El presidente y los congresistas parecen empecinados en convertir el gobierno en una bufonada, en un club de “amigos”, para echarse vainazos o mejorar el curriculum vitae; pero en un país con líderes sociales asesinados diariamente, una precariedad laboral que supera el 50% y una brecha social cada vez más amplia, estamos llamados a entender que la política no solo debe ser dinámica, sino que también debe revestirse de seriedad y ética.
Se dice de la política que es el arte de gobernar. Una labor cada vez más compleja (innecesaria, en mi opinión personal, estoy completamente persuadido de una comunidad haciéndose cargo de su destino, relaciones sociales y comerciales), pero inevitable hoy por la relevancia que le adjudica la sociedad.
De modo que si el modelo de gobierno ha de perdurar, al menos un tiempo más, lo mínimo que debemos exigir los ciudadanos es que sea una práctica seria, ética y desarrollada con la madurez que implica administrar los intereses de millones de personas.
Sin embargo, el presidente y los congresistas han establecido su propio y absurdo stand up comedy, un grotesco show de peleas personales, difamaciones, señalamientos y pendencias, que no solo resultan molestas para el ciudadano que exige medidas de fondo para solucionar los graves problemas del país, sino que además ridiculizan a toda la nación a nivel mundial, afectando la imagen de todos, porque cuando se vive en un circo, todos terminan siendo parte del espectáculo de forma directa o indirecta.
La política debe crecer, formarse, reinventarse y alcanzar objetivos según la dinámica de cada época, en el país por el contrario involuciona desde el discurso inmaduro y necio de políticos que nunca superaron la etapa de la infancia, pero con el poder que ostentan, provocan un sinfín de inconvenientes para sus gobernados, que no se limitan al bochornoso espectáculo de trinos en redes sociales.
La actividad política debe reconocer la naturaleza social de los ciudadanos y buscar contribuir a la sana y civilizada convivencia, fomentar las relaciones solidarias con los otros, promover el entendimiento y el respeto hacia las diferentes formas de pensar, sentir y satisfacer las necesidades particulares.
Una actividad política conflictiva, repleta de chismes, señalamientos, ansias y supremacía es el reflejo de lo desvaído que está este concepto en la nación. La corrupción, inexperiencia, falta de creatividad, amiguismos y otras particularidades de los políticos locales han convertido el ejercicio del poder en una bufonada 2.0, a la que van adhiriendo los medios de comunicación y el ciudadano común, extraviando el enfoque de lo que realmente importa: el progreso ciudadano.