La empatía.
Esta dura estupidez real, esta avalancha de idioteces sobre nosotros, cada vez más metidos en nuestro egoísmo, más desadvertidos de los demás, más caídos en el abismo de la inconsciencia, más individualistas y creyendo sobrevivir en medio del importaculismo generalizado. “¡Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor!... ¡Ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador!”, “Vivimos revolcaos en un merengue y en un mismo lodo todos manoseaos...” según reza “Cambalache”.
No conocemos al vecino del apartamento. No saludamos al que pasa. Creemos que siempre que se nos necesita es para pedirnos dinero. Vemos revolcarse a la pobreza en las calles y no se nos conmueve un nervio siquiera. Miramos con desprecio al raro, al diferente, al negro, al del piso bajo, al que nos sirve para solucionar cualquier necesidad: el taxista, el vendedor, la ayudante, el peluquero, el del aguacate de la esquina. No nos merece. ¡No saben quién soy yo!
A esto lo hemos estudiado en estos días. Se le dice: estupidez humana. Porque desprecia el origen mismo de la sociedad que es, ya lo dijimos antes, la solidaridad, la esencia de la naturaleza humana. La solidaridad se entiende como una relación entre iguales, con todos los rasgos distintivos, con todos los defectos y precariedades, con todas las diferencias entre ellos. La solidaridad, entonces, es la base para que los hombres, con cerebros sanos e inteligentes, sean receptores de las emociones y los sentimientos ajenos y los procese y los convierta a su vez en sus propios sentimientos y emociones y, de esta manera, va a saber, a conocer, a sentir y a pensar como el otro, como su próximo. A reconocerlo y, casi diría, asumirlo en su totalidad humana. Este sería otro de los remedios benditos para sanar a la humanidad de la plaga de la estupidez. La empatía.
La empatía exige que el individuo comparta, indirectamente, los pensamientos y los sentimientos de los otros y que se convierta temporalmente en el otro.
Empatía es deducir con nuestro pensamiento lo que se supone que otro está sintiendo, desde nuestra propia experiencia y de ello, concluir en una emoción, que es, finalmente, un compromiso a la acción hacia el otro y de allí, ser solidario con su situación.
Algunos, al hablar de este tema, recurren a aquello de “ponerse en los zapatos del otro” y de cierto modo es buena la alegoría. Sin embargo, podemos encontrarnos con alguien sin zapatos… ¿y?
Algo así, sucede con la famosa frase: “un granito de arena” para contribuir con algo. ¿No será muy poco? ¿Lo será una palada o un galón de arena? “Algo es algo, peor es nada” y, así, la vida transcurre entre una que otra frase estúpida.
Pero lo de hoy si quiero dejarlo muy claro, la empatía nos conduce a unas relaciones humanas sanas a través del principio ético de la igualdad. La empatía empieza con el primer otro que se tiene a la mano: uno mismo. Si yo me amo, si lleno mi mente de buenos sentimientos y de buenos pensamientos, altruistas, solidarios, eso tendré para con los demás “otros” que me encuentre en este viaje.
LUISÉ