Todos sabemos que vamos a morir, pero no todos sabemos de qué ni cuándo. De ser así, todos, justo antes de morir, haríamos una especie de descargo de palabras que no pudimos decir en vida, aunque eso también podemos hacerlo mientras vamos viviendo, a sabiendas de que por cualquier tontería podemos morir, porque la vida es extremadamente frágil: un accidente de tránsito, una caída, una bala perdida, una pelea imprevista, un pedazo de carne, etc., pueden borrarnos de la faz de la tierra. Pero no, todos creemos que vamos a durar mucho tiempo y que la muerte solamente es para los viejos o para los enfermos terminales, quienes ya saben que, salvo algún infortunio anticipado, van a morir pronto, cuyo caso es el suyo, señor Velásquez. Ya usted sabe de qué va a morir, y quizá sea en los próximos meses, porque ya es bien sabido que usted, quien no necesita presentación, sufre de un feroz cáncer, lo cual le da una oportunidad de oro para hacer el descargo de palabras.
Muchos podrán decir que ese cáncer es un castigo divino, que el Señor le está cobrando lo malo que hizo en el pasado. No quiero creer en esas parafernalias ni mucho menos alegrarme por su desgracia, porque creo que usted ya pagó por sus crímenes, sometiéndose a la justicia y contando la verdad, cosa que seguramente las víctimas han sabido agradecer, aunque nunca se le vieron visos de arrepentimiento o compasión. Ese era su “trabajo” y siempre lo ha contado como si nunca le hubiera importado el sufrir de los cientos de familias colombianas de las que usted fue su verdugo. Me hace usted acordar a Eichmann, porque usted, como él, era un simple peón y operario encerrado dentro de un sistema basado en los actos de exterminio y crimen, comandados, en su caso, por Escobar: usted no reflexionaba sobre sus actos, sino que solo obedecía y ejecutaba. Bien le hizo gala usted a esa Banalidad del mal, de la que hablaría muchos años atrás Hannah Arendt.
Ya usted ha revelado mucho: el modus operandi de Escobar y de su banda de sicarios, los crímenes que cometió, etc. Sin embargo, hay algo que usted no debería llevarse a la tumba: la verdad sobre un episodio en la vida de Uribe.
En repetidas ocasiones usted ha dicho que Álvaro Uribe trabajaba para Pablo Escobar, su patrón (ver), pero usted temía hablar de eso porque bien sabemos que el hoy senador es alguien muy poderoso. Sin embargo, ahora que usted está en su lecho de muerte y no tiene nada que perder (ni su libertad ni su vida), cuente toda la verdad sobre todo lo que le permitió Uribe a su patrón cuando era el director de la Aeronáutica Civil. Colombia merece saber la verdad sobre ese pasado oscuro del narcotráfico.
Quizá ya no haya pruebas de que Uribe, o “Varito”, haya colaborado para que el imperio de Escobar tuviera el poder que tuvo, pero su testimonio puede ayudar a aclarar más el pasado del hoy senador, un sujeto que algunos creemos logró el podio de la Presidencia de la República, no una, sino dos veces, con ayudas no tan ortodoxas.
Usted decía que “no quiere (hablar) tan de frente. Dejémoslo para la historia y ya llegará el tiempo en que haya que contarlo y se contará”. Señor Velásquez, usted hizo parte de la historia del país, y ya es tiempo de que cuente todo lo que el país no sabe de Álvaro Uribe, en lo que concierne al narcotráfico y a sus alianzas mafiosas con Pablo Emilio Escobar Gaviria.
No se lleve para la tumba eso que temía contar por miedo a las represalias de Uribe o de sus seguidores. Si algo lo ha caracterizado a usted es no tener pelos en la lengua; hágale gala a ese atributo y cuente todo con pelos y señales. El país se lo agradecerá.
Espero, de todo corazón, que su muerte sea en condiciones dignas y también que nos haga dignos de conocer la verdad sobre Uribe Vélez.