Cuatro días después de la primera vuelta en las elecciones presidenciales Sergio Fajardo, el tercero en contienda, emitió un comunicado en el que explicaba por qué iba a votar en blanco. Así mismo hizo Humberto de la Calle, y una parte de los dirigentes y opinólogos que acompañaron a estos candidatos. Desde ese momento en Colombia se ha construido una segunda vuelta atípica, en la que se ha dibujado un panorama de tres posiciones, aunque con dos extremos elegibles dicotómicos. Para hacerlo digerible nos han dicho, y nos hemos dicho, que se trata de una confrontación entre izquierda y derecha. Aunque la verdad sea dicha, esa figura política no es aplicable ni a los candidatos, ni a sus coaliciones, ni a sus programas.
En esta configuración, en la que existen dos candidatos radicales iguales y opuestos, Fajardo y De la Calle han jugado un papel fundamental. En primera medida porque para posicionarse han utilizado la polaridad, es decir, ellos son los principales diseñadores de esa creación de sentido. Nos han dicho, hay dos polos y “nosotros” los del centro estamos limpios de ellos. Tan es así, que en contravía de las campañas de Petro y Duque, que quieren moverse al centro, “los del centro” han ganado en la simplificación de la campaña y en la polarización de la misma. Y así, curiosamente han sido “los profesores” los que han impedido que se hable de salud, vivienda, trabajo, educación; han entorpecido el debate sobre los programas, sobre las propuestas, sobre lo que quieren hacer los candidatos cuando estén en el poder. Es decir, están haciendo campaña de la forma más egoísta posible, en pro de sus resultados electorales futuros, o en pro de la conquista de un espacio político, con el agravante de que lo hacen sin que importen los resultados de las elecciones actuales, ni el control político que se puede ejercer en las mismas.
Lo curioso es que no están en el tarjetón pero quieren estarlo. Quieren representar el voto indignado de los que no son “algo”. De los que no son “políticos” en el mal sentido de la palabra, de los que no son corruptos, de los que no son radicales, de los que no son… elegibles, al fin y al cabo. La única “politización” que han hecho los candidatos que salieron a promover el voto en blanco ha sido la de conquistar, colonizar, volver propio un espacio político. El centro es mío y soy el único que lo puede gobernar, un poco al estilo dirigente mesiánico. Aunque Fajardo ya había pelado el cobre un par de veces en este sentido, en anteriores elecciones y en la primera vuelta de esta campaña.
Buscan conservar este espacio político, en el mejor de los casos, pensando en las siguientes elecciones. Es decir, evitando tomar responsabilidad por las consecuencias presentes al votar en blanco. Y en el peor, promoviendo el voto en blanco en unas elecciones en las que su peso es determinante a favor de uno de los candidatos (ya que no cumple ninguna función como contrapeso político). Aun partiendo de los buenas interpretaciones es muy poco responsable romper el tablero y no comprometerse con una alternativa política real. Por ejemplo, vigilar la campaña para que no haya fraude; presionar políticamente a los dos candidatos para que ejecuten sus propuestas; o garantizar pactos de coalición para vigilar a quien gane. Pero no, lo que han preferido es plantarse simbólicamente en el tarjetón, a partir de una imagen irreal de sí mismos.
Dicen que la comedia es tragedia más tiempo. En este caso puede ser de cierta manera al revés, una comedia antes de la tragedia. Dos candidatos que nos dicen que no creen inferiores a sus votantes, que los consideran personas libres de hacer lo que quieran, sin embargo, les dan un consejo sobre lo que está bien hecho y lo que es coherente. Lo que ahora nos parece comedia, dos candidatos sin posibilidad de elección representando la “santidad” en el voto en blanco, se puede convertir en tragedia. No hace falta sino ver los casos trágicos en los que el uso irresponsable de la indignación ha llevado a elegir a Trump en Estados Unidos, o en el Brexit en el Reino Unido a salir de la Unión Europea, o aquí mismo a rechazar el proceso en el plebiscito por la paz. Están utilizando la indignación que despertó una campaña llena de debates para crear una posición neutral ficticia. Parece que nos quieren vender el voto en blanco como si fuese un voto “santo”, utilizando nuestros prejuicios raciales para determinar lo positivo con lo blanco. Un voto angelical, neutro, cuando, en realidad, ha sido creado como una forma de protesta. El resultado actual ha sido la despolitización del voto de protesta, el vaciado de su contenido, la simplificación de sus formas, y en especial, de la multitud de actitudes políticas con las que podríamos protestar, como si protestar se resumiera a marcar una casilla.
La supuesta “neutralidad” del voto en blanco parte de la idea de que las dos opciones son iguales y opuestas. Cuando en la realidad política es que no son iguales, y en muchos sentidos no son opuestas. Usar esta dicotomía falsa lleva a ocultar que una parte de los dirigentes que apoyan a Fajardo hacen parte del “sistema político” tradicional, que usa la mermelada, y que usa el poder del Estado para acumular poder económico y personal. Partir del supuesto que son iguales esconde que todos los partidos que han gobernado este país están apoyando a Duque, es decir, que todos los que han contribuido activamente a sostener este sistema narcoparamilitar, corrupto y extractivo apoyan a un candidato en específico. Tampoco se puede decir que ambos son iguales porque Duque va a tener un amplio apoyo parlamentario, y una escasa oposición. Y aunque a primera vista sí son opuestos no lo son del todo. Comparten su distancia hacia las Farc, comparten el haber estado en algún momento junto a Ordóñez. Por lo tanto, simplificar funcionalmente no nos permite ni ver el campo ni ver el barro. Y a eso están jugando los del “extremo” centro.
Quieren sustituir el sentido del voto de protesta por un simple mensaje. Como si la protesta, la oposición a un sistema, fuese un mero mural de inconformismo. Si la razón del voto en blanco fuese dar un mensaje, “los del voto en blanco” se podrían camisetas con mensajes, con frases o lemas más allá de la misma palabra “blanco”. Aunque como mensaje es probable que no captara mucho la atención ya que su crítica se centra exclusivamente en los candidatos, en su personalidad. Y si lo que quieren es diseminar un mensaje, seguramente, podría ser más útil internet, o buscar caminos de presión internacional para controlar a “las bestias” de los dos candidatos. Lo preocupante es que en estas elecciones el voto en blanco suena a “deje así”, a “no me gusta la política”, suena a política tradicional.
Para no caer en la dicotomía obligatoria construida por los promotores del voto en blanco, se pueden plantear diversas de formas de protesta en estas elecciones. Aquí van algunos ejemplos:
- Elegir a un grupo de personas que no tienen representación política y donar el voto. Por ejemplo, a menores de edad a los que su futuro va a ser afectado por las políticas de cada uno de los candidatos; o a los miles de venezolanos que no pueden expresar su derecho a decidir.
- Imprimir e introducir una papeleta adicional en las urnas en las que reclame unas nuevas elecciones, o que se cambie el sistema electoral.
- Votar a alguno de los dos candidatos y luego cuando salga elegido movilizarse en su contra.
- Dibujar sobre las fotos de los candidatos bigotes o aretes, o los dos. O dibujarles sombreros como forma de reivindicación campesina.
- Renunciar a la nacionalidad colombiana, puede ser bajo el mismo argumento de Fajardo, porque no nos representa.
- También se puede protestar comunicando públicamente que no va a hacer público su voto. Podría llamarse: el voto es secreto.
- También se puede protestar convocando o participando en una manifestación en las calles.
- O se puede protestar coordinando cacerolazos.
De aquí al 17 seguramente surgirán muchas más formas de protestar votando o no, y luego de hacer control político.