Y llegamos todos puntuales a pensar pensamientos sobre la Cosa Pública; arranca el diálogo, como siempre, con una sentencia bien que esperada, proferida por el primero que llegó al encuentro: diremos que quien desempeña la Cosa Política debe poseer un alto grado de sentido del servicio; postura fundante, observable; la gente lo sabe, lo espera; también ve que la cosa pública posee bemoles,, como se dice coloquialmente: posee sus mandatos, las funciones que, además, son taxativas; sobre tales vericuetos se ha de mover quien libremente acepta semejante reto. Pero horror, agrega, cuando se ejerce con empeño, los riesgos son mayores; es curioso, pero es así; miren a su alrededor. En nuestro medio, el reto no se encuentra en aceptar, sino en saber elegir o nombrar y, ahí está el detalle”.
¿Se nombró o se eligió al que era? Apunta el que está en la cabecera de la mesa, Ufff!... preguntica de severa profundidad. En términos reales, es más fácil aceptar que elegir o nombrar. Silencio…
Entonces, comienza el dilema —resalta otro—, pues nos encontramos ante la ‘Situación en la que es necesario elegir entre dos opciones igualmente buenas o malas. (…)’. Que risa, expresa el de enseguida, violentándose para no hacer sonora la carcajada, e insiste: el dilema aquí se presenta cuando la persona fue nombrada o elegida; mejor dicho —repunta—, el dilema al revés. Todos asienten con respeto argumentativo.
Otro, rápidamente, interpela: ahí se quedó el debate, es imposible dar marcha atrás, se eligió, se nombró. Dios nos tenga de su mano. La bendición salta en las frentes de la concurrencia.
Y, en esto, cuando surge la conclusión —interrumpe el iconoclasta—: en muchos casos, como también se dice, el poder es para ejercerlo, así no se tenga la razón. Sí, señoras y señores, no han visto acaso deambulando a seres, cuasihumanos, que no dejan andén para caminar, ni argumento que exponer que no sea el propio y, como la verdad les es revelada, ¿son dueños de ella también? ¿No creen que el poder sea del momento y, de los demás?... Ahhh y, estos, los otros, los demás’ —sigue el que inició el coloquio— que sí saben para qué el poder, hacen con el depositario lo que se les ocurre, pues entre halagos y deseos de mejores días —como si estos no lo fueran—, no dejan ni para el ejercicio del mismo… poder. ¡Qué realidad!
El interlocutor más parco, que lo hay, discrepa: a diferencia de las instituciones que perduran, los funcionarios cambian. Como para llorar –el iconoclasta—: se concluye que el poder es efímero, vaya vaya… por supuesto… obvio. Casi rueda una lágrima en su mejilla.
Y, en esos pensamientos tan raros nos encontrábamos distraídos cuando entró al lugar, el símbolo, el retrato viviente de nuestra pesadilla verbal; la hipótesis hecha carne: a las gentes de su alrededor no miró, creo… es problema óptico; no escuchó el saludar, pienso… por gracia de otitis crónica; y, como dicen, se pavoneaba como en sarao; una excepción –dijo alguno-; deseo que sí –contestó otro al paso—; hasta que por el ambiente se provocó un chascarrillo cuando, de sus maneras se observó que no solo se deleitaba con sus decires, sino que se sorprendía con lo que él mismo afirmaba; los espectadores en coro preguntaron: Y, ¿cómo es que resultó elegido o nombrado? La suerte, la coincidencia o la casualidad, algunos afirmaron: no, no, casualidad no, causalidad; retumbó la carcajada. ¡Qué pena!
Pero todo va en mejora, en mejoría; ¿sí ven? –atestó otro-: el dilema debe resolverse antes y no después; en verdad fue un momento de asfixia. Se entenderá.
Así vista —se aproximó alguno— la función pública,
tiene bordes hasta de mueca cómica,
pero peligrosa: usted no sabe quién soy yo
Así vista —se aproximó alguno— la función pública, tiene bordes hasta de mueca cómica, pero peligrosa: usted no sabe quién soy yo. Ufff. Las funciones, los mandatos —aseguró, mirando al retrato, el prudente— son solo indicativos, no límites, por eso nadie puede ni vigilarlos y, mucho menos, llamarles la atención: sería una blasfemia. Sus límites —continuó—, son el horizonte; por supuesto, el de Marco Polo, hasta que la condición pasa y, aunque se crea que es propia del ser, de ese su ser, da con la triste realidad: al mirar el espejo.
Ahí íbamos, señoras y señoras, cuando alguien soltó la carga de profundidad: y… cuando alguien pide explicación, el retrato salva el umbral diciendo ‘soy políticamente incorrecto’. ¡Qué frasecita! Otra que, por supuesto, llevó al llanto: el antiitinerario público.