Uno de los problemas que debe enfrentar cualquier aspirante al cargo de gobernante de Estado en la actualidad, que no se identifique o esté adscrito a corrientes o grupos políticos tradicionales, es la constante intromisión por parte de estos. Antes que gobernar, será imposible tomar una sola decisión seria y dar cumplimiento a su programa, porque debe dedicarse a responder a acusaciones, sanciones por parte de los entes del Estado, demandas y todo tipo de estrategia para que su tiempo pase pronto y la buena imagen de la que gozó para llegar al poder sea cuestionada. Este es un fenómeno que no solo se puede constatar en el ámbito nacional, también está ocurriendo a escalas muy superiores.
El mundo se está acostumbrando a ver cómo grupos políticos tradicionales no dejan que los mandatarios, nos guste o no, escogidos democráticamente, con propuestas que distan de las formas repetitivas e históricas puedan hacer su ejercicio legítimo de gobernar. Por ejemplo, en Estado Unidos el presidente Trump; en Colombia, el exalcalde de Bogotá, Gustavo Petro. Gobernantes elegidos, más que por su historia política por una especie de cansancio político, donde pueblos históricamente condenados a estar apartados de cualquier expresión política, esperan transformar sus condiciones de vida con nuevos aires en el poder. Sin embargo, aun cuando sus elecciones han sido legales y esperanzadoras para los electores, no han podido cumplir mínimamente con los programas por los cuales fueron escogidos. No se sabe si es torpeza o falta de experiencia, lo cierto es que mientras intentan cumplir con sus propuestas, las bancadas tradicionales, inconformes por la forma como el pueblo les ha dado la espalda, se dedican a entorpecer, con todo tipo de artimañas, para no dejar gobernar.
Bajo este panorama es desalentador pensar que a pesar de que pueda haber cambio en la política eligiendo nuevos representantes para oxigenar la desgastada y maltratada democracia, no haya cambios significativos, ya que las constantes intromisiones de una clase política dominante que no permite y tampoco puede darse el lujo de que sus fuentes de riquezas se pierdan o se enreden por un tiempo, permita el derecho a cumplir con los programas de gobierno. Este fenómeno, deja una especie de sinsabor al ver que estos aspirantes, no pudiendo cumplir con sus programas de gobierno, tampoco sirven o son solución a los problemas que históricamente se atraviesan ante cualquier intento de progreso de los pueblos.
Donald Trump no ha podido, en el tiempo que lleva, más allá de responder a las acusaciones de contactos con Rusia, asumir las riendas del país. Guste o no, el elector fue claro y contundente al escoger su presidente y eso debe ser respetado. Sin embargo, la estrategia ha sido impedir que el presidente pueda ejercer como gobernante del país más poderoso del mundo. En el caso Colombia, aunque la comparación puede ser incómoda, Gustavo Petro, poco o nada se le permitió hacer en el tiempo de su gobierno, ya que hubo toda una orquesta de acusaciones y sanciones que solo provocaron la imposibilidad de gobernar la capital del país. Lo más probable es que los aspirantes que están apartados de los grupos tradicionalistas e identificados como oposición, tampoco puedan hacer nada distinto a defenderse durante cuatro años de sus adversarios.
La situación se complica porque el amparo estatal es utilizado en contra de estas expresiones diferentes de hacer política. Extraño que los grupos políticos, anclados en el poder históricamente, hacen uso de las instituciones del Estado para entorpecer la administración del momento y muchos medios invisibilizan esta artimaña que solo perjudica la buena administración de la sociedad. Sin embargo, cuando el grupo político al mando repite la estrategia contra ellos, el mundo se confabula para estimar un golpe a la democracia [Nota aclaratoria: esta opinión no hace apología a ninguna forma de agresión o manipulación del Estado].
Es desalentador pensar que a pesar de que los electores puedan escoger un gobernante distinto en cualquier parte de la esfera global, se pueda dejar que las transformaciones propuestas en sus campañas se hagan realidad porque, primero, deben enfrentarse a la embestida de la clase política tradicional que siempre buscará impedirles ejercer como dignatarios.