Desde hace cuatro o cinco años mi amigo y coetáneo Benjamín Ardila Duarte me habló, con contagioso entusiasmo, de un proyecto editorial que ya cuajó con el título de Política Internacional de Colombia. Fue, creo yo, un reto que Benjamín le planteó a sus talentos por las ganas de hacer un análisis con crítica razonada a uno de los filones más ricos de nuestra tradición política, a través de un bagaje acumulado con el ejercicio responsable de la cátedra universitaria.
Tiene la obra de Ardila la virtud de que está hecha para los lectores de varios niveles intelectuales, desde el profesor más consagrado hasta el lego en condiciones de comprender el recorrido de una larga historia en la que diplomacia y política se valoran como nichos de una tradición consolidada por las figuras nacionales mejor preparadas en ambas disciplinas, comparables a las más sobresalientes de otros países de igual o superior desarrollo al nuestro, incluyendo a las grandes potencias.
Pese a la vehemencia con que Ardila suele expresarse y juzgar hombres y circunstancias, sus referencias a la política exterior de nuestros gobiernos, los de todos los partidos y todas las épocas, son de una imparcialidad que asombra. Ni les regatea ni les niega aciertos, pero tampoco les disimula desaciertos. Pareciera que sus meditaciones, desde antes de sentarse a escribir, hubieran apuntado a que sus lectores no dudaran de su seriedad como jurista e historiador, pues no por capricho de nadie es miembro de número de las Academias de Jurisprudencia, Historia y Colombiana de la Lengua.
Impresionan de grata manera
la calidad y la extensión de la bibliografía consultada por Ardila
Impresionan de grata manera la calidad y la extensión de la bibliografía consultada por Ardila. De ahí, también, la erudición y el buen criterio con que, en este y otros planos del conocimiento, ha producido artículos de prensa, conferencias, opúsculos, libros y tratados sometidos, con audacia y bienvenida al disenso, ideas y conceptos polémicos, atrevidos y bien teñidos con explicable heterodoxia. Por eso, en este libro, que es un homenaje a los internacionalistas colombianos, el escritor y político santandereano dio lo mejor de sí para que los publicistas del futuro tengan material confiable y no evidencias desfiguradas en que basar su labor investigativa.
Observé en el texto de Ardila lo que pudiéramos llamar política exterior comparada, porque la nuestra, es apenas obvio, ha tenido pares y antagonistas en su desenvolvimiento, y ha recibido influencias y repercusiones del resto de Hispanoamérica, de los Estados Unidos y de Europa. No podíamos escapar, tampoco, de los giros que trajeron consigo los ascensos de la Unión Soviética y la China, ni de las actuaciones de Naciones Unidas luego que de la descolonización de África tratara de acercarla a Occidente y hacerla objeto de asistencia y ayuda en su lucha contra el hambre y la violencia. No hubo duda de que la Guerra Fría nos afectó a lo largo de cuarenta y cinco años de tensiones y distensiones.
Algo a lo cual no muchos colombianos le dieron la importancia que tuvo, nos lo dice Ardila destacándolo en su justa dimensión, fue el protagonismo de Colombia en conferencias y congresos internacionales que definieron rumbos con planes de vuelo inmediatos. Todo lo que tenía sello de panamericano o interamericano recibió de nuestras delegaciones aportes originales y creativos, con savia de doctrina, sobre los más variados objetivos: política, economía, comercio, desde Buenos Aires hasta Washington, o desde Río de Janeiro hasta México, o desde Caracas hasta La Habana, o desde Panamá hasta Montevideo.
No podía faltar en el trabajo de Ardila la actividad diplomática de la República Liberal entre 1930 y 1946, sin exceptuar nuevos concordatos con la Santa Sede, por la dinámica que adquirieron las relaciones internacionales al bajar el voltaje de la Gran Depresión y estrecharse los vínculos de los Estados-nación mediante tratados bilaterales y la creación de organismos multilaterales y regionales que comenzaron a operar con una óptica diferente. De 1948 a 2015, el papel de Colombia en la América se ensanchó por el gol olímpico de Alberto Lleras con la creación de la OEA.
En síntesis, las 455 páginas de Ardila compendian nuestra política internacional, con la útil cronología de sus tratados y convenios, la relación de los logros obtenidos y los golpes sufridos, como la pérdida de Panamá y otras amputaciones; la historia de nuestra Cancillería, su suerte alternativamente favorable y adversa con los Estados Unidos (Gran Garrote, Doctrina Monroe y Diplomacia del Dólar); las guerras en nuestras fronteras y los diferendos limítrofes resueltos o inconclusos; nuestras experiencias con el derecho de asilo, en fin, la mediación de nuestros gobiernos en acontecimientos cruciales como la celebración del tratado Torrijos-Carter, etcétera, etcétera.
No por azar estuvo Benjamín Ardila en la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores.