Cuando en Chile triunfó la Unidad Popular de Salvador Allende, la burguesía preparó sus baterías con un solo propósito: derrotar de manera sutil lo ganado en las urnas por la izquierda democrática.
Luego de la posesión de Allende, el 3 de noviembre de 1970, la burguesía incentivó la parálisis del país a través de bloqueos y, lo que es peor, el escamoteo de los alimentos.
La burguesía llenó de pesimismo a grandes sectores adeptos a sus fines y en buena medida a los partidarios del nuevo gobierno. El desenlace, tres años después, ustedes lo saben.
Elegido el primer gobierno de izquierda progresista en Colombia, 24 horas después, sectores de ultraderecha empezaron a poner palos en la rueda de un proceso de cambio que todavía no arranca.
La ultraderecha, resentida con razón, lanza diversos pánicos (sociales, económicos, políticos) que harán mella en nosotrxs solo si desconocemos cómo han sido los mecanismos infames, inhumanos, solapados de quienes se oponen, no sólo al cambio sino, sobre todo, a la dignidad, la educación de amplio espectro, la justicia, la inclusión y la interculturalidad.
Seguramente estimularán el alza del dólar, algún cataclismo económico que poco los afecte y, afirmados en la posverdad, crearán realidades paralelas donde persiste la amenaza de un infierno "comunista".
Nuestro reto será replicar menos el odio, el meme, la burla difamatoria y más la formación de discurso, opinión, posibilidades de comprensión y de crítica; ojo, incluso de cara al nuevo gobierno de Colombia, pues definitivamente no quisiéramos derivar en ninguna opción dictatorial o autárquica como las que fingen funcionar en el mundo.
Esta actitud respetuosa y tranquila, sin visos tendenciosos, debe sobre todo afectar la base social, donde el hambre resulta instrumentalizado por una u otra tendencia política.
Necesitamos menos falacias y más argumentos; necesitamos menos un optimismo ebrio y más un principio de realidad dotado de mesurada alegría.
No seamos como aquellos que durante mucho tiempo suprimieron la posibilidad de la diferencia en Colombia.
A la derecha radical le queda aprender a ser oposición y entender que "Vivir sabroso" no equivale a "Me levanto y no hago más ná", como dice la canción de El Gran Combo, sino vivir para amar, gozar y trabajar en condiciones que le den dignidad a la existencia.
A la educación, en medio de esta fiesta lúcida, le queda ese enorme y fascinante reto.