«La adicción a las pantallas esconde una crisis del deseo que bien podría traducirse como una patología de la inmediatez y la hiperestimulación» (Gonzáles S)
La modernidad o mejor, la evolución de la sociedad nos ha determinado a ver como normal la forma como desperdiciamos nuestro tiempo, bien en actividades de placer, como de conocimiento, de ocio y hasta de inactividad.
De otro lado, como la ciencia y la filosofía desde su fase de germinación o preformación, entre 1890 y 1918, nos determinó a comprender la importancia de la evolución del ser humano y aquellos elementos que requerían de su atención para ayudar al hombre en algunas tareas, lo cual generó una eclosión de esa nueva ciencia y tecnología, demostrando por qué se vería importante para la sociedad y su evolución del pensamiento.
“Hemos normalizado un uso compulsivo de las pantallas en nuestras vidas. Y esta adicción no es distinta de las demás: también conlleva una falta de control y una profunda dependencia” (Gonzáles Serrano), y se han convertido en modelos a seguir, todo aquello que consumimos desde cualquier aparato (smartphone, gafas de realidad aumentada, tablets, relojes inteligentes, y computadoras portátiles); y aquí surge entonces la pregunta, ¿si la idea de ser conscientes de nuestra temporalidad, nos lleva a concluir que la enfermedad básica de nuestro tiempo sea una crisis de los deseos?, pues el hombre actual no sabe qué hacer, sufre de falta de imaginación para inventar el argumento de su propia vida; razón tiene el pensador Ortega y Gasset cuando expresó: “«no sabemos lo que nos pasa, y esto es precisamente lo que nos pasa, no saber lo que nos pasa: el hombre de hoy empieza a estar desorientado de sí mismo».
Parecería una sentencia inocente o una escena sin importancia, pero de su lectura se esconden patrones mínimos del surgimiento de una adicción silenciosa, la adicción a las pantallas y artefactos tecnológicos, pero esa adicción no se refiere a ese contacto físico con el artefacto, es aquello que acompaña y esconde esa crisis del deseo, valga decir, esa patología de la inmadurez, de la hiperestimulación, de la constante gratificación, esa imposibilidad de dilatar el encuentro con el artefacto y la falta de control del impulso y la dependencia. El sujeto intenta la satisfacción y buscar la calma con el encuentro con ese elemento adictivo, que presenta conductas adversas como nerviosismo, ansiedad, tristeza, vacío o frustración, o que lo llevan a sentir compulsión acerca del trabajo, el repetir comportamientos que nos procuran agrado.
De ahí que, la fase de los modelos referida por la ciencia y la filosofía desde el año 1970 avanzando por el siglo XXI, nos muestran una estrechez en el campo de la conciencia, y de las posibilidades vitales, pues el objeto de adicción rodea al individuo en razón a la persistencia de las notificaciones, de alarmas, aumentando la gratificación o ese placer que emana como ya se dijo de tener en la mano ese objeto de placer, ese artefacto tecnológico del cual no hemos podido desprendernos.
Él ser humano no ha perdido lo romántico, ese ethos existencial, esa libertad ante la opresión de lo emocional, por lo que «El auténtico peligro de la adicción a las pantallas reside en que el instrumento nos ha instrumentalizado» y en consecuencia ha llegado la hora de sacudirnos precisamente ese objeto de adicción y reencontrarnos con esa vida que nos lleve a la calma, al recordar que hablar del pasado también es placentero y en especial recordar aquello que nos hizo felices, antes de enfrentarnos a las pantallas y sus tecnologías (basta ver el yo-yo, el trompo etc.), para sentirnos que hacíamos parte de algo, de una sociedad comunitaria, donde nos necesitábamos unos a otros y que ahora se ha ido por mucho.
Todo gira entorno a las notificaciones auditivas, a los mensajes instantáneos, a la velocidad de la información, al síndrome de abstinencia por falta de esas conexiones que ya perdimos, y muestran a un sujeto solitario, amparado en otros seres a quienes no conoce pero saben que están en cualquier lugar, tal vez con la esperanza que vengan en su auxilio.
Hannah Arendt expuso “Cualquier totalitarismo comienza con la imposición del silencio, con la ruptura de la comunidad”.