Políticos mediocres, mentiras y miedo

Políticos mediocres, mentiras y miedo

"El pensamiento crítico puede ser un arma idónea para desmontar las falacias que expanden tanto el poder político como económico"

Por: CESAR OSPINO PRETELT
abril 26, 2018
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Políticos mediocres, mentiras y miedo

El silencio, la mentira y el miedo en política son muy cómodos. Son un agujero negro capaz de tragarse las galaxias y junto con ellas toda la basura humana que sea necesaria para que ciertos políticos puedan dormir tranquilos.

Desde hace doscientos años —con más fuerza en los últimos años en Colombia— no solo en el campo de la política, sino también en el mundo de lo social, existe la convicción de que los políticos, a conveniencia, tergiversan la verdad. Los ciudadanos tenemos la certeza de que las promesas electorales son costales de mentiras y gran parte de los programas se traducen en futuros cementerios de chatarras de incumplimiento.

Decía Sófocles que “una mentira nunca vive para llegar a vieja”,  yo añado… y menos la mentira que procede de la política tradicional retardataria. La mentira y el miedo como herramientas en manos del poder son la forma más cobarde y simple de autodefensa y de ganar. Da sana envidia reconocer que en los países más democráticos mentir en asuntos del estado es un delito que conlleva consecuencias políticas graves. Los Estados Unidos, con el caso Nixon, son un ejemplo.

Es cierto que el hombre en su esencia se define por la “palabra”, que es la que soporta la posibilidad de la mentira y que, como sentenciaba Porfirio, el filósofo neoplatónico griego, “el mentir, mucho más que reír, es propio del hombre”. Igualmente es cierto que la mentira política existe desde siempre; que las reglas y la técnica de lo que antaño se llamaba “demagogia”, y hoy llamamos también “manipulación o propaganda sucia”, han sido sistematizadas y codificadas de manera gerencial y estratégica. Aun así nunca se ha mentido tanto como se hace hoy en día en las elecciones y nunca se ha mentido tan masiva, íntegra y cínicamente como en la actualidad, sin que de esa práctica se deriven responsabilidades. Hoy asesores políticos tristemente célebres como JJ Rendón engordan sus arcas a punta de mentiras.

La filósofa política alemana judía Hannah Arendt afirmaba que “la verdad y la política nunca se llevaron bien, que existen grandes desencuentros entre la transparencia y la gestión política y que la veracidad no se encuentra entre las virtudes propias de los políticos”. Algunos políticos, como por ejemplo el expresidente Uribe, creen que por poseer el poder y detentar la autoridad son también poseedores y guardianes de la verdad y por ello la desvirtúan algunas veces a su conveniencia.

Todos los ciudadanos informados sabemos que la mentira, el miedo y el engaño, por desgracia, juegan un papel relevante en la política en la que el pueblo es siempre el único perdedor. Sabemos también que el pensamiento crítico puede ser un arma idónea para desmontar las falacias que expanden tanto el poder político como económico a través de sus grandes medios de comunicación; pero la rebeldía, la crítica y la acción ciudadana pacífica en las calles, en las plazas, en los foros y en las redes sociales deben ser los medios adecuados y necesarios para despertar de este mal sueño que aletarga hoy a muchos colombianos de a pie.

Es entendible, por tanto, el celo cómplice con el que la jerarquía católica, los partidos tradicionales y los nuevos partidos religiosos se oponen con escasos argumentos y con excesivo sectarismo, a un cambio profundo en la Educación. Esos sectores retardatarios atizan la sociedad y levantan viva polémica contra la llegada de un verdadero cambio en el conocimiento y el saber. Es decir, están lejos de favorecer el desarrollo de personas libres e íntegras a través de la consolidación de la autoestima, la dignidad personal, la libertad, la responsabilidad y la formación de futuros ciudadanos con criterio propio, respetuosos, participativos y solidarios, que conozcan sus derechos, asuman sus deberes y desarrollen hábitos cívicos para que puedan ejercer la ciudadanía de forma eficaz, honesta y responsable. Están muy lejos de permitir que la juventud aprenda a convivir en una sociedad plural y globalizada en la que la ciudadanía, además de los aspectos civiles, políticos y sociales que ha ido incorporando en etapas históricas anteriores, incluya como referente la universalidad de los derechos humanos que, reconociendo las diferencias, procuren la cohesión social.

Pero estos cambios en el conocimiento y el saber no se presentan de modo cerrado y definitivo, porque se considera que un elemento sustancial de la educación es la “reflexión” encaminada a fortalecer la autonomía de los alumnos y alumnas para analizar, valorar y decidir desde la confianza en sí mismos, contribuyendo a que construyan un pensamiento y un proyecto de vida propios. Un cambio educativo que desarrolle junto a los conocimientos y la reflexión los valores democráticos, los procedimientos y estrategias que favorezcan en ellos la sensibilización, la toma de conciencia y la adquisición de actitudes y virtudes cívicas. Para lograrlo es imprescindible hacer de los centros educativos y de las aulas escolares unos lugares “modelos de convivencia”, en los que se respeten las normas, se fomente la participación en la toma de decisiones, se permita el ejercicio de los derechos y se asuman las responsabilidades y deberes individuales. Espacios, en definitiva, en los que se practique la participación, la aceptación de la pluralidad y la valoración de la diversidad, actitudes estas que ayudarían a los alumnos y alumnas a construirse una conciencia social, moral y cívica acorde con las sociedades democráticas, plurales, complejas y cambiantes en las que vivimos.

