A los políticos colombianos no les gusta el debate, sino la bronca, el bochinche, el codazo: el “si lo veo le doy en la cara, marica”, de la escuela de Uribe. Es más fácil poner una demanda o desprestigiar a las personas para invalidar sus ideas que cerrar una discusión con el peso de los argumentos. Algunos prefieren la fuerza bruta, la ley de la selva, la doctrina callejera de los hampones de barrio. Todos los problemas en Colombia —ya sean políticos o poéticos, para no hablar de los económicos y sociales— se quieren resolver en los estrados judiciales o en peleas callejeras. Nadie quiere que las luces de la razón disipen los entuertos.
Hace unos años escribí un artículo de crítica literaria sobre los poemas de un abogado penalista cucuteño. Dije en el artículo que los poemas me parecían malísimos, entre otras cosas, porque el poeta no lograba universalizar la anécdota efímera que les dio origen. Al poeta no le gustó mi observación y en consecuencia me demandó penalmente por injuria y calumnia. Además exigía 500 millones de pesos de indemnización y cárcel para el crítico literario.
El proceso duró cuatro años y fue registrado por la prensa tanto nacional como internacional. En la copiosa documentación fui reseñado por el DAS y mi fotografía figuraba al lado de la de varios reos detenidos por otros delitos. Fue algo insólito. Me salvé de la cárcel por un pelo. Eso muestra (o demuestra) el fanatismo jurídico de los colombianos que todo lo quieren resolver en estrados judiciales. O a punta de bala, como también es usual.
Ahora resulta que el alcalde de Cúcuta, Donamaris Ramírez Lobo, anuncia que me va a demandar penalmente porque en mi columna del 23 de agosto, le pregunté por una camioneta Runner, full equipo, modelo 2011, que costó más de 160 millones de pesos a la administración pasada y que él mismo, indignado con su antecesora, prometió que la iba a vender para usar el dinero recaudado en la construcción de escuelas en barrios populares. Pasados casi dos años la camioneta no solo no se ha vendido, sino que el alcalde la pintó de otro color, le puso blindaje y la pasea por las calles con total impunidad. También, en esa misma columna, le pregunto por las 20.000 casas que prometió en campaña, por la inhabilidad que tiene para ejercer como alcalde, por llevar casi dos años en el poder sin hacer absolutamente nada salvo crear impuestos y decretar medidas antipopulares.
El alcalde en vez de responder a mis preguntas, publica una carta en el periódico local en la que me trata de drogadicto y alcohólico y me reta a un examen público de toxicología. Es decir, quiere bronca, que nos matemos a golpes. Y de esa forma abandona el debate de ideas que es una de las conquistas obtenidas por la civilización. En últimas, el alcalde de Cúcuta quiere hacer política a la colombiana, o sea, a las patadas. Esa traquetización de la política es lo que ha convertido el oficio de opinar en una activadad tan peligrosa como la crítica literaria.