CLII
Un acervo de miedos redoblados en buhardillas, portezuelas y tugurios, se agrietan y agigantan para volver a caer en los precipicios del infierno como una sombra negra de falsos positivos y ríos desbordados, un país de asaltos y despojos, un destino fatal y sin memoria, una sierpe en las mañanas asechando las miradas en el hambre, unas musas preñadas de lágrimas y voces vagabundas, una cruz, una herida, una ceniza rosando la estupidez de la masa y la jauría, un tirano bebiéndose la sangre, una hilada de fétidos tormentos en los pasillos de la patria, un amargo sabor entre los dientes.
CLIII
Un eco distante, indescriptible en las hendiduras de la noche fría, una voz libertina que se nutre como musas en el filo espectral de las edades, un sollozo, una luz desprendida que cae y muere en la eternidad de las raíces. He visto el asombro en las escalinatas de palacio, el sueño antiguo, la languidez de la calle y los pasillos, el abatimiento de la ciudad sin escuderos, un acervo de hitos y luchas desiguales, una mortaja en el borde de la casa, la marcha fúnebre de las desterrados de la tierra, un montón de cruces y ritos vagabundos, la impronta de Dios, una música sacra ultramontana en los bunkers de los dioses, un fluir de rituales que se agotan, una sombra fugaz de las reformas, un bullicio de paz acuartelada, una encíclica de sueños yuxtapuestos. Un amargo dolor en la paredes. Así en mi patria.
CLIV
Caminé por las calles polvorientas con los pies desnudos cansados de pobreza, con mi alma de niño henchida de miedos y fantasmas. No tuve infancia, quedó atrapada en el abismo del atroz destierro, en la sombra negra de la paz violada, en la fatal porfía de sueños prolongados, en la herida del agua y la armadura de la selva virgen, en el festín de los buitres y héroes que abjuran de la patria muerta, de la gloria celestial de los verdugos, de la milenaria vergüenza de Dios en las ermitas, del cansancio terrenal de los idiotas, de la estupidez de las casacas, del tropel de la sangría como recuas miserables instaladas en el congreso de la historia negra.
CLV
Decir que estoy ahí,
descodificando tus sueños penitentes,
el sinsabor de tus miedos y derrotas,
el hastío y las mentiras
que fraguaron en el odio los intrusos,
no saber de ti
es perder el oleaje de mis sueños,
sentir las tempestades de tu ausencia,
es beberme tu nombre
allende de los ríos
como un cántaro de células vacías,
es el palpitar de las palabras
en los inciertos postigos de la espera.
CLVI
Cuanto veo de ti, cuando te nombro y escucho tus pasos en la calle muerta, se estremece mi alma entre un acervo de voces que se cruzan y repiten como una sombra desnuda en el universo de mis manos vacías, en la frialdad de los caminos, en la desnudez de tu espíritu errante. Y un torrente de olvido fluye y arde en la juntura de mis células, en el letargo de tu sueño inmenso. Oh!! bella deidad, Villa impoluta, ha de ser de ti toda esta algarabía de los años malditos que se fueron, la sombra enfermiza de mis versos, la chusma mordiendo su cansancio en las avenidas de la patria loca, el andamiaje del recuerdo. Y pienso en ti. En este exilio abismal de desespero que me habita, en la orfandad histórica atribulada como mi alma de absurdos y disímiles recuerdos que me siguen, me hieren y me llaman.