Hoy en Colombia la brecha entre nuestra actual y mediocre educación frente la requerida es abismal.

Y contra estas propuestas educativas en el marco de un nuevo progresismo moderno —“¡¡¡peligrosas, adoctrinadoras y subversivas!!!”— se levantan estos sectores tradicionales y retardatarios argumentando que eso es “populismo”.

El silencio, la mentira y el miedo en política son muy cómodos. Son un agujero negro capaz de tragarse las galaxias y junto con ellas toda la mierda humana que sea necesaria para que ciertos políticos puedan dormir tranquilos. “Si Dios calla —al concebir el mundo como el mejor posible, decía el filósofo y teólogo alemán Leibniz— después de un gran cataclismo de la naturaleza y no reivindica los terremotos e inundaciones que se llevan por delante a miles de inocentes”, ¿por qué tendría que dar la cara el expresidente Uribe y decir la verdad de alguno de sus actos, o de un buen muchacho de su gobierno y que encima está en la cárcel? ¡Difícil de entender!

En Colombia para ello, se acordó y creó un confesionario (la JEP, Jurisdicción Especial para la Paz) para decir la verdad. No obstante, cuenta con detractores civiles que se niegan a confesar.

Decía Winston Churchill que “la primera víctima de la guerra es la verdad”. Por analogía, podríamos afirmar que “el peor enemigo de la democracia es la mentira”. De ahí que en democracia sea higiénico desconfiar de los políticos mediocres o mejor, falsos políticos. Es obligatorio de la opinión crítica identificarlos.

¿Cómo dibujar un exacto retrato de su perfil? Es importante saber ubicarlos, identificarlos y observar sus conductas. Su táctica es la mentira y su estrategia es trajinar en aquellos escenarios donde existe falta de conocimiento y pobreza. Buscan las personas cómplices que pueden servirles como escalera para lograr el poder y sus más oscuros intereses.

Hoy vemos por ejemplo, en los actuales debates presidenciales en Colombia, a los políticos mediocres al lado de los políticos buenos, mimetizándose, reacomodando sus propuestas bajo la original sombrilla de quienes desde el comienzo expusieron sus tesis y han ganado adeptos. Caso Vargas y Duque, por ejemplo.

Sin vergüenza realizan además otras propuestas, conscientes de que son parcial o completamente falsas, esperando que los ciudadanos les crean, ocultando siempre la realidad sensible en forma total o parcial. A esto, sin ambages, llamamos “políticos mediocres de la maquinaria”.

Políticos mediocres que se atan a los acuerdos entre ellos sin importar los prejuicios porque para ellos la política es dinámica; que carecen de iniciativa y transforman su vida entera en una mentira metódicamente organizada; que incumplen aquello que prometieron saltándose todas las líneas rojas que ellos mismos marcaron, siempre que ello les reporte un beneficio inmediato; que están siempre en disposición incondicional de adular al poder. Se reconocen porque son dóciles a la presión, maleables bajo el peso de la opinión pública. Ignoran que el hombre vale por su ser y saber y no por su poder.

Ojalá no sea utópico, pues, creer que la nueva generación de políticos buenos dignifique su identidad: alejados de toda corrupción, honestos en sus acciones, templados en el trabajo, seguros de sus creencias, leales a sus electores y fieles a su palabra, conscientes de que cuando sus decisiones y opiniones tienen consecuencias prácticas sobre la vida de los ciudadanos, deben poder ser mantenidas con criterios de verdad y corrección, es decir, con transparencia; porque acción e identidad van unidas a responsabilidad, actuar implica responder a un proyecto común y no responder equivale a no tener identidad; y sin identidad ni hay verdad, ni hay política ni hay democracia.

Aquellos ciudadanos que nos consideremos responsables, aprendiendo lecciones del pasado, tenemos la obligación moral, y por higiene y responsabilidad democrática de no dar nuestro voto por el político mediocre o al partido tradicional que ha ostentado el poder como una herencia familiar por muchísimos años.

Podemos, pues en conclusión, optar entre dos posturas: la de la resignación y el conformismo, sin criterio alguno y siguiendo las mismas rutinas de votar por los de siempre, o la de la esperanza de quienes le apuestan al nuevo capitalismo, denominado progresismo moderno en Latinoamérica, en la que se desafía a que, gota a gota es posible conformar un gran río; a que un grano no hace granero, pero ayuda al compañero….

Desde certezas como estas podemos ir generando pequeñas acciones orientadas a darle sentido democrático al cambio y mirar al futuro que queremos y podemos construir, de compromiso con las generaciones de jóvenes que tienen derecho a alcanzar una sociedad, un mundo y un medio ambiente con mejores condiciones y calidad de vida que la que hoy tenemos. ¿Por qué no actuar, entonces, desde este sueño de esperanza? Este es nuestro desafío. Está en nuestras manos. Procedamos ya.

 

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