no parece existir para el ciudadano y no logra liderar procesos estructurales.
Alguien decía esta semana por redes que los antioqueños haríamos bien en apretar a nuestros gobernantes en las encuestas. La popularidad puede ser un bálsamo tranquilizador pero el gobierno efectivo necesita equiparar favorabilidad a seguimiento, cumplimiento y transformación. Cuando la gente siente que las cosas empeoran… es con vos.
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