La forma poco menos que relampagueante cómo el presidente Duque pasó de la firma de su decreto sobre la confiscación policial de las dosis pública mínima de drogas a otro tema, quizás más escalofriante, me pareció sospechosa, sobre todo después de las atildadas críticas que formulara el expresidente Gaviria, quien siempre ha posado de conocedor del tema y proponente calificado de alternativas en algunos foros internacionales.
La forma particularmente cáustica de la crítica de Gaviria ha debido llamar la atención del nuevo gobierno. Debió producirle alguna rasquiña, sobre todo proviniendo de alguien que había dado un triple salto mortal con garrocha y atravesado un abismo plagado de tiburones para caer indemne bajo el cobijo calientito y anunciado ganador de sus toldas. Se puede colegir que por lo menos alguna respuesta pudo ofrecérsele como una deferencia plausible y políticamente correcta.
¡Nada! ¡Mutis por el foro! ¡Cambio de tercio!
¡No! Más bien pareció uno de esos desplantes toreros cuando tras faena meritoria le ofrecen al cachondo animal los alzados glúteos y al resto del honorable la apretazón algodonosa de sus testículos al público. Y así las cosas cabría preguntarse, bueno y entonces de qué lado de la arena le habría gustado quedarse el expresidente Gaviria, luego de la segunda vuelta.
No me niego a deleitarme con fruición de la testaruda respuesta de Gaviria. Es de una incisión torera increíble. No sé si de banderillas negras o de rejón de castigo. ¡Ahí va!
En entrevista con RCN. ¿Van a requisar indiscriminadamente?, ¿van a dedicarse a requisar a cada colombiano? Esto es un tema de salud y los ciudadanos deberían poder ir a un hospital y decir que son adictos”, sostuvo.
Gaviria lo que está diciendo es que el decreto es poco menos que infantil y no cumple la más mínima regla de decoro en cuanto a emisión de políticas públicas. Es inconsistente.
En otra entrevista con Yamid Amat enterró el estoque hasta la empuñadura:
(…) el decreto es "inconstitucional" y "equivocado": "Va totalmente en la dirección contraria de la que va el resto del mundo y en vez de generar seguridad va a generar inseguridad, va a dedicar la Policía de Colombia, que por primera vez con la paz con las Farc tiene alguna opción de llegar más a las ciudades, a pararse en las puertas de todos los bares de Bogotá y a todos los parques a hacer eso (incautar), en vez de estar persiguiendo a los grupos criminales".
En lo que es preciso Gaviria es que da en el clavo: si usted expide un decreto de esas características tan exclusivamente policivas, ¿es que pretende cargar a la policía con nuevos atributos de responsabilidad moral y ética ante la sociedad, en cuyo caso, cuáles son las reservas presupuestales? Además, ¿cómo se supone que alguien que usa una dosis mínima o máxima en público es un drogadicto que ya ha soltado las amarras que lo ataban a la sociedad?, ¿entonces le tocará tratar eventuales desadaptados psíquicos? y ¡cómo es que la policía los lidiará si no tiene ni instalaciones ni personal adecuado para ello?
Entonces ante ello tenemos dispuesta una sorpresa. Leamos lo que está ocurriendo en el Uruguay a partir de lo aparecido en el boletín Times, emitido en español por The New York Times:
“El crecimiento de la violencia está relacionado al mayor enfrentamiento entre bandas del narcotráfico: según el ministro del Interior, Eduardo Bonomi, alrededor del 45 por ciento de los homicidios fueron ajustes de cuentas por el control de territorio entre narcotraficantes. Uno de los responsables podría ser la ley de la marihuana, que desde 2013 reglamenta el cultivo del cannabis, y desde 2017 permite su venta, limitada y en dosis individual, en farmacias.
Y más adelante:
“(…) se redujo el mercado ilegal de la droga en un 25 por ciento y los usuarios registrados tienen garantizado el consumo de un producto de mejor calidad. También inauguró una alternativa no militarizada al problema del narcotráfico. Pero la medida no ha resultado pacífica. Se calcula que han pasado a la economía legal diez millones de dólares al año, un porcentaje considerable de los casi cuarenta millones de dólares que mueve en total el consumo de la marihuana al año en Uruguay. Para algunos analistas, esto ha provocado que la disputa entre los criminales por el control del mercado negro empezara a ser más cruenta”.
Hay que imaginar el cuadro en todo su espectacular y tremebundo horror. Si es con la legalización del mercado de la marihuana y hay problemas en Uruguay que siempre ha sido la excepción pacífica en el continente, qué se espera que ocurra en Colombia. Obviamente se ve a leguas que habrá una reducción, o por lo menos una obstrucción para el mercadeo minorista que, vaya a saber quién cuánto es, pero que nadie puede pensar que se compra con botones. El decreto no aumenta salarios a la policía ni incrementa su pie de fuerza ni presupuesta alguna calificación especial dentro de ella. Parece que le saldrá gratis el cambio de política. ¿Gratis? Imagino el grito estentóreo del doctor Serpa, muy conocido.
¿Será que el presidente Duque desconoce eso?
Y si lo sabe, ¿entonces cuál es la política verdadera que está detrás de todo ello? Bueno, coincidió casi con un viaje a Washington…Y allá habían estado diciendo de problemas con las casi 120.000 hectáreas de coca sembrada. De coca, no de marihuana. Entonces, blanco es…
Gaviria como para no salirse del toldo le avala las buenas intenciones, siempre y cuando Duque traiga dólares de Washington; pero no es que se arredre demasiado en engancharle las ponzoñas respectivas.
Agrego algo de sortilegio político aquí. Será que a pesar de ello y adivinándolo, Gaviria igual hubiera dado su salto con garrocha cuando lo de la segunda vuelta. Nadie lo dudaría en lo más mínimo. Entonces, ¿de qué van todas estas hipocresías?
Sinteticemos: Duque emite su decreto y Gaviria contesta con tres piedras dejándolo en la estacada. Duque responde con un cambio de tercio, que es algo así como una cortina de humo, o un vórtice de arena que tapa el desempeño ulterior de las faenas.
Muy pronto la situación nacional nos dirá de qué va realmente todo esto.