Mucha gente en este país, que es un paraíso natural y en donde lo malo es la gente que lo habita, ya veneraba a alias “Popeye” en vida, uno de los sicarios consentidos de Pablo Escobar. La gente se tomaba fotos con él, que incluía a gente famosa y que después salían a decir que “no sabían en verdad quién era”, lo saludaban efusivamente en la calle, le hacían documentales, entrevistas, lo seguían su canal de Yutube y eso hacía que se viera como un “héroe nacional”. Tanto así, que el mismísimo comandante del Ejército Nacional de Colombia salió públicamente a decir, rodeado de las banderas de Colombia y del Ejército Nacional, que “lamentamos mucho la partida de Popeye”; después, salió a dar unas declaraciones destempladas aclarando que lo dijo fue un acto “humano”. Pues no. El Comandante del Ejército Nacional de Colombia, que es una autoridad y que juró velar por la honra de los colombianos… no pude salir a lamentarse por la muerte de un individuo que era la antítesis de la honra, era un individuo ¡deshonroso! El general metió las botas hasta el fango.
Claro, muchos de los que han adoptado la cultura mafiosa como un estilo de vida, se beneficiaron y agradecieron por las “vueltas” que hizo el Cartel de Medellín y en las cuales “Popeye” fue protagonista, como el asesinato de Luís Carlos Galán Sarmiento, de Rodrigo Lara Bonilla o del coronel Valdemar Franklin Quintero. Pero, ¿qué estarán pensando las familias de todos los militares que fueron asesinados por el Cartel de Medellín, por las declaraciones del actual Comandante del Ejército Nacional de Colombia?
Pero esa es la Colombia que tenemos, y esos “pequeños” detalles de estar glorificando a gente de mala calaña como “Popeye” explican por qué la cultura mafiosa ya tiene tanto arraigo en todos los estratos sociales de este territorio que está encomendado al “Sagrado Corazón de Jesús”, pero que al mismo tiempo pone en el santoral a alias “Popeye” ¿Si ven la contradicción? Si ven cómo hasta el mismo Comandante del Ejército Nacional revictimiza a los que sufrieron en carne propia las acciones criminales de un individuo que se ufanaba de lo que hizo, contaba los hechos con excitación, pues en vez de sentir pena por las víctimas y sus familias lo que hace es lamentar la muerte de un asesino en serie.
Y por esa exaltación que hacen de este individuo, no faltarán las peregrinaciones a su tumba para pedirle un milagrito; para pedirle lo divino y lo humano; para pedirle algo bueno y también lo malo, pues no faltará el sicarito que le pida éxito y puntería en las “vueltas” encomendadas a “Popeye el bandido”.