Como un castigo de Sísifo
arrastrabas el dolor cuesta arriba
con tus sueños deformes
para volver a caer
como una ilota rendida
en las postrimerías de la muerte,
y eras solo eso,
una imagen desprendida
de las pestañas del alma,
una sombra negra,
disuelta en los ventanales del odio,
con los ojos marchitos de lágrimas,
una tristeza amarga
diluida en tus ojos de fuego
y una extraña sensación
de ilusiones tardías
como una luz tenue que se apaga,
lentamente,
en los rezagos del tiempo.