Dentro de todas las aristas del programa de gobierno de Gustavo Petro es especialmente ambigua la de su política exterior. No porque que carezca de contenido, sino porque han predominado los silencios y las miradas de soslayo con respecto a su visión geopolítica, y porque, en razón de ser moderado, se han mezclado distintas perspectivas, que van desde las liberales hasta las populistas continentales. En lo que toca al discurso, la elección del conservador Álvaro Leyva como canciller obedece a una postura de moderación frente a Estados Unidos y una proyección de “paz total” en la búsqueda de nuevas negociaciones con los grupos armados tradicionales. La propuesta de una Colombia “potencia mundial de la vida” se enmarca dentro de una visión verde que busca posicionar al país como modelo de conservacionismo y vanguardia de la transición energética global. A nivel continental, continua el discurso de una posible unión latinoamericana, agenda que comienza por la restauración de las relaciones con Venezuela.
Pero la bruma que cubre este asunto ha sido suscitada principalmente por la derecha, que ha querido ver en Petro al tradicional guerrillero “marxista-leninista” y afilado al “castro-chavismo”, cuando lo que en realidad representa hoy es al epígono de la social-democracia y la tercera vía liberal, estando más cerca de las potencias hegemónicas como Francia, Canadá, Alemania, Gran Bretaña, España o Estados Unidos, que del juche, el nacional-comunismo o el eurasianismo. Más cerca también del Partido Demócrata estadounidense, del Foro de Davos, del capitalismo progresista y del Council of Foreing Relationships, es decir, del núcleo institucional del sistema liberal global basado en normas, que de las “autocracias” putinistas o xi jinpignistas ¿Cuál es pues la plataforma geopolítica que se esboza en la política exterior de Petro?
Dentro de los paradigmas dominantes de las relaciones internacionales existen diferentes encuadramientos políticos del sistema global: la unipolaridad, la bipolaridad, la multipolaridad, la no-polaridad y el multilateralismo, entre otros. Rápidamente, la unipolaridad refiere al dominio de un solo centro de influencia mundial o hegemón, que desde el final de la Guerra Fría ha sido detentado por Estados Unidos. La bipolaridad, por su parte, describe la época de la Guerra Fría, cuando existieron dos hegemonías globales, EEUU y la URSS. La multipolaridad describe y fomenta un panorama global de múltiples centros autónomos de influencia, con visiones civilizatorias y entramados institucionales independientes de un centro global.
Contrario a las apariencias, el multilateralismo y la no-polaridad son diferentes versiones de la unipolaridad. Mientras el multilateralismo, proyectado principalmente por Obama y sus demócratas, se basa en la negociación de los intereses estadounidenses y sus objetivos con otros países, y de la distribución de sus responsabilidades con el resto de potencias, la no-polaridad exige que no exista un polo estatal o regional hegemónico, sino un auténtico gobierno mundial basado en los Derechos Humanos, en instituciones trasnacionales y en redes operativas de ONG, guiados por objetivos de gobernanza global, pero que en la práctica, su núcleo de poder está habitado por instituciones económicas, financieras, militares y académicas radicadas en el primer mundo. La no-polaridad es la evolución lógica de la unipolaridad. También podríamos postular aquí el programa del altermundismo, pero este es solamente una visión izquierdista de la misma hegemonía occidental, es decir, que detenta la universalidad de los valores e instituciones social-liberales. Solo cambia su enfoque social.
En términos discursivos, el gobierno Petro puede no apoyar la unipolaridad norteamericana, lo que no quiere decir que no esté alineado en la práctica con el paradigma occidentalista de la hegemonía. Y es que, al contrario de su retórica sobre la contrahegemonía y su afirmación de las culturas no-occidentales, sus programas y alineaciones institucionales demuestran una clara adscripción al sistema liberal internacional basado en normas y sus valores. Incluso en el lejano caso de que llegue a hablar de una “multipolaridad”, no sería más que un embuste, porque, tanto en espíritu como en la praxis, su ideal habita el núcleo del globalismo occidentalista. Ecologismo (transición energética, descarbonización de la economía, compromisos ambientales globales), Derechos Humanos, renta universal, feminismo, democratismo, capitalismo progresista. Todas estas propuestas hacen parte de los programas occidentales del sistema hegemónico en su espectro liberal demócrata. Su propuesta de un trabajo global en red y sus actividades con estructuras de ONG ecologistas y derecho humanistas, le hacen un prospecto perfecto de la no-polaridad, ergo, un epígono de la plataforma atlantista.
Esta observación queda aun ratificada por su rápido acercamiento con el gobierno Biden y la diplomacia norteamericana, bajo excusas de demostrar moderación y un rol activo de Colombia para la paz hemisférica, pero con un explícito alineamiento con la agenda liberal norteamericana. A pesar de la bufonada del asesor para los asuntos latinoamericanos de Biden, Juan Gonzáles, de que “hace cuarenta años Estados Unidos hubiera hecho todo lo posible para prevenir la elección de Gustavo Petro…”, lo que demuestra está expresión soberbia, es que efectivamente la hegemonía norteamericana ha virado hacia posiciones liberales “progresistas”, y que el núcleo de su proyecto global radica en programas y gobiernos como los de Petro, que se encargan de llevar la vanguardia de su dominio internacional.
El argumento castrochavista de la derecha queda aun más refutado con la alineación de primer orden del gobierno Petro que ha preferido como aliados más cercanos al izquierdista indefinido Boric de Chile, al cipayo progresista Fernández y al mismísimo Biden, en contraste a las miradas de soslayo -e incluso abiertamente críticas- contra Maduro, Ortega, Castillo, Díaz-Canel o AMLO, por considerarlos autócratas y promover economías carbonizadas. Su idea de la unión latinoamericana tiene como eje la alianza con la izquierda indefinida “decrecentista” “ecologista” y “anti-desarrollista”, que busca raptar las instituciones soberanas de las naciones para depositar sus funciones en estructuras de gobernanza global-glocal. Su propuesta de democratizar el capitalismo, basado en las tesis de Stiglitz y Piketty, demuestran su verdadero rostro, cuando ha recurrido a los epígonos del neoliberalismo colombiano (Ocampo, Hommes, Gaviria) que desvencijaron a Colombia en función de articularlo al globalismo unipolar, y frente al cual supuestamente luchó en décadas anteriores.
Si el caso fuera de altermundismo, en Petro se revela en todo lo ambiguo e hipócrita que este concepto siempre ha entrañado, por cuanto esta propuesta es la parte izquierda del atlantismo, así se pinte de contrahegemónico. No hay mundo alterno si se sigue pensando en términos occidentalistas. Incluso en el caso de que este gobierno llegase a hablar de “multipolaridad” no sería más que un embuste. Ya los Fernández en Argentina, AMLO en México, Evo en Bolivia o Maduro en Venezuela hablan de multipolaridad, pero con un efecto infructuoso en la medida en que siguen siendo democracias liberales tuteladas por Estados Unidos, de las cuales Colombia ha sido uno de sus principales Estados Vasallos. No será este el caso, desde que los principales entramados institucionales que apoyen al gobierno Petro sigan siendo la USAID, la OTAN, la OCDE, la ONU, el Banco Mundial, el CFR, entre otras estructuras hegemónicas, de las cuales no solo ha encontrado referencias a su programa sino aliados fomentados e integrados al país por él mismo y de la mano de la derecha de siempre. Instituciones que desde hoy entrarán a regir los destinos de Colombia en grado superlativo.
En el discurso, este gobierno puede esgrimir atisbos de multipolaridad, populismo latinoamericano o alterglobalismo, pero en la práctica se haya más cerca de unas pretensiones al multilateralismo -lo cual se queda simplemente en eso dado que este es solo juego para las potencias- o de la no-polaridad, otra vez, entendida esta como la evolución de vanguardia de la unipolaridad y su horizonte de dominación. Repetimos, diferentes modulaciones del mismo atlantismo unipolar y sus instituciones liberales hegemónicas, hoy dominantes. Y en la medida en que la derecha descubra verdaderamente el rostro y sustento geopolítico del programa petrista, no solo va a sentirse aliviada, sino, entusiasmada y corriendo por el prospecto de un nuevo Frente Nacional.