En el reino de la impunidad que es Colombia, resulta que la sociedad tuvo que darse por bien servida por la pena pagada por John Jairo Velásquez, Popeye. Él mismo ha reconocido haber asesinado, antes de 1993, de propia mano, a unas 300 personas y que los gatilleros a sus órdenes, a unos 3000. Mas que el total de muertos del 11 de septiembre en los Estados Unidos.
Después de 23 años en la cárcel nadie puede negar, entonces, que cumplió su condena. A pesar de las protestas de parientes de sus víctimas cuando salió libre, hay, había, un cierto consenso acerca del Popeye antes del 92 y del posterior al 2014, después de salir de Cómbita: que sus horrendos delitos habían quedado atrás.
Se le ve en la prensa por algunas incursiones en la política, especialmente por su invitación a la marcha del primero de abril pasado, convocada por el CD contra el gobierno de Santos (“el 80 % del Congreso colombiano es un vómito, son unas porquerías, son unos ladrones”; “este es el Gobierno de las trampas, de la corrupción, de las mentiras”). Al presidente lo llamó “esta cosa con ojos de JM es lo peor”, deshumanización y degradación a las que, con certeza, apeló cuando oprimía el gatillo en otros tiempos. Aunque, como cualquier ciudadano, está en todo su derecho de optar por la línea política que le plazca, la cosificación de la víctima es un recurso frecuente de quienes han segado vidas a granel.
Hace dos meses, con la visita papal, también salió a la luz pública por su insulto al pontífice (“hay un loco que anda con engañadores y está engañando una multitud. Deténgalo. Se llama Bergoglio y dice ser un Pastor”). Muchos coranzoncitos de apoyo y retuits, lo que da fe de sectores que gustan de su orientación.
Quizás su mayor logro está en el campo de la literatura y la TV. Sobreviviendo a Pablo Escobar, libro escrito por Popeye, sirvió de base para la producción de una serie que se transmite en Netflix, motivo de orgullo de una de nuestras cadenas tradicionales de televisión. De sicario destacado del narcotráfico a figura en la exportación de series de TV.
Quizás su mayor logro está en el campo de la literatura y la TV.
“Sobreviviendo a Pablo Escobar”, libro escrito por Popeye,
sirvió de base para la producción de una serie que se transmite en Netflix
La narrativa de las apariciones de Popeye se ha complicado. Supimos todos por los medios, que Tom, jefe de la oficina de Envigado, por cuya captura las autoridades norteamericanas ofrecían USD 2 millones, fue detenido el sábado pasado en medio de una rumba en El Peñol, Antioquia. Además de armas, dólares y pesos, carros y joyas, el señor Mesa, Tom, estaba acompañado, de hermosas mujeres, y de Popeye.
Es posible que Popeye explique que se encontraba adelantando trabajo para su próxima novela, etnografía necesaria para una entrante serie de Netflix, caso en el cual habrá que disculparse.
Popeye, el personaje tuerto de la tira cómica compartida con Olivia, Cocoliso y el celoso Bruto, consumía espinacas, supuestamente ricas en hierro, para volverse muy fuerte y cascarle a los malos, comenzando por el provocador de Brutus. Popeye, un precursor de los superhéroes gringos, fue un emblema patriótico, particularmente en la Segunda Guerra Mundial. Luchó por su país en la armada y defendió los valores patrios en su momento, en contra de nazis y japoneses.
Es posible que en Colombia algunos piensen que el Popeye de acá también está alineado con los valores patrios, a juzgar por la admiración que suscita en algunos medios políticos y empresariales, por su trayectoria, pasada y actual, y sus aportes a la historia patria.