En ciencia política se denomina clivaje a la división de los votantes en dos bloques que proponen soluciones diferentes a un problema, configurándose como rivales. El concepto fue popularizado por Seymour Lipset y Stein Rokkan, quienes observaron que los partidos europeos se habían conformado en torno a clivajes como “Propietario-Trabajador” (o derecha-izquierda), “Estado laico-Estado confesional” o “Centralismo-Autonomía para las provincias”.
En poblaciones sometidas a las amenazas y los ataques de organizaciones terroristas se engendra un nuevo clivaje: la división entre los que prefieren una estrategia militar y policial para enfrentar a estas organizaciones (la “mano dura”) y los que se inclinan por una estrategia de negociación complementada con inversión social. En Israel, por ejemplo, están los denominados “halcones” (defensores de la estrategia militar y la ocupación de territorios) y las “palomas” (defensores de la negociación con los palestinos).
La larga historia de grupos armados con capacidad de retar al Estado ha terminado engendrando un tipo de clivaje “halcones-palomas” en Colombia, el cual ha tenido distintas expresiones a lo largo de la historia, pero tomó su forma actual en el siglo XXI. El bloque de los “halcones” se ha venido configurando desde 2002, con Álvaro Uribe como su figura más representativa. Juan Manuel Santos llegó a la presidencia en 2010 representando las ideas de los “halcones”, pero a partir de 2012 empezó a negociar abiertamente con las Farc y se fue convirtiendo en la figura más representativa de las “palomas”.
Para las elecciones de 2014, el clivaje “halcones-palomas” ya marcaba el ritmo de la política colombiana y obligaba a todos los actores políticos a tomar una postura al respecto. La división terminó de consolidarse en el plebiscito de 2016, que el mismo Santos ha definido como su “mayor error”. El plebiscito llevó a los dos bloques a dividirse de forma explícita y a competir en elecciones, institucionalizando el clivaje entre “palomas” (el sí) y “halcones” (el no).
La teoría de la fuerza centrífuga del terrorismo, planteada por los israelíes Claude Berrebi y Esteban Klor, señala que los atentados terroristas arrojan al electorado a los extremos: los “halcones” se radicalizan en sus posturas, pero las “palomas” también se hacen cada vez más intransigentes. Cuando todavía no se ha disipado el humo de la explosión, los “halcones” ya están diciendo que el atentado fue culpa de las “palomas” por su laxitud con los terroristas y sus simpatizantes, y las “palomas” están diciendo que fue culpa de los “halcones” por la espiral de violencia que ellos mismos inician. Si el atentado es poco antes de unas elecciones, se termina convirtiendo en una fuerte motivación para votar, tanto en los simpatizantes de un bloque como en los del otro.
En Colombia también actúa la fuerza centrífuga del terrorismo. Tras un atentado o una amenaza como los videos recientemente publicados por disidentes de las Farc, una de las primeras reacciones es responsabilizar al rival político, aunque el hecho evidentemente esté siendo perpetrado por un tercero. Para los unos, el surgimiento de la nueva organización es culpa de Santos y la JEP, para otros es culpa de Uribe, Duque y los “diez millones”.
Se puede llegar a intuir que el terrorismo incrementa el apoyo a los “halcones”, porque estos son los que se comprometen a enfrentarlo, pero los casos de Israel y Colombia demuestran que el efecto es más complejo: tanto “halcones” como “palomas” toman el atentado o la amenaza terrorista como una prueba a favor de sus argumentos, como la confirmación de un peligro que venían advirtiendo. Para analizar la política actual de Colombia es indispensable conocer la existencia de esta fuerza centrífuga y saber que es una poderosa tendencia colectiva de la que es muy difícil escapar